Desde la inauguración democrática de diciembre de 1983 hasta la fecha, el universo gay urbano argentino supo edificar una zona de seguridad y de resguardo. El área segura incluye el acceso a derechos elementales como transitar visiblemente gays por las calles, concurrir a boliches sin ser molestados, a casarse. “¿De qué se quejan estos. Ya tienen lo que querían. Se pueden casar y hasta pueden adoptar chicos”, es un comentario frecuente en las redes sociales y en la mesa familiar de Navidad y Año Nuevo.
No es secreto, de todos modos, que aún dentro de la zona segura persisten resabios de las peores épocas. La palabra “puto” se sigue usando de manera insultante en el barrio y en la cancha, aunque por lo general no es más insulto que la vulva de la madre (de quien fuere). Un genérico, un sentido figurado. El clásico puto/puta como lugar abyecto, sin mucha vuelta intelectual.
El insulto, décadas atrás, habilitaba a golpiza segura. Un grupo de varones heterosexuales se consideraba con todo derecho de moler a palos al marica. Era hecho habitual en el puerto de Buenos Aires. Inadi y derechos mediante, el panorama se fue modificando. El mundo circundante se volvió más habitable para los muchachos, o al menos más hablado y menos actuado.
Del otro lado de la zona segura se ubican las travestis, en riesgo permanente por falta de oportunidades que las condena a la pobreza y la estigmatización, la lesbiana chonga clase obrera o marginal, la marica sin recursos. La zona segura abarca al gay de clase media para arriba, instruido, de tipo físico tirando a europeo, buen consumidor. Ese es el sujeto a quien se abre Buenos Aires como Ciudad Gay Friendly.
Sin embargo, la franja de aguas mansas ya no lo es tanto. El ataque que sufrieron tres gays jóvenes y de clase media (Juan, Hugo, Guillermo), en pleno desarrollo de la última Marcha del Orgullo en Buenos Aires, señala una línea de quiebre. La frontera se corrió. (De más está decir que si la frontera se corre, ¿qué queda para lxs de más abajo?)
El ataque se produjo en una transversal a la marcha, la calle Montevideo. A 30 metros de Plaza Congreso, recién comenzaba a anochecer. En una convocatoria de 200 mil personas, tres varones heterosexuales se atreven a correr con un palo de hockey -que pasaban de mano en mano todo el tiempo- a cuanto gay se le cruzaba, al grito de ¡puto! A Juan le partieron el palo en la cabeza, a Guillermo en la espalda y a Juan le metieron un golpe con los nudillos en la nuca. Reaccionaron las lesbianas jóvenes, que salieron a correr a los agresores para desarmarlos y los obligaron a esconderse en su casa. La policía protegió a los atacantes y detuvo solamente a uno. Proteger quiere decir, en este caso, armar una línea de infantes con cascos y escudos y amenazar con un carro hidrante a lxs que cercaron la casa para impedir que los agresores escapen.
Es que las tortas ya habían sido excluidas de la zona segura el 7 y el 8 de Marzo, en la previa y durante la marcha por el Día Internacional de las Mujeres. Un grupo fue apresado el 7 de marzo por hacer pintadas. Lesbianas y bisexuales arrestadas al día siguiente, en redadas realizadas en pizzerías y en la calle dos horas después de la desconcentración. Este segundo grupo, golpeadas, alguna desnudada y filmada. Las lesbianas protestaron contra estos hechos en marchas posteriores. Y cuando detuvieron a Mariana por conversar, fumar y darle un beso a su esposa Rocío, hubo dos manifestaciones de protesta, una en Tribunales y otra en Constitución.
En La Plata hace mucho que los gays son atacados a golpes de puño, cadenazos, pedradas y baldosazos. Diciembre comenzó en Buenos Aires con el ataque de 8 patoteros contra el rugbier Jonathan, que terminó internado y con riesgo de perder un ojo. Ocurrió en la puerta del Mac Donald’s de avenida Córdoba y Medrano, a las 7 de la mañana. A lo de Buenos Aires se suman los ataques constantes -con golpes de puño, cadenazos, piedrazos- que sufren los gays en La Plata.
Sigue estrechándose la zona segura y mullida. Un espacio que se ganó peleando, no vino de regalo. Es algo fácil de olvidar cuando la película viene tranquila. Pero si los reflejos se adormecen cuando tocan la campana, los malos triunfan de taquito y con los ojos cerrados.