El 2017 será recordado con un nombre y apellido encerrado entre signos de preguntas: del dónde está a qué pasó, Santiago Maldonado talló en nuestra conciencia moral interrogantes fundamentales para sumarle discusión social a la política y económica en un año –electoral– intenso, donde el joven ahogado en el río Chubut tras la represión de Gendarmería Nacional a una protesta mapuche perforó la agenda y nos obligó a definirnos de qué lado preferimos estar.
El premeditado reduccionismo pasional de un caso racionalmente denso banalizó la discusión, aunque cooperó para testear los propios relieves de sensibilidad. ¿Hasta qué punto es saludable que lo ajeno resulte indiferente? Como pocos episodios en la bicentenaria Argentina, el caso Maldonado –que recientemente sostuvo su carátula de “desaparición forzada” por determinación del juez de la causa– dividió aguas, calentó discusiones, arruinó reuniones y rompió relaciones de larga data.
Y así como desde el Gobierno para abajo muchos prefirieron creer que Maldonado estaba escondido en Chile (desafiante remix del “están vivos y en Europa”), otros optaron por lo elemental: cuestionar el brazo represivo de un gobierno propenso a disponer de él toda vez que desea subrayar la pérdida de derechos civiles y el achicamiento del Estado.
El año comenzó con la Policía entrando a punta de pistola a un comedor infantil y terminó con la inhumana represión de todas las fuerzas de seguridad mientras se trataba la vergonzosa reforma previsional. En toda lógica de mercado se aspira por curvas ascendentes y la de la violencia institucional termina el año en alza, dato peligroso para un país dirigido por CEOs obsesivos de los powerpoints.
“Hay que volver a la época en la que dar la voz de alto significaba que había que entregarse”, trascendió que dijo el presidente Macri. No fue en Villa La Angostura, donde tanto vacacionó durante 2017, sino en una reunión de Gabinete. Los ministros lo miraron y parece que ninguno dijo nada memorable. Sólo quedaron inquietantes preguntas en el aire: ¿Entregarse a quién? ¿A la Gendarmería que arrinconó a Maldonado hasta el ahogo? ¿A la Prefectura que asesinó a Rafael Nahuel en Bariloche? ¿A la Policía que sofocó y abusó de mujeres, ancianos y ajenos en la zona del Congreso? ¿O a los amigos de toda la vida que se dejaron colonizar el cerebro y aplauden esta regresión a lo más oscuro de nuestra historia?