Difícil escapar al lugar común a la hora de los balances anuales. ¿Qué fue lo más visto, qué porcentaje de público ganó o perdió la exhibición en salas de cine respecto del año anterior, qué nivel de resistencia le ofreció el cine nacional e internacional a la hegemonía de Hollywood? Nada parece haber cambiado demasiado en comparación directa con la temporada previa, comenzando por el previsible y lógico podio ocupado por una película destinada esencialmente al público infantil. Previsible porque la acumulación de evidencia anterior así lo indica y lógico porque, como suele decirse, el cine pensado para los más chicos viene siempre acompañado de, al menos menos, un mayor en la platea. Los ganadores del 2017 son, nuevamente –como lo habían sido hace dos años con su debut en solitario, Minions–, los enanos amarillos de extraña fisonomía y aún más particular lenguaje. Con 3.833.277 localidades vendidas –según los cálculos de la empresa Ultracine–, Mi villano favorito 3 fue el film más exitoso de los últimos 365 días, nueva demostración empírica del poder de captación de las sagas, ya se trate del más innovador de los capítulos o de la simple repetición sistemática y monótona de una fórmula probada hasta el empacho.
Un recorrido por los quince títulos más vistos del año permite confirmar rápidamente una serie de datos: seis de ellos pertenecen a la categoría de película infantil o familiar, incluyendo en el conteo a la tercera entrega del villano más simpático y entrador del mundo. La nueva versión Disney de la inmortal historia de La Bella y la Bestia (esta vez, con actores de carne y hueso) se quedó con el premio de bronce, con poco más de dos millones de tickets cortados. El film dirigido por Bill Condon, por otro lado, generó algo parecido a una controversia por un supuesto “momento gay” (así lo definió la prensa anglosajona) en el cual un personaje secundario es visto bailando con otro hombre, en un plano de apenas un par de segundos de duración. Extraña polémica teniendo en cuenta que el núcleo narrativo incluye un romance con un explícito componente de zoofilia. Moana: un mar de aventuras, otra producción Disney, en este caso animada –y cuyo título debió ser alterado en Italia por la inevitable relación con la muy popular actriz porno Moana Pozzi– arrastró a un millón y medio de espectadores, seguida muy de cerca por Un jefe en pañales y la tercera parte de la franquicia Cars de los estudios Pixar.
Los ubicuos hombres y mujeres de calzas ajustadas, también llamados superhéroes, no tuvieron esta temporada tanta suerte –al menos en el mercado argentino–, ocupando los puestos número once (Spider-Man: De regreso a casa), catorce (Thor: Ragnarok) y quince (Liga de la justicia) del ranking comercial. Sólo dos largometrajes argentinos (habrá un balance dedicado especialmente al cine nacional) lograron ingresar al Top 15: Mamá se fue de viaje, la última comedia de Ariel Winograd, con unas saludables 1.671.195 entradas, y El fútbol y yo, la más reciente incursión de Adrián Suar a la pantalla grande, dirigida por Marcos Carnevale, con 1.064.777. La fascinación del público local por la interminable saga Rápido y furioso quedó nuevamente validada por el segundo puesto obtenido por su octavo episodio, con casi tres millones de espectadores. Finalmente, dos films protagonizados por violentas criaturas de fantasía lograron encaramarse en el cuarto y décimo puesto. Con casi dos millones de entradas, la primera parte de la adaptación de It, la novela de Stephen King, dirigida por el argentino radicado en Estados Unidos Andy Muschietti, reflejó en la Argentina su enorme éxito en los mercados de todo el mundo. Varios escalones por debajo, pero con más de un millón de espectadores, Annabelle 2: La creación refuerza la idea de que estrenar películas de terror sigue siendo un buen negocio.
Con un total de 47.029.333 tickets vendidos al día 18 de diciembre, apenas un millón y medio menos que en 2016, los distribuidores y exhibidores coinciden en que no se trató de un mal año, aunque suelen mostrarse algo cautos y esperan que esa leve caída no marque una tendencia que pueda acentuarse en el futuro. Los frentes enemigos son varios y no surgen necesariamente de la restricción o el ajuste económico de la platea, aunque más de un espectador haya decidido ahorrarse el dinero o gastarlo en otra clase de bienes o servicios por deseo o necesidad. El creciente impacto en el consumo de series televisivas, en particular desde la plataforma estrella Netflix, no es un dato menor a tener en cuenta a la hora de analizar los cambios en el consumo de películas. ¿El futuro lejano nos encontrará todavía reunidos en comunión, envueltos en la oscuridad del cine, o ganarán aún más espacio las narraciones seriadas vistas en la intimidad del hogar?
