En la última sala del Belvedere –o mejor dicho la penúltima, porque el recinto final del palacio está consagrado a una réplica puesta allí expresamente para sacarse selfies, aunque suele estar desierto ya que todos prefieren el original– una pequeña multitud se agrupa frente al Beso de Gustav Klimt. Esta pintura dorada de 180 centímetros de altura por otro tanto de ancho, realizada por el enfant terrible del simbolismo entre 1907 y 1908, es no solo uno de los emblemas del modernismo vienés: es uno de los emblemas de Viena misma, reproducido al infinito en los negocios de souvenirs que se arraciman en torno a la catedral de San Esteban. Si la espectacular capital imperial tuviera que ser resumida en un puñado de íconos, el Beso de Klimt sería una de ellas. Los otros lugares se los disputan la Rueda del Prater, el retrato de una joven Sissi con flores en el pelo, la torta Sacher y sin duda, si uno viene de la superanalizada Buenos Aires, la casa-museo de Sigmund Freud.
El archifamoso retrato de una pareja de amantes enlazada en un beso es la cara más visible de lo que será 2018 en la capital austríaca: un año dedicado a celebrar a la Era Moderna y a cuatro de sus principales protagonistas, todos fallecidos en 1918, en coincidencia con el final de la devastadora Primera Guerra Mundial. Un final que para Austria significó también el desmembramiento del otrora poderoso Imperio Austrohúngaro y su primer intento de república. Al mismo tiempo fue el ocaso de una era brillante como pocas en la pintura, la arquitectura y el diseño, una suerte de Renacimiento del temprano siglo XX situado en la Europa central que sería, paradójicamente, el preludio de otras devastaciones a punto de llegar.
WIENER MODERNE “Entre 1890 y 1918 Austria-Hungría, la monarquía bicéfala de los Habsburgo, oscilaba entre la belleza y el abismo”. Frente a un grupo de turistas que contempla los destellos dorados de la cúpula del Pabellón de la Secesión, Katharina –la guía que les está mostrando los principales monumentos de la ciudad– recita palabras casi idénticas a las que inspiran el lema de la Oficina de Turismo de Viena para el próximo año, dedicado a conmemorar a los pioneros que revolucionaron todas las artes al mismo tiempo y sacudieron definitivamente la rigidez del imperio. Aquella Edad de Oro abarcó a la psicología con Sigmund Freud y su escuela; la arquitectura con Joseph Maria Olbrich y Otto Wagner; el diseño con Koloman Moser y Adolf Loos; las artes plásticas con Gustav Klimt y Egon Schiele; la filosofía con Ludwig Wittgenstein; la música con Alban Berg, Gustav Mahler y Arnold Schönberg; la literatura con Arthur Schnitzler y Stefan Zweig. La obra de cada uno de ellos representa una arista diferente y complementaria de la Secession, el nombre de la Era Moderna en el arte austríaco, que aspiraba a la obra de arte total, a la introducción del arte en todas las facetas de la vida y su embellecimiento. Era la variante vienesa y única del Jugendstil, el modernismo germánico, bautizado Modern Style en los países anglosajones, Art Nouveau en Francia, Stile Liberty en Italia. El Pabellón de la Secesión que Joseph Maria Olbrich construyó a fines del siglo XIX junto al Naschmarkt, en el corazón de Viena, es la síntesis perfecta y la mejor introducción para un paseo que lleve, en 2018 y con la perspectiva que da un siglo de historia, hacia lo mejor del modernismo en la capital austríaca. Con un lema exhibido en el frente: “A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad”.
LA CÚPULA DE ORO La inconfundible cúpula del edificio de la Secession dialoga virtualmente con la cúpula de la Karlskirche, la iglesia barroca situada a 500 metros que es uno de los símbolos de la Viena Imperial. También conocida como “el repollo” y tallada en bronce dorado, está actualmente en restauración y habrá que esperar hasta abril para verla brillar de nuevo en la cima del edificio. Si es clave por fuera, el pabellón de la Secession también lo es por dentro: allí se conserva el Friso de Beethoven de Klimt, que daba la bienvenida a una exposición especialmente dedicada al músico. La obra es una suerte de transposición visual de la interpretación de Wagner sobre la Novena Sinfonía, sobre unos imponentes 34 metros de ancho por dos de alto.
