Y así volvió a darse un día en el que los cencerros, las ollas y las botellas de plástico vieron anularse sus utilidades de origen para la música, los guisos y la preparación de fernet en pos de un bullicio popular y solidario, ese espontáneo cacerolazo que atronó las calles desde el epicentro de la Plaza de los dos Congresos hasta lo más alejado del obeliscofílico ojo mediático.
Hasta esa noche, todo soreteada, inconciencia y apatía social, represión, infiltración y despelote, tongo y cash, mucho cash estrujado a los más flacos y puesto en la tanga de los más pesados culos; un circo nefasto de obediencias políticas debidas y manos alargadas de un Gobierno que pensó que nadie lo pararía. Es cierto, no pudimos bajar la reforma. Ni con nuestras marchas y corazones abiertos a los viejos y los pendejos, que somos todos pues el primal gateo y el ulterior rengueo nos equiparan a todos, menos aún con nuestros posteos y memes. Tampoco aquellos otros con sus piedrazos.
Pero después de esa noche algo se recompuso. Cierta retícula social, de empatía y voluntad, también de resistencia y humildad, hasta de Humanidad, volvió a enhebrarse con un tintineo de los metales que como flauteada hindú hizo de los hilos del tejido social serpientes devueltas a la madeja y a la manada. Y eso tiene que ver con cómo la expresión social es la que le aporta sentido a la historia, rectificándola o ratificándola.
Hasta allí el malestar era porque uno de cada dos equis cruzado en cada boliche, aula, cancha o restorán había optado por un Gobierno nefasto, con inescrupulosas medidas proselitistas, miserables recortes de derechos, insoportables gestos de ignorancia y sobradas pruebas de abuso. Después, y cuánto importa el después, entre los cascotes y los casquetes, en la calle nos dimos cuenta de que ahora la cuenta da distinta: uno de cada dos son los que no están dispuestos a seguir permitiendo el pisoteo y el pistoleo como políticas de Estado. Y lo más efervescente de la ecuación es que aquellos otros que genuinamente confiaron ya se dieron cuenta de la estafa.
Al palito de abollar ideologías y sus formas –de diario enrollado, micrófono de noticiario o en sus días más libertinos de escopeta de perdigones de goma– se le opusieron el tenedor y los palillos, los llaveros y las bocinas; música del gueto y del respeto. La música que nos volvió a hacer libres. Ayer nos cagaron, sí, pero mañana es mejor.