“Nuestra veta fascista tiene sus dirigentes, pero tiene también muchos voceros en las calles, hombres o mujeres comunes y corrientes que de pronto se entreveran en conversaciones en las que piden matar a unos cuantos. La muerte es una de nuestras tradiciones. Una pulsión argentina que se regodea en soluciones finales.
“Hubo una época bastante reciente en la que mataron. A todos los que pudieron. Y hubo uno o dos años, durante y después del Juicio a las Juntas, en los que el horror sacudía las almas porque se supo y se publicó. Habían hecho cosas como tirar a la gente viva de los aviones o como robarse los bebés de las mujeres que asesinaban, apenas los parían. Eso no es de izquierda ni de derecha. A veces uno se pregunta, en este país jodido, si acaso es só.ode izquierda o peronista haberse quedado atravesado por la decisión de ‘nunca más’. Este año, uno ha tenido la sensación de que si apareciera un liderazgo bestial, tendría sus bases en esa gente que tiene mucho y no quiere perderlo, o en los que tienen muy poco, quizá un freezer y un auto, o una casa propia y un plazo fijo en el banco, y sin embargo arengan la muerte de los que tienen menos que ellos”.
El año al que se refieren estos dos párrafos es el 2009, cuando fueron publicados en la contratapa “La mejor parte del amor”, que hablaba de la recuperación de nietos. La había olvidado. Le debo a Carlos Semorile haberla recuperado y puesto en contexto, la semana pasada, cuando todavía no habíamos presenciado ninguno de los tremendos paisajes que le han cambiado la cara a este país. Semorile le puso el título en un posteo porque eso fue lo que releyó: “Liderazgo bestial”.
El país que presenciamos, olimos, soportamos azorados e indignados, es la contracara del país del que nos despedimos el 9 de diciembre de 2015. La fiesta colectiva de los kks era según se ha escrito entonces “de gente fea”. Pero era una fiesta en paz. Visto ahora, de extraordinaria, profunda paz. Los bebés y los niños de las fotos quedan como garantes de la seguridad que se sentía al ir a esas concentraciones cuyo clímax fue el Bicentenario. Millones en las calles y ni un solo incidente.
El país que irrumpió estas semanas es el de los pertrechos, la tecnología comprada a destajo en estos dos años para ser aplicada en el disciplinamiento social. Vimos escenas protagonizadas por diversas fuerzas de seguridad, con una decisión adquirida de hacer mal, de hacer daño, de un sadismo que no recordamos. Porque era un sadismo explícito, para ser fotografiado, para ser reproducido, para ser propagandizado. Hakas militarizados, policías persignándose antes de reprimir, una moto pasándole por encima a un pibe cartonero y deteniéndose sólo para volver a pegarle, un anciano solo la cuadra del Instituto Patria gaseado a cinco centímetros de la cara por un policía en moto que se detuvo a darse ese gusto. Porque era con goce. La droga del odio. Presenciamos cómo actúa la droga del odio.
Yo no había reparado mucho cuando escribí esa nota en esas dos palabras. Liderazgo bestial. Era 2009 y ya asomaba algo, esa sed de revancha. Y hoy, como si fueran mamushkas, nos ha tocado esta sincronía explosiva de liderazgos: en la Argentina gobierna Macri y en Estados Unidos gobierna Trump. Están de acuerdo en usar al mundo, sus recursos y sus habitantes, para hacer mejores, descomunales, inmejorables negocios. Tienen en mente negocios que los deslumbran, porque manejan todo, lo público y lo privado, y adaptan lo público a los intereses superiores de lo privado. Esa es la lógica de nuestras desgracias como pueblos, y hoy más que nunca somos los pueblos los que estamos siendo interpelados por un poder desconocido hasta ahora, ni en este país ni en la región, que es el poder de la guerra. Los países que se mantuvieron en la Alianza del Pacífico, a los que nos sumamos en esta nueva geopolítica, no sólo se abren al libre comercio: se entregan como territorios a los que la guerra es exportable desde cualquier otro lugar del planeta. La Unasur, la Celac, el Mercosur eran organismos que tenían a la paz como eje. Era la política el instrumento para el acceso al poder y a esas reglas nos sometimos siempre. Macri ganó por un punto y medio.
Pero esa maldita sincronía nos ha cambiado todo. No nos ha mejorado la vida, la ha llenado de preocupaciones nuevas. Vivimos preocupados y en alerta. Por la falta de trabajo, por la falta de salud, por la falta de dinero, porque no tenemos planes ni tenemos certeza de que a nuestro hijo no lo parará la policía. Porque la policía es ésta que conocimos esta semana. Alzada. Odiadora. Colocada.
Llegó el liderazgo bestial, y el mundo está a su merced. Son pocos que quieren desoír a millones. El liderazgo les durará lo que esa base social tanática que conocemos bien los sostenga. Hoy es entretenida por vergonzosos sinsentidos dichos una y otra vez en la televisión. Hasta han repetido que hubo cacerolazos en contra y a favor, como si en algún lugar del mundo y alguna vez las cacerolas hubieran sonado a favor. Pero no pasará mucho tiempo hasta que la desgracia se filtre como agua debajo de las puertas de los que todavía consienten que sufran los otros.
En aquella contratapa de 2009, al final, les dedicaba esa nota a las Madres y a las Abuelas. Porque frente a esos sectores que siempre encuentran la muerte como la única de las soluciones que los sacian, ellas nos ofrecieron desde hace cuatro décadas la alternativa. El macrismo nos dice todo el tiempo que era mentira que teníamos derecho, los trabajadores, al bienestar. Se refiere a tener una casa, o un auto, a mandar a los chicos al colegio, a irse de vacaciones, algunos, o a comer tres veces por día los demás. Necesita inculcarnos un complejo de inferioridad. No sólo no somos inferiores, sino que fue y es desde los sectores populares que se practican en la vida diaria la mayoría de los “valores” que las elites siempre se atribuyeron.
Y frente a la fuerza y la violencia, venía esa contracara que son en nuestra cultura las Madres y las Abuelas. El agradecimiento vale otra vez, por “por haber tramitado su dolor con lucha, y no con venganza. Por haber pedido siempre justicia, y haberse avenido a la mala, la poca, la lenta justicia que obtuvieron. Por haber estado dispuestas siempre a ofrecer a sus victimarios las garantías que sus hijos y sus nietos no tuvieron. Porque a pesar de sus diferencias y de sus líneas internas, siempre todas se pararon allí, en ese escalón que separa la civilización de la barbarie. Y porque en este país que aún conserva su horrible pulsión hacia la muerte, ellas la saltaron, se sobrepusieron, la reciclaron, la gestionaron hacia la vida. Porque son parte de lo mejor que somos, y somos peores si lo olvidamos”.