Desde allí basta caminar unos cinco minutos para llegar hasta los pabellones de Otto Wagner en la Karlsplatz. En el camino Katharina sigue la explicación: construidos por Wagner junto con su discípulo Olbrich, en los años 60 estuvieron a punto de caer bajo las obras de las líneas de subte 4 y 6 pero fueron salvados gracias al reclamo popular. Parece que hasta en Viena se cuecen habas, pero los partidarios de conservar el patrimonio tienen más suerte que en otras capitales: las estaciones fueron desmontadas, restauradas y reconstruidas 1,5 metros más arriba de su anterior emplazamiento. Hoy son parte inconfundible del paisaje vienés; en uno de los pabellones funciona una exposición dedicada a Otto Wagner, y en el otro está la entrada al subte y un café (abre en verano y es una excelente oportunidad para practicar uno de las actividades favoritas de la ciudad, sentarse a la mesa y pedirse un Wiener Melange, uno de los más típicos cafés vieneses, con leche y espuma).
Wagner, sin embargo, no estaba solo en el panorama arquitectónico. Además de otras obras suyas (como las preciosas casas de la calle Linke Wienzeile frente al Naschmarkt, ornamentadas por Moser) otros edificios representan maravillosamente el modernismo de la época de oro de la capital austríaca: el Urania de Max Fabiani y la Farmacia del Ángel de Oskar Laske son dos que conviene buscar en el mapa y no dejar de ver. En otra línea, despojada y funcional, Adolf Loos también dejó su sello y el circuito que siga su obra debe pasar como mínimo por el edificio de Goldmann & Salatsch en la Michaelerplatz, el American Bar de la Kärntner Strasse y las casas del distrito 13.
LOS TALLERES VIENESES Partiendo de la gran arquitectura, el impacto del Jugendstil se difundió por Viena como los círculos concéntricos de una piedra en el agua, abarcando también los objetos no necesariamente glamorosos de la vida cotidiana para convertirlos en auténticas obras de arte. Siguiendo el modelo del movimiento inglés Arts & Crafts, Koloman Moser, Josef Hoffmann y el industrial Fritz Waerndorfer crearon los Talleres Vieneses, que infundieron diseño en los muebles, lámparas, porcelanas, joyas y prendas de moda. Quien quiera tener una buena agenda vienesa de shopping debe saber que muchos de los productos realizados por los artistas de los Talleres Vieneses aún se fabrican, como las lámparas y muebles de Woka Lamps Vienna, cuyo show-room ofrece sillas de Josef Hoffmann por 23.000 euros, o banquetas de Otto Wagner por 12.400. Por unos módicos 400 es posible llevarse un perchero con el sello de Adolf Loos. Por supuesto muchos visitantes se llegan hasta la Singerstrasse 16 sin intención de comprar nada –¿cómo se podría llevar muebles en la valija?– sino como quien visita un museo, felizmente vivo por completo. En el Museo Austríaco de Artes Aplicadas (MAK) se conserva la mayor colección de objetos de los Talleres Vieneses; además hay fábricas de porcelana y platería que siguen fabricando juegos de café, té, candelabros y otros objetos según los diseños originales de Hoffmann y Otto Prutscher. Entre diciembre de 2018 y abril de 2019, una exposición especial ilustrará en el MAK la amplia producción de Moser.
PASEOS Y EXPOSICIONES El año que está a punto de empezar será una oportunidad única para visitar la capital austríaca. La capital de lo grande y de lo pequeño, que atrae tanto con sus espectaculares palacios imperiales como con sus puestos de Wiener Würstchen –las omnipresentes salchichas de Viena– tendrá un 2018 signado por el más genuino e innovador de sus movimientos artísticos. La Casa Museo de Freud, por ejemplo, organizará una visita guiada en torno a Sigmund Freud y la Era Moderna Vienesa, explorando los lugares donde el padre del psicoanálisis visitaba a sus pacientes y se encontraba con sus colegas; sobre Otto Wagner habrá dos circuitos especiales que recorren la Ciudad Blanca y la iglesia de San Leopoldo en el distrito 14 de la capital.
