Al principio pensé que estos muchachos le hablaban a una generación a la que no pertenezco. En una entrevista que no terminé de leer me enteré de que uno de ellos hacía maratones interminables de videojuegos, y yo ya había escuchado en una de sus canciones la frase “Pa, necesito un poco de plata”. Fue mi primera asociación sobre ellos: grandulones medio hinchapelotas que viven con sus viejos y juegan a la Play todo el día. Asumí que eran el juguete recién estrenado del periodismo musical, que a veces compite consigo mismo por darle rosca a grupos que no conoce nadie, cosa de después escribir una historia épica que justifique todo (y de paso ganarles a los demás periodistas).
Todavía no tengo claro por qué fui a ver a El mató a un policía motorizado cuando tocó en el Teatro Vorterix el miércoles 9 de octubre. Quizás porque, unos meses antes, de casualidad sonó en la radio el tema Un mundo extraño, de La síntesis O’Konor (recientemente seleccionado como el mejor disco argentino del año en la encuesta que este suplemento hace entre músicos) y me gustó que el cantante dijera: “No sé qué pasa en este lugar, todo el mundo es más joven que yo”.Esa noche fue así: casi todos más jóvenes que yo, aunque también muchos recién aterrizados de la franja 30-40 y pico. En el pogo de El Mató, más cariñoso y conectado que el de cualquier recital de rock al que haya ido hace mil años, se armó una gran olla de millennials, centennials y treinticuarentañeros melancólicos y querendones.
Pero cuando sonó El tesoro, del último disco, ya no había diferencias de edad. Me pareció que estaba sonando la canción de amor más hermosa del planeta. Esa noche escuché por primera vez esa frase genial, la declaración dulce y precisa de un hombre enamorado: “Cuidarte siempre a vos en la derrota. Hasta el final, el final”. El escritor Walter Lezcano, quien escribió un libro sobre la trilogía fundacional de la banda, opina que “es una letra que interpela a varias generaciones”.
El Mató hoy no es novedad. No es lo último de lo último. Tienen un recorrido de más de una década que los hizo girar por Sudamérica, Estados Unidos y Europa. En Buenos Aires reventaron todos los boliches esperables, la rompieron en festivales, y se pusieron a tiro de hacer un Luna Park. Pero, lo más importante, y esto es un regalo que no tiene edad, escribieron la canción de amor más linda del año.