El siglo XXI se presentó como un desafío para la música: la industria había cambiado con la consolidación de internet en lo cotidiano y la circulación constante de música en la red erosionó el rol de las discográficas y los estudios de grabación, y propició el intercambio de material, el acceso inmediato a músicas antes impensadas y la expansión de escenas. Y facilitó la autogestión. En este marco, también entró en tensión el abordaje de los géneros o estilos musicales. Las nuevas generaciones de músicos, de manera natural, se vieron influenciadas por sonidos que excedían las de su región de origen. El entorno se amplió. Comprendieron que para enriquecer y actualizar su música podían beber de otras fuentes sin por ello desprenderse de la raíz o desconocer su identidad. Así, en estos años afloraron carátulas como “rock mestizo”, “rock folklórico”, “folk-rock”, “fusión” u otros. Más allá de las etiquetas, los cruces entre escenas, músicos de palos diversos y sonidos se volvieron parte del paisaje cotidiano.
Hace unas semanas, el productor y DJ Pedro Canale (Chancha vía Circuito), artista clave del sello ZZK y el compositor y acordeonista misionero Chango Spasiuk coparon Niceto Club con polkas electrónicas. Desde Formosa, bandas como Nde Ramírez y Guauchos lograron integrar de manera natural la música urbana (rock y psicodelia) y la folklórica (chamamés y chacareras). En esta misma línea, en Buenos Aires, Duratierra acaba de publicar un disco, Cría, en el que se desdibujan las fronteras entre los géneros. Algo similar a lo de Valbé, inquietante y poderoso trío entrerriano dueño de un vibrante pulso rocker bañado con la dulzura del río Paraná y en diálogo fluido con cantoras de tierra como la catamarqueña Nadia Larcher.
Por el NO también pasaron las experiencias de Arraigo y Raza Truncka, que mezclan de modo orgánico bombos legüeros con baterías al palo y heavy metal. En su nuevo disco, Lo perdido, el cantautor platense Diego Martez llevó su música a otros horizontes, por ejemplo, con el canto ancestral y litoraleño de Charo Bogarín. La mendocina Mariana Päraway desde hace rato viene demostrando que su música excede los territorios y los definiciones genéricas. Y lo mismo Los Espíritus, banda de base rockera que se abre a la poética latinoamericanista y a las enseñanzas chamánicas de la Abuela Margarita. La música parece estar en movimiento y en transición.