Asimismo 2018 tendrá una larga serie de exposiciones sobre los arquitectos, artistas, científicos, músicos y diseñadores que signaron aquella época “entre la belleza y el abismo”. Y no faltará el espacio para las mujeres de la alta burguesía que lideraron la emancipación femenina en una sociedad que buscaba despojarse de sus cánones rígidamente conservadores: Alma Mahler, Lina Loos o Grete Wiesenthal son solo algunos ejemplos de la efervescencia artística y social de la Viena de hace un siglo.
Salvo que uno tenga una larga temporada en Viena, elegir no será fácil, porque el abanico es amplio y la riqueza de las exposiciones prácticamente inusitada. Egon Schiele, discípulo de Klimt y maestro del expresionismo austríaco, prolífico aunque muerto precozmente, es uno de los protagonistas: a él se le dedica la muestra Egon Schiele. Expresión y Lírica (de febrero a fines de octubre) en el Museo Leopold, uno de los más relevantes del MuseumsQuartier de Viena. Sus pinturas y obras gráficas entran en diálogo con poemas, manuscritos, documentos, fotos y otros objetos personales, junto a obras temporáneas que reflejan la obra de Schiele con una perspectiva actual. En el Belvedere Inferior, desde octubre de 2018 a febrero de 2019, la exposición será Egon Schiele–Los caminos de una colección, para examinar cada una de las obras del artista en la colección del palacio-museo. Unos meses antes, desde marzo hasta agosto, en el mismo Belvedere inferior abre la muestra Klimt no es el final. Resurgimiento en la Europa Central, dedicada a la herencia del modernismo a partir de 1918. La obra de Otto Wagner también está en el centro de las conmemoraciones, con la exhibición que le dedica el Wien Museum Karsplatz: es la más exhaustiva de los últimos 50 años y pone sus trabajos en el contexto artístico, cultural y político de la época. El Museo del Mueble lo aborda desde su propia perspectiva en Wagner, Hoffmann, Loos y el diseño del Mueble en la Era Moderna Vienesa. Artistas, Clientes y Fabricantes.
La panoplia modernista está lejos de quedar aquí. El Kunsthistorisches Museum abrirá entre marzo y septiembre de 2018 La verdad desnuda. Klimt confrontado, muestra dedicada al emblemático desnudo femenino pintado por el artista; y entre febrero y septiembre Stairway to Klimt, con la instalación del Puente de Klimt tal como se hiciera en 2012 para los 150 años del nacimiento del pintor. Así, a 12 metros de altura se podrá observar de cerca el ciclo de 13 pinturas de su autoría que forman parte de la primera fase de su obra. Y hay más: el Museo Judío recrea la importancia de los salones literarios y de las anfitrionas que los animaban durante el fin del imperio; el Arnold Schönberg Center examinará el ambiente musical de la época en torno a la figura del compositor; el Museo Fuchs abordará la cultura vienesa del salón; Villa Klimt reconstruirá el taller donde el artista produjo unas 50 pinturas y cientos de dibujos, además de ofrecer numerosas visitas guiadas temáticas. En otras palabras, 2018 será el año del Modernismo Vienés, la ocasión imperdible para revivir el ambiente a la vez vanguardista y decadente que precedió a la Primera Guerra Mundial; los meses de una cita con aquella ciudad que asistía al ocaso de los Habsburgo y donde podían cruzarse Freud y Klimt, Egon Schiele y Alma Mahler, Otto Wagner y Arnold Schönberg; el momento ideal para cerrar los ojos –o mejor abrirlos de par en par– y asistir a la definitiva transformación que la Era Moderna le imprimió a los últimos años de la Viena del imperio.