En estado de demanda esperan ser leídos los poemas del nuevo libro de Elena Anníbali (Oncativo, 1978). Después del éxito de La casa de la niebla que, pese al velo insinuado por el título, despejó las dudas sobre una voz única de la poesía argentina actual, el cuarto título de la autora cordobesa contiene varias novedades formales. Los poemas son más extensos y se asemejan a memorándums de criaturas casi o más que humanas, restos de seres que deambulan en busca de respuestas sobre el perdón imposible, el reconocimiento y la reciprocidad. En Curva de remanso, las identidades son intercambiables (“una huerfanita, seré/ niño perdido animal/ fingimientos del haber sido/ mujer”) y los escenarios encarnan deidades oscuras: “le dije no, andate vos, lagarto negro, hermano/ monte mío, le dije, y miré y vi/ mi lengua hablando a quién/ mis ojos mirando qué/ mis pies sobre cuál tierra, cuál lugar”. La lectura construye el laberinto.
Padres-madres, padres-Orfeo, hijas mendigas y habitantes de casas donde reverberan las llamas del pasado integran el coro predilecto de la poeta. La pendiente por la que circulan esas voces desarraigadas (porque no hay raíces firmes en los poemas) suele ser líquida. Ríos del olvido, de la podredumbre y de la sabiduría póstuma, mares y pantanos transportan sentidos y representaciones. La poesía de Anníbali no es estática ni contemplativa y la hidráulica de los textos se ajusta en el proceso: “como astillas de la vida/ voy a flotar, todavía,/ un rato/ un pequeño rato/ por amor a lo amado”. Siempre en acción, aquello que se pierde se recupera bajo la forma del efecto colateral del participio.
Y como si el poema se leyera a sí mismo, la reflexión también forma parte del procedimiento estético, en pos de deshacer certezas mediante vacilaciones y preguntas. “Para mí ahí está la clave -dice Anníbali?. Es una forma de articular el pensamiento a través de la pregunta retórica. Retórica porque no espera una respuesta, o porque está dirigida a otro, un otro- lejano, ausente -¿ausente?, y decididamente otro en la medida de que no comparte naturaleza. Lo que antes estaba definido, trabajado a través de una imagen visual potente, pierde densidad. Pero no pierde densidad por sí misma, pierde densidad como forma de conocimiento.” La pregunta, en vez de clausurar la verdad, abre nuevos interrogantes: “qué ha sido la poesía si no/ una larga pregunta, desgarro?”
Otra novedad que se filtra en la escritura de Anníbali es una musicalidad anómala, suerte de melodía rota o descosida que se prolonga de manera sinuosa y fluida. Anáforas, epíforas, duplicaciones prorrogadas y correlaciones míticas expanden los poemas (ocho en total) como resultado de un híbrido vocálico: “me habló con su lengua de pájaros y de neblina”. En Curva de remanso, el ritmo aporta suspenso. “Nunca estuve tan consciente de esa posibilidad que ofrece la palabra de devenir una clase de música. Es una marca importante en el libro, y creo que a medida que lo iba escribiendo, descubría, conjuntamente, que quería convertirlo en un poemario para leer en voz alta. Es la primera vez que busqué y esperé de la palabra ese efecto”, cuenta la autora.
Destinados a ausencias que pueden ser tanto divinidades, padres, hermanos, mañanas gloriosas o fantasmas que surgen del monte, los poemas del pequeño nuevo libro de Anníbali, introspectivo y majestuoso, invita a los lectores a participar de su cosmogonía de hilachas, jugos y orillas. Convertidos en cómplices o rivales de una “cruzada de soledad”, los textos demandan de manera porfiada: “oh, el sumo misterio a tu espalda, y vos?” Y
Curva de remanso
Elena Anníbali
Caballo Negro