Hablemos de Birmingham. Hablemos de un año en especial, 1919. Hablemos de gitanos y de mafias, y entonces ya estaremos sobrevolando y respirando la pesada atmósfera de Peaky Blinders, la serie de la BBC que acaba de lanzar su cuarta temporada.
Todo cuanto se pueda reseñar en torno de Peaky Blinders debe comenzar, en forma ineludible, por su gran cortina musical, que le otorga una fuerza y un marco sin igual. La canción "Red Right Hand", de Nick Cave & The Bad Seeds, posee la densidad envolvente que la serie impone desde la primera escena, desnuda la oscuridad de la trama, suena a un arma amartillada a punto de ser disparada, e incluso cada tanto ese disparo llega, y sacude al espectador con una campanada de alerta que atraviesa sus sienes de lado a lado.
Desde ese punto de partida, todo puede suceder en esa Birmingham en la que la Gran Guerra acaba de concluir y ve cómo le son devueltos algunos de sus hijos, convertidos en enfermizos héroes a los que les cuesta acomodarse a esa segunda revolución industrial.
Todo lo sombrío, todo lo lúgubre de esa guerra ahora lejana, allá en las trincheras francesas del Somme, de Verdún, se cuela en la oscuridad de Birmingham, a la que no por nada se la conoce como "el taller del mundo".
En cada calle, en toda factoría de la ciudad portuaria surgen medidas explosiones, llamas volátiles como las vidas de quienes trabajan a destajo en ellas para ganar unos pocos chelines, horadadas sus caras por la metralla de una paz que explota, ajados sus rostros por el hollín de un desarrollo que los verá morir luego de haber sobrevivido a las balas dum dum y el gas mostaza de los austrohúngaros y alemanes.
¿Quién querría, al volver de esos pantanos de barro mezclado con mierda y sangre humanas, hacer fila en los muelles de Birmingham en busca de un empleo miserable? No Thomas Shelby, denlo por seguro.
Definitivamente, el joven Tommy no cree una palabra del evangelio capitalista, pero está dispuesto a transitar el sendero que describe la biblia negra y sin estrellas del realismo de mercado, que no derrama nada y depara beneficios al más fuerte de la jungla.
Ser gitano, en cualquier lugar del mundo, es un problema. En Inglaterra de comienzos del siglo XX no cabe excepción a esa regla, y Birmingham tiene su propio manual al respecto. No hay discriminación contra los gitanos: todos los desprecian. Irlandeses, judíos, italianos, ingleses de pura cepa, todos ellos tienen algo que aborrecer de estos tíos que, encima, tiene un orgullo y una altivez que los hace más odiados.
Los Shelby son gitanos, aunque una de sus ramas es más proclive a las usanzas y costumbres de su pueblo. Tommy y su clan tienen modales más british, pero la furia de su accionar nada tiene que envidiar a sus parientes tribales.
La familia es una banda que se hace llamar Peaky Blinders. Y se dice que ese nombre la pandilla existió realmente surgió de la costumbre que tenían sus miembros de coserse hojas de afeitar en los bordes de sus gorras inglesas y, claro, adivinaron, usarlas como letal armamento casero.
Tommy no es el mayor de los hermanos, pero claramente es el jefe del clan, que completan el mayor de todos, el inestable Arthur, el pequeño John, la rebelde hermana Ada y la tía Polly, quien de algún modo tiene a su cargo establecer cierto equilibrio entre tanta desmesura.
La barriada industrial de Small Heath es el escenario donde la bandurria gitana a partir del talento criminal de Tommy quiere pasar de ser un hato de pendencieros que ganan dinero con pequeñas apuestas clandestinas a un clan que domine primero la ciudad y luego poder dar el salto hacia Londres, de la que sólo los separan menos de 200 kilómetros.
Los esperan batallas contra italianos, irlandeses, judíos, y los aguarda el Servicio Secreto de la Corona, que envía a uno de sus jefes, de estrecha relación con Winston Churchill, quien ya andaba haciendo de las suyas en la alta política británica.
Para quienes quieren algo más que violentas refriegas entre gangsters, la serie está atravesada de punta a punta por el devenir político de una época tumultuosa. La intensa rebelión en el Ulster, con la aparición del IRA; la todavía reciente revolución bolchevique que amenaza diseminarse por el Reino Unido, donde los comunistas son perseguidos a mansalva; las heridas políticas que dejó la Primera Guerra Mundial, todo ello es el telón de fondo de una saga cuya ambientación y vestuario rozan la frontera misma de la perfección.
Las actuaciones no se quedan atrás. Pese a su tendencia hierática, Cillian Murphy interpreta a Tommy Shelby en modo magistral. Paul Anderson construye artesanalmente a Arthur, un desequilibrado personaje que llega a definir su estado confesando que su mente da barquinazos de una orilla a otra de su cabeza. Tom Hardy es Alfie Solomons, el capo de la mafia judía de Birmingham. La inmensa Helen McCrory encarna a la tía Polly Gray, y un veterano Sam Neill brilla en el rol del mayor del Servicio Secreto de Su Majestad, Chester Campbell.
Para la cuarta temporada, cuyo estreno en Gran Bretaña se produjo el pasado 15 de noviembre, se incorporaron dos pesos pesado: Adrien Brody, el intérprete de El Pianista, y Aidan Gillen, conocido por su papel de Meñique en Game of Thrones.
Y la música de Peaky Blinders no se agota en Nick Cave. De su última producción antes de morir, por ejemplo, se puede escuchar la maravillosa canción "You Want It Darker" de Leonard Cohen. Pero también desfilan desde Radiohead hasta PJ Harvey, y suenan con inusual fuerza Jack White, Arctic Monkeys, Dan Auerbach, The Rancoteurs, Tom Waits y Johnny Cash.
El lanzamiento de la cuarta temporada en la Argentina, en la plataforma Netflix, fue anunciada para el 21 de diciembre, pero aún los fans se encuentran en la dulce espera.