Desde París
A veces, el sentido está en una dirección contraria a la que dicta la asfixiante oferta del mundo. Egresados de las carreras más prestigiosas que existen en Francia, de las grandes universidades, de los institutos más exigentes o de las escuelas de altos estudios en el campo del comercio o la finanza están protagonizando una revolución silenciosa. En vez de trabajar en una carrera para la cual han sido formados e integrar la elite bancaria, financiera, los organismos del Estado, las multinacionales o las star up prefieren abrazar carreras atípicas en donde encuentran un sentido: panaderos, fiambreros,carpinteros, psicólogos, artistas, yoga, coaching o las nuevas ramas del llamado social business. No exhiben ninguna bandera ideológica ni aspiran globalmente a transformar la sociedad. Buscan, sí, un campo donde desarrollarse y en el cual existe un sentido que esta generación no encuentra en los modelos consagrados del éxito para el cual fueron capacitados. No se trata de un movimiento de masa aunque es lo suficientemente importante como para que ya se le haya dedicado un libro a estos nuevos inconformistas surgidos desde el corazón de la elite: La revolte des premiers de la clase (La revuelta de los primeros de la clase).
Durante algo más de cuatro años, el periodista Jean-Laurent Cassely buscó descifrar el camino que se trazaron esos jóvenes con varios diplomas a cuestas y que no dudaron en optar por un oficio manual. Las cifras oficiales revelan también la persistencia de esa corriente. Según un estudio del Instituto de los oficios, las empresas artesanales que fueron creadas por jóvenes oriundos de la enseñanza superior aumentaron en un 50% entre 2009 y 2013. El autor constató hasta qué grado las carreras de prestigio se dieron vuelta. El Ejecutivo híper diplomado, soldado modelo de una globalización exitosa que se mueve entre los telones del poder y del dinero no quiere decir nada para esta generación. Prefieren, como Caroline, una joven recién egresada de la prestigiosa y carísima HEC (Escuela de Alto Comercio), “trabajar con las manos, tener contacto humano con la gente, desarrollar proyectos en el mundo de los oficios (en su caso una florería) en vez de transferir los conocimientos adquiridos a una estructura piramidal que lucrará con ellos dentro de un modelo que, para mí, carece de razón, de sentido y de contenido”. Jean-Laurent Cassely explica que es muy probable que este fenómeno genere a la vez nuevas vocaciones, “nuevos oficios, y, a la vez, revalorice los oficios manuales que antes tenían mala imagen o eran percibidos como signos del fracaso social”. Se ha invertido la valorización. Jean-Laurent Cassely comenta que “tiene más impacto un hípster con delantal haciendo una pastel y difundiendo luego esa imagen en Instagram que el antiguo modelo del joven diplomado evolucionando por ejemplo en el sector de las altas finanzas”. Cassely está convencido de que se trata de “una vanguardia cultural que reniega de la economía que ofrece servicios porque se interroga profundamente sobre los fundamentos de su participación en ese circuito. ¿ Cuál es mi lugar y para qué sirvo yo en todo esto?, se preguntan”.
La degradación de las condiciones de trabajo no es ajena a estos cambios. El monitoreo constante de la actividad, los controles permanentes de performance, el carácter preponderante de la finanza, la digitalización de todo y las imposiciones organizacionales inherentes a los modelos de gestión moderna han espantado a quienes fueron formados para moverse en ese mundo. En este sentido, el autor de La Revuelta de los primeros de la clase argumenta que el exceso de organización y de burocracia que instauraron las empresas las condujeron a “perder una suerte de batalla cultural: han dejado de ser el objeto de deseo de toda una generación”. La transformación de la profesión en oficio coincide con las nuevas formas de consumir de quienes también buscan darle un “sentido al consumo”. Ambos aspiran a escapar a la “doble pena” del consumo destructivo y de la profesión dictatorial. Un ex banquero que se convierte en cocinero, una joven consultora de la alta finanza que abre una quesería, una privilegiada de los diplomas como Caroline que prefiere ser florista antes que “vivir horas de tedio y tensión sin el más mínimo sentido”, los predilectos del sistema retoman los oficios que se han ido perdiendo poco a poco, tragados por los shopping o las cadenas de supermercados que instauraron una forma de consumir masiva e inhumana. Oficio pasión y oficio confortable contra profesión de lujo con salario y beneficios garantizados. La HEC (Haute Ecole de Commerce) facilitó las cifras que atañen la reencarnación de sus egresados. En 2016, más de la mitad de sus estudiantes fueron a trabajar al sector de la finanza mientras que el 20% siguieron carreras inhabituales:4% fueron a trabajar en los oficios ligados al lujo, otro 4% optó por los medios de comunicación o las actividades artísticas y un 12% bifurcó hacia sectores profesionales sin ninguna conexión con la capacitación recibida en la institución. El medio familiar reacciona a menudo de forma hostil, recuerda Caroline: “entre trabajar en un gabinete de consejo financiero o un banco de talla internacional y crear su propia empresita en el sector de los oficios hay un abismo. El medio familiar a menudo no entiende por qué renunciamos al prestigio, a cierta forma de poder y al dinero a cambio de un oficio simple y poco lucrativo”. La confrontación familiar es aún más densa cuando estos jóvenes campeones de los diplomas integran el trabajo social en el seno de ONGs que se mueven en países pobres o expuestos a los conflictos. El paso de JP Morgan o Apple a una ONG que se dedica a cuidar a los niños de la calle en Bogotá o Calcuta es todo un desafío, “y no sólo profesional sino también familiar”, reconoce Julian, un egresado de la también muy prestigiosa Edhec (una de las grandes escuelas de comercio de Francia) que hoy trabaja en una ONG para la infancia y gana 200% menos que en su anterior trabajo como analista financiero. “Es una cuestión de pasión, de utilidad y de sentido.” Esa fue la aventura que vivió Alban Drouet, un egresado de la HEC que optó por el social buissines cuando creó Inova Urbis, una empresa del sector (también llamado “responsabilidad social”) que ayuda a los habitantes de las favelas Río de Janeiro a mejorar sus viviendas. “Hay mucha, mucha gente tentada por este tipo de actividades, pero se asustan cuando ven que antes es preciso renunciar a ciertos beneficios sociales.” Antes de cambiar de rumbo lo tenían todo: estudios superiores, especializaciones de altísimo nivel, carreras dentro de grandes grupos, salarios millonarios. Ese mundo que tantos anhelan los asustó: vacío, organizado, vigilado, destructivo. Cambiaron Excel y Power Point por un delantal y las manos llenas de grasa o harina.