Amigues, esto es un hecho: las micromachiruleadas se reproducen como hongos después de la lluvia para estas fiestas y eso es un engorro, sí, pero a no desesperar, que con una cuota de feminismo indiferente, los cuerpos en modo selectivo, el ojo puesto en la invitada/o/e más dispuesta/o/e a los placeres de las frutas secas y de las otras, y un considerable reguero de sidra bien argenta, ninguna expresión miserable podrá detenernos. ¡Vamos!, que como dice Os Paralamas, la vida es corta y la noche es larga, y como afirmaba allá lejos y hace tiempo nuestra eterna gurú, Maru Bon Bon, “salud amigos y amigas, sed felices mientras se den cuenta, que después dará lo mismo”.
El macho cooperativista. Tiene la habilidad de hacerte creer que todo lo hacen entre los dos, cosa especialmente notoria para las fiestas de fin de año, cuando en realidad él se limita a coordinar los frentes y vos sos la que labura. El tipo genera preguntas tales como “¿Qué les compramos a mamá y las tías?” “¿Ya le avisamos a mi hermano que traiga el vitel toné?”, “¿Qué cocinamos para el 31?”, “¿A quiénes nos falta saludar por whatsapp?” Para cuando te diste cuenta del tiempo que llevabas en esa trampera, el estresaso ya te envolvió como a un paquete. Manipulación pura y dura.
El exterminador. Cada año para esta fecha condenadamente familiar te dan escalofríos sólo de verlo acercarse, no porque se trate de un ser oscuro sino porque el hermano cuarentón de tu cuñada es una bestia sudada que aún vive con su madre, le da a las drogas duras y se dedica a estrujar a las mujeres en abrazos trituradores de escápulas, omóplatos y esternones. Cuando la indignación está por impulsar tu rodilla derecha hacia sus testículos, al muy cretino se le llenan los ojos de lágrimas y te dice que el aplastamiento es por la emoción de verte en estas fiestas. Cínico opresor.
El carcajeador. Tío segundo que se niega a obsequiarnos con la dicha de morirse de una vez por todas, el susodicho sobrevive en cada mesa navideña con la deleznable cualidad de una alegría desbordada dirigida… una vez más a las mujeres, obvio. El individuo es un contador de chistes arcaicos y nauseabundos de los que sólo él ríe a gritos, siempre acompañado de una mano pesada que cae sobre la pierna de alguna de sus víctimas de ocasión, no para recorrerle el muslo sino para aplaudirlo con vehemencia hasta el próximo chiste. Un asco.
El falso disminuido. Podría ser cualquiera de los que componen la rama masculina de la familia, pero por lo general el sayo le cabe a la pareja/acompañante/novio/marido/concubino. ¿Hasta cuándo va a seguir dando una tarjeta pedorra con leyenda “Vale por lo que quieras”? Encima, cuando una levanta la cabeza y se encuentra con esos ojos acuosos de vaca sojera, agrega (¡sonriendo!) “Prefiero que elijas algo vos porque yo no sé qué comprarte”. Ah, tampoco sabe qué comprarle al resto de lxs integrantes de su entorno. Adivinen quién se encarga de esos menesteres.
El represivo. Son cerca de las tres de la mañana, la voz de Shakira perfora tímpanos desde el canal latino y todes bailan, chupan y transpiran como elefantes en cajitas de fósforos. El sonido es insostenible, el split no da abasto, esa comunidad festiva ya está escupiendo demasiado cada vez que silabea frases irreproducibles y el aturdimiento de él va in crescendo. Pero oh casualidad, cuando te acercás amorosa a susurrarle algo al oído para arrancarlo de ese infierno te chista como si le estuvieras cantando la marcha de San Lorenzo a dúo con Valeria Lynch. Y encima sube y baja la manito en tus narices. Rata.
El humillador. Desde que está con vos aprendió que el mundo es mundo, que los colores pueden combinarse, que al final no era eyaculador precoz, que comer con la boca cerrada es una opción gastronómica, que el pop y el house suenan bien, que hay vida literaria después de Galeano y Fontanarrosa, que Pizarnik no era una inmobiliaria. Pero en la mesa de Año Nuevo, cuando ya son mucho más que dos, pinta la discusión política y emitiste una de tus agudezas, el tipo te da la espalda y le dice al que tiene del otro lado “Hablemos nosotros, que ésta no entiende nada”. Por si fuera poco, esa noche descubrís que es un gusano antichavista. Bingo.
El humillador 2. La cocina nunca fue lo tuyo por decisión propia. No hay tiempo ni ganas para vapores, pelapapas, ollas y sartenes. Qué mejor que un arrollado primavera o alguna docena de sándwiches comprados en la panadería amiga para arribar relajada a lo de tu hermano, que este año puso la casa. Pero lejos de festejar ese aporte, el infeliz les dice a los presentes “Menos mal que trajo comida comprada. Esta hierve salchichas y se le pasan.”
Tipologías irremontables. a) Llega al ágape y busca desesperado un televisor para ver si dan lo mejor de la semana de Peligro Sin Codificar. b) Corea abrazado con otros infelices “Y el pájaro vio el cielo y se voló”. Como si vos no lo pensaras a cada instante. c) Alegría por mandato: no borró su cara de tuges durante todo el viaje ni ese silencio disciplinador que no se lo cree ni Baby Etchecopar. Hasta que estacionó, bajaron del auto y te dijo “yo sé que no te gustan estas fiestas pero por favor, sonreí un poco cuando entremos”.
El paleolítico. Toda una vida militando contra los fuegos artificiales por su estruendo, sus peligros y por los daños que provocan a las mascotas; cómo no ibas a concientizar a tu hijo en la misma sintonía. Pero el último orejón del tarro familiar, un chabón que ves, precisamente, una vez al año, cayó con un bolso lleno de petardos, tortas king kong, morteros, bengalas y foguetas de entrega directa a manos infantiles. Justo en el momento que partís el aire con un grito al ver que tu hijo está por encender un volcán en medio del patio, el infeliz te grita desde adentro “¡Dejalo que encienda el volcán, no lo hagas maricón!”
La grieta. Amurado a un rincón, el fulano viene observando la escena. Suponés que escucha las conversaciones sobre las marchas a las que siempre asistís, con especial atención al relato angustiado que hiciste de las dos últimas y el agobio del fin de ciclo. Alguien comenta por lo bajo que es el amigo de un primo. Dueño de una despensa frente a la laguna de Lobos, está colgado desde que la mujer lo dejó por un murguero del pueblo. No terminaste de pronunciar lo mucho que queda por hacer cuando el tipo lanza con jocosidad amarga un “¿¿¿Y??? ¿Qué dicen ahora que ya no la tienen a Cristina?” Dale, Jay-Jay, vos seguí en modo avión que nosotras vamos a volver, y esta vez con la legalización del aborto seguro y gratuito. ¡Salud!