A comienzos de mes, la pintora y escultora contemporánea Lubaina Himid hizo historia al consagrarse flamante ganadora del célebre premio Turner, en UK, convirtiéndose en la primera mujer negra en recibir el galardón desde su creación en 1984. Así, con el honorable título 2017, Himid se suma a la (reducida) lista de damiselas que han cogido el laurel, y las 25 mil libras que lo acompañan, en sus más de tres décadas. Escueta lista de damiselas, vale mencionar, visto y considerando que solo un cuarto de los premios ha ido a parar a manos de artistas femeninas: Rachel Whiteread en 1993, Gillian Wearing en 1997, Tomma Abts en 2006, Susan Mary Philipsz en 2010, Elizabeth Price en 2012, Laure Prouvost en 2013, Helen Marten en 2016… Ni las excepcionales Tacita Deany, Tracey Emin, por citar algunas notables nominadas de ediciones pasadas, lograron llevarse el prestigioso -aunque controvertido- premio, que antaño diese contundente tracción a varones como Anish Kapoor o Damien Hirst. O a Martin Creed, uno de los más polémicos por su pieza condecorada: una habitación vacía con bombillas que se encendían y apagaban intermitentemente… 

Para la ocasión, ha tenido en cuenta el variopinto jurado distintas piezas del extenso repertorio de Himid, que oscila entre la pintura, el dibujo, el collage, la cerámica, la estampa… Entre ellas, Naming the Money (2004), 100 coloridas figuras tamaño real de esclavos del siglo 18, de las cortes reales europeas, para quienes LH imagina historias individuales. Así, el visitante deambula en medio de una multitud brillante, mientras escucha fragmentos de sus pensamientos, amén de -según la artista- “identificarse con su humanidad”.”Mi nombre es Penda. Ellos me llaman Polly. Solía pintar los escudos. Ahora lavo pisos”, susurra la voz en off de Lubaina; que sobre la obra ha dicho: “Quería que esta pieza forjara una conexión a través de los siglos: no se trata solo de esclavos del siglo 18, se trata de los refugiados de hoy día”.En A Fashionable Marriage, de 1987, subvierte LH las pinturas del siglo 17 de Williams Hogarth, recreando un retablo satírico en el que, como describe el diario español El País, “Margaret Thatcher adopta la pose de una condesa disoluta y Ronald Reagan el de su amante, frente a la mirada de un sirviente negro”. En Swallow Hard: The Lancaster Dinner Service, de 2007, interviene la artista una centena de lustrosas piezas de vajilla inglesa con imágenes que reconstruyen la historia de trata de UK.  En Le Rodeur: The Lock, su más reciente trabajo, vuelve sobre fatal episodio histórico: el de un barco que en 1819 llevaba “22 tripulantes y 162 esclavos”, zarpando desde la Bahía de Biafra hacia Guadalupe. En el viaje, se contagiaron todos -salvo uno- de una enfermedad ocular que los dejó ciegos. Con la esperanza de ser indemnizado, el capitán tomó “recaudos”: arrojó por la borda a 36 esclavos afectados. “Cuando llegaron a Guadalupe, los indígenas les ofrecieron hierbas, y algunos africanos recuperaron la vista, pero muchos ya estaban muertos”, explica Himid, que en su pintura decide concentrarse en la ceguera post-desembarcar.   

“No puedo decir que, en cierto modo, el Turner no me haya tomado por sorpresa”, asegura LH, que ha tenido un movidísimo año, de alta exposición, estelarizando solo en 2017 tres grandes retrospectivas: Invisible Strategies en el Modern Art Oxford; Navigation Charts en el centro de arte y diseño contemporáneo Spike Island, en Bristol; y Warp and Weft en la galería First site de Colchester, UK. “Siempre he sido ignorada por los críticos y las instituciones del arte, pero nunca jamás por otros artistas”, cuenta la reivincada Himid, cuyas piezas fueron largamente subvaloradas ¡durante décadas! desde que, a comienzos de los 80s, comenzase a explorar los tópicos que acabarían definiendo su obra: la diáspora africana, la historia del colonialismo, el racismo, la inmigración, la identidad negra… Fue por aquel entonces que LH se involucró con el Black British Art Movement, un movimiento artístico radical que, inspirado en el discurso antirracista y la crítica feminista, buscaba resaltar los temas de raza y de género, y las políticas de la representación.”No éramos negros hablándoles a blancos; éramos artistas diciéndoles a otros artistas: ‘¿Podemos ¡por fin! conversar sobre estos tópicos?’”, anota Himid sobre el rompedor colectivo. “Eran rebeldes por necesidad, no rebeldes por mera pose”, subrayan voces especializadas al mencionar cómo Lubaina y sus colegas -Keith Piper, Rasheed Araeen, John Akomfrah, entre otros, la mayoría de humildes raíces obreras, residentes de zonas sin hype como Preston, Birmingham y Wolverhampton- “debieron luchar para que sus voces fueran escuchadas y sus ideas reconocidas en un momento en el que los ‘guardianes’ del mundo del arte eran ciento por ciento caucásicos”. 