Hollywood vs.el mundo
Con un número cercano a los 600 lanzamientos, el año que termina continuó certificando el alza cercana al 25 por ciento respecto de lo que solía ocurrir una década atrás. Lo cual no es una mala noticia, aunque no alcance para que la tan ansiada diversidad de la cartelera –de origen, de estilos, de modos narrativos– sea un hecho fehaciente, ya que una parte importante de ese guarismo se vincula con el crecimiento notable en la cantidad de títulos nacionales producidos durante el último lustro. En otras palabras, sigue faltando la pata internacional: el mercado apenas si refleja un porcentaje bastante bajo de todo el cine que se hace en otras latitudes, falencia subsanada en parte por los dos festivales de envergadura (el Bafici y Mar del Plata), las semanas de cine dedicadas a alguna cinematografía en particular y los pequeños eventos cinematográficos, especializados o no, que recorren el calendario, tanto en Buenos Aires como en las ciudades más importantes del país. En ese sentido, no pueden dejar de mencionarse las continuidades del Festival de cine alemán, Han Cine (dedicado a la producción coreana) o la Semana de cine portugués, tres de los encuentros más importantes con el cine producido en regiones del planeta poco representadas durante el resto del año.
A pesar de ello, 2017 ofreció al público cinéfilo varias de las películas más importantes del “cine internacional”, comenzando el año con el retrasado estreno de Elle, la última creación del holandés Paul Verhoeven (por primera vez rodando en Francia) y terminando esta misma semana con el lanzamiento de El día después, del coreano Hong Sang-soo, quien no pasaba por las salas locales desde los tiempos de En otro país. La última película de Ken Loach, Yo, Daniel Blake, la extraordinaria Sieranevada, del rumano Cristi Puiu, Personal Shopper, de Olivier Assayas, y Una serena pasión, del británico Terence Davies, fueron otras de las creaciones de autores consagrados que encontraron su lugar en el apretado cronograma de estrenos. Un hecho curioso de esta temporada fue la creciente presencia de films de origen israelí, una cinematografía de escala mucho menor que, por ejemplo, Japón, país muy poco representado en nuestras pantallas. De Israel llegaron largometrajes como Entre dos mundos, de Miya Hatav, Una semana y un día, de Asaph Polonsky, Asuntos de familia, de Maha Haj, y la notable Personas que no son yo, de la debutante Hadas Ben Aroya, que había ganado el premio a Mejor Película en el Festival de Mar del Plata 2016.
El cine estadounidense off Hollywood –es decir, alejado de las franquicias multimillonarias, las superproducciones y los nombres más respetados o prestigiosos del mainstream– tuvo relativa suerte en el año que termina. Es una verdadera suerte que títulos como ¡Huye!, la notable comedia de terror del debutante Jordan Peele, o la más reciente The Disaster Artist - Obra maestra, dirigida y protagonizada por James Franco, hayan tenido un lanzamiento comercial, ya que se trata de películas “de nicho”, para usar la terminología del negocio –es decir, destinadas a un público minoritario–, y muchas veces las casas locales de los grandes estudios deciden pasarlas flagrantemente por alto. El caso de La ciudad perdida de Z, del realizador James Gray, es muy diferente: la nueva distribuidora independiente Digicine anunció no menos de tres fechas de lanzamiento a lo largo de 2017, pero todo parece indicar que, finalmente, nunca llegará a las salas de cines argentinas y seguramente encontrará su destino final en el cable o alguna plataforma de cine a demanda. Una verdadera pena: producida de manera independiente, pero con un nivel de producción importante y más de un atractivo comercial (v.g.: Robert Pattinson en el reparto), Z se transformó en otra víctima del canibalismo del mercado del cine en nuestro país.
