Una pista de esquí bajo techo en medio de la selva amazónica, el enviado parisino de un imaginario Ministerio de los Estándares a la Guayana Francesa, un peligroso derrotero en medio de la naturaleza más salvaje. Esos son algunos de los elementos nucleares del nuevo largometraje del francés Antonin Peretjatko, que ya en su anterior La fille du 14 juillet había demostrado una afición por la comicidad disparatada, deudora tanto del absurdo como del slapstick clásico, sin olvidar la sátira política. También pueden hallarse trazos y rastros del arte de Jerry Lewis y Peter Sellers –por citar apenas dos ejemplos–, además de ciertas ligazones con esa tradición rotundamente gala iniciada por Philippe de Broca con películas como El hombre de Rio. Aquí, sin embargo, no parece haber demasiado lugar para el heroísmo, al menos en su vertiente más convencional. Repitiendo en el reparto a Vincent Macaigne, cuya persona cinematográfica parece encarnar a la perfección la versión francesa del típico loser (recordar, por ejemplo, la recientemente estrenada Noticias de la familia Mars), y la actriz Vimala Pons, La ley de la jungla suma en un papel secundario, pero esencial, al multifacético Mathieu Amalric, aquí en las antípodas de sus roles dramáticos más prestigiosos.
Amalric es precisamente quien abre el juego: embajador del gobierno central de Francia en tierras sudamericanas, su discurso de inauguración de una estatua de la mismísima Marianne es abortado por un helicóptero en inoportuno descenso. La secuencia de títulos –que pasan por la pantalla a velocidad crucero, anticipando el ritmo frenético de la película– presenta a esa misma efigie en vuelo sobre la selva, prima lejana del Cristo aéreo de La dolce vita, aunque con un final bastante menos glamoroso. Corte a París, donde un tal Marc Châtaigne (Macaigne), pasante del gobierno a pesar de sus 40 y pico de años, es enviado de inmediato a la Guayana luego de una sostenida bajada de línea patriótica de un secretario del ministerio, abierto defensor de las bondades colonialistas del pasado remoto y reciente. Más de un momento cómico durante el primer tercio de metraje puede pasar de largo si el espectador parpadea en el instante menos adecuado y el contenido, en muchos casos, surge de aspectos muy puntuales del ser nacional. “Luis XIV nos enseñó a meternos en deudas. Estamos predestinados a no ser rentables”, explica sucintamente el ministro antes de entregar algunos detalles del proyecto de resort invernal menos lógico del mundo.
La dupla de inopinados aventureros se completa con otra pasante, Tarzán (Pons), encargada de transportar a Châtaigne al terreno donde tendrá lugar la construcción. Pero antes de que el inspector pueda verificar la aplicación de la norma ISO 9001 –incluida la indispensable nieve falsa–, terminarán perdidos en medio del desierto verde, víctimas de arañas gigantes, serpientes venenosas, un mono ladrón de celulares y la inquietante presencia de un grupo armado de anarquistas. Con momentos efectivos y otros un tanto desabridos, La ley de la jungla no pierde oportunidad de disparar gags a mansalva, incluyendo el uso de la cámara rápida y los efectos de sonido de audioteca en una secuencia de lucha a puñetazo limpio (flor de anacronismo), la aparición inesperada de Jean-Michel Jarré en la banda de sonido, una escena de sexo desesperada que utiliza la elipsis como remate humorístico, algo de gore literalmente cerebral y varios personajes secundarios diseñados para el golpe cómico, como el más implacable de los inspectores de hacienda. El octavo puesto en la lista de las mejores películas del año pasado según la revista Cahiers du Cinéma parece un tanto exagerado, aunque hay algo irresistible en la tendencia del film de Antonin Peretjatko a no abandonar nunca la excentricidad old school que corre por sus venas.