“Al principio de mi carrera, a través de mis piezas, intentaba ubicar a la gente de color en acontecimientos históricos, amén de visibilizar lo invisibilizado. Por aquellos años, raramente se veían a personas negras en los diarios o en la televisión… Quería dejar claro que habíamos contribuido tanto en la conformación del paisaje cultural como en la construcción de las ciudades europeas, muchas financiadas con el dinero obtenido de la trata de esclavos. Pero a medida que las políticas del norte de Europa fueron evolucionando, también lo ha hecho mi trabajo: ya no solo se trata de decir ‘los africanos estamos aquí, somos parte de este lugar’ sino de demostrar que lo hemos convertido en un sitio más vibrante y multifacético”, destaca Himid, nacida en 1954 en Zanzibar, región de Tanzania, cuando aún era una colonia británica. 

Hija de un matrimonio mixto, sus padres se enamoraron en los 50s: él, de origen afro, había viajado a Londres para convertirse en maestro; ella, una mujer blanca oriunda de UK, estudiaba diseño textil. Cuando él regresó a Zanzibar, la invitó a acompañarlo, y ella -flechadísima- aceptó de mil amores, quedando embarazada al poco tiempo de Lubaina. “Mamá me parió en un hospital para negros; todavía eran tiempos de segregación racial”, recuerda LH, y agrega cómo, cuando apenas era una bebita de cuatro meses, papá Himid enfermó de malaria y murió en menos de una semana:”Mamá aceptó hacer el tradicional duelo de 40 días y 40 noches, y al cabo de ese tiempo, regresó a Inglaterra, llevándome con ella”. Así fue cómo la petite Lubaina pasó su niñez y adolescencia en el norte de Londres, “muy consciente de mis raíces africanas”, a menudo vistiendo conjuntitos a base de kanga, con coloridos estampados afro, confeccionados por su mamá.

Himid fue a un secundario para muchachitas en Maida Vale. Expresa fan de Peter Brook, estudió luego diseño teatral en el Wimbledon College of Arts, atraída por las posibilidades políticas y narrativas de la representación dramática. Hizo además una maestría en Historia Cultural del Royal College of Art. Reputada profesora -de años a la fecha- de arte contemporáneo en la Universidad de Lancashire Central, en Preston, Inglaterra, ha sido también incansable activista y curadora, concentrada en exhibir el trabajo de colegas mujeres, a quienes llama “su hogar”.”Con el tiempo, he comprendido que no pertenezco a un lugar geográfico específico; mi lugar son mis amigos, en especial otras artistas mujeres negras, y los espacios que hemos generado juntas: estudios, cocinas, talleres…”, dice esta autodefinida feminista. Y al ser interrogada respecto a qué hará con los morlacos del premio Turner, cuenta: “He gastado una buena suma de mi bolsillo ayudando a otras artistas cuando no han recibido becas, subvenciones. Seguiré haciendo eso. Y separaré unas libras para comprarme un par de zapatos nuevos”. 

Además de ser LH la primera mujer negra en ganar el Turner, es la persona más grande en recibirlo; algo que no podría haber ocurrido si la red de museos Tate -que organiza la premiación- no hubiese quitado recientemente ridícula restricción: que solo artistas contemporáneos con menos de 50 pirulos podían ser nominados. “A sus 63 años, Himid sobrepasa en más de una década el límite de edad que el Turner impuso en 1991 (siete años después de su creación) pero que en la presente edición ha decidido eliminar. El jurado ha querido poner el foco en una serie de autores en la etapa madura de sus carreras que, si bien conectan con el público, se han visto marginados por las élites culturales en razón de su multiculturalidad y, a menudo, por ser mujeres, según ha subrayado su presidente y director de la Tate Britain, Alex Farquharson”, advierte el previamente citado medio ibérico en una enjundiosa nota, donde además destaca que los finalistas de este año incluían a otras dos mujeres: la londinense -de padre palestino y madre irlandesa-Rosalind Nashashib, y la alemana Andrea Büttner, además del artista británico de origen jamaicano Hurvin Anderson: “Farquharson ha subrayado que, con esa selección, el Turner emite un canto a la diversidad de la escena artística británica precisamente en tiempos de creciente hostilidad hacia los inmigrantes”.