Los unos y los otros
La aparición durante el último semestre de algunos jugadores nuevos en el terreno del así llamado “cine de autor” o “cine-arte” –encasillamiento tan discutible e incluso absurdo como el del “cine de entretenimiento– sumó algunos títulos más a la diversidad de la cartelera. La empresa SBP, por caso, usualmente dedicada al lanzamiento de películas de terror, comenzó a sumar títulos europeos –en particular franceses e italianos– a su agenda, incluyendo títulos valiosos como la recientemente estrenada Luna, una fábula siciliana, de los realizadores Antonio Piazza y Fabio Grassadonia. En cuanto a los números del negocio de la distribución independiente, la brasileña Aquarius, con dirección de Kleber Mendonça Filho y el protagónico de Sonia Braga, rozó los 36.000 espectadores, un muy buen número para un film de esas características, y el film de animación para adultos Loving Vincent superó los 50.000, una performance poco menos que excepcional.
“Las cifras generales del cine fueron aceptables”, afirma Carlos Pascual María Zumbo, responsable de la distribuidora Z Films, al ser contactado por PáginaI12. “También para nosotros, pues tuvimos varias películas que anduvieron bastante bien. Aquarius con 36.000 espectadores, El porvenir con 26.000, Sieranevada con 10.000 y El bosco, el jardín de los sueños con 12.000. Hubo también varias de distintos colegas que disfrutaron de una buena repercusión, como El otro lado de la esperanza, Dulces sueños, El amante y Loving Vincent. Sin embargo, en líneas generales, resulta muy difícil mantener una estructura de distribución lo suficientemente rentable: depender solamente del lanzamiento en salas de cine es una perspectiva, por un lado, muy riesgosa y, por el otro, no completa bien la ecuación económica, ya que el dvd es inexistente, el video on demand paga muy poco y en televisión ya no compra nadie”. La novedad de que el Incaa ya no subsidiaría el temido VPF (N. de la R.: Virtual Print Fee, un “impuesto” que las salas de cine les cobran a los distribuidores por haber digitalizado la exhibición) sorprendió en el mal sentido a muchos distribuidores. “Por suerte el tema de la devolución del VPF para films extranjeros se prorrogó hasta marzo”, dice Zumbo, aunque todavía nadie sabe cómo continuará la historia vencido ese plazo.
Sin embargo, lo que más parece preocupar a Carlos Zumbo es otra cuestión, si se quiere, más de fondo: “Siguen faltando complejos especializados en cine arte y la creación de nuevas audiencias que puedan revertir la alarmante tendencia del público a darle la espalda a los films más difíciles. Las películas de autor tienen un público cuya edad, en promedio, está entre los 50 y los 80 años”. La reapertura de la Sala Leopoldo Lugones hace algunos meses sumó un poroto al exiguo circuito de salas de exhibición alternativas o independientes, al margen de los grandes complejos. Pero no parece ser suficiente. Para Guillermo Cisterna Mansilla, socio gerente y programador de las salas Bama en el centro porteño, “fue un año de pocos éxitos en los estrenos independientes. Sorprende la caída que sigue habiendo en las cifras promedio de las distribuidoras locales. A pesar de eso, en los últimos meses de 2017 se incorporaron nuevos jugadores en la distribución local (SBP, Digicine, BF+ París, Maco). Para el BAMA fue un año apenas más interesante que el anterior, donde los éxitos en gran medida pasaron por el documental, sorprendentemente”.
Confirmando esa particularidad que no suele darse todas las temporadas, en las salas de la diagonal cercana al Obelisco la película más vista durante el año fue El bosco, el jardín de los sueños, seguida por El otro lado de la esperanza, la última gran película del finlandés Aki Kaurismäki, y Art of Life, el documental sobre la obra de David Lynch, ingeniosamente estrenado durante el pico de popularidad de la tercera temporada de Twin Peaks. “Puede sonar un poco antipático lo que voy a decir”, previene Mansilla antes de disparar, “pero en la segunda mitad de este año se notó un efecto aluvión, donde todo el material disponible se acumuló excesivamente. Hubo semanas de cuatro o cinco estrenos pensados para un mismo público, de manera que terminan pisándose, anulándose mutuamente. Eso no permite al exhibidor desarrollar bien el lanzamiento, sobre todo cuando se quiere sostener en el tiempo a la película. Salvo excepciones (algunos casos en los cuales la distribuidora asigna algo más de presupuesto en publicidad) se entregan a la suerte de las críticas y apoyan el estreno de manera pobre, en Facebook y poco más. Para el exhibidor eso no alcanza y el público no se entera. Pero entendemos que las ecuaciones del negocio no ayudan, desde luego”. Una nota algo pesimista que anticipa un 2018 quizás más duro, aunque la esperanza en estos días de brindis y deseos siempre se renueva.