En la región italiana de Umbria, y dentro de ella en la provincia de Perugia, está la luminosa Asís, donde vivió una vez un hombre distinto, admirado por gran parte de la humanidad. Como muchos santos, Francisco de Asís era considerado un loco y no fue bien recibido: pero ochocientos años después, su ciudad natal –donde empezara con la duradera tradición del pesebre– se engalana para las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Los nacimientos de hecho se ven casa a casa, de todos los tamaños, con todo tipo de detalles, grandes y pequeños: un espectáculo extra para los viajeros que llegan desde todo el mundo en esta fecha.
Asís es bella de por sí –y más en época de fiestas– pero le suma el encanto especial de pasar Año Nuevo en una ciudad medieval. La noche del 31 en la ciudad vieja, dentro de las murallas, todo transcurre en la plaza principal. Se monta un escenario, se preparan los equipos de sonidos durante todo el día y, cuando todavía falta una hora para que sea medianoche, la plaza colmada de gente ya es pura celebración. Familias, jóvenes, gente de todo el mundo con ánimo de festejo comunitario se agolpa para celebrar la llegada de un cambio de digito en el calendario. Canciones de los Beatles, de Sinatra, canciones de los grandes pensadas para los tiempos de fiestas suenan y el clima de alegría es indudable. Botellitas de champagne se abren por aquí y allá, y el espectáculo de fuegos artificiales explota a la medianoche en punto. En las murallas resplandecen las luces de los fuegos, el ruido de los estruendos rebota y se festeja un nuevo año. Abrazos, sonrisas, carcajadas, saltos, bailes, fotos y puro festejo se adueñan por un rato de la ciudad en donde la paz es señora.
PIEDRA BLANCA Los miles de olivos que caracterizan a Asís, junto a las edificaciones de piedra blanca, imprimen algo sublime al lugar. Hay ciudades que tienen una paleta cromática propia y esta es una de ellas. Cualquiera que pase recordará el verde particular de las hojas de los olivos y el blanco que traza la silueta de sus principales edificios.
La Unesco estableció en el año 2000 que Asís constituye un modelo único de continuidad histórica de una ciudad con su paisaje cultural y el conjunto del sistema territorial. La distinción como Patrimonio Mundial también hace referencia a que la basílica de San Francisco “contiene un conjunto de obras de arte, representativas de la máxima expresión del genio creativo humano y ejemplo extraordinario de un tipo de conjunto arquitectónico que ha influido de forma decisiva en el desarrollo del arte y de la arquitectura.”
Este pequeño lugar en el centro de Italia requiere más de un día para poder disfrutarlo (y hay que considerar que las lluvias son frecuentes en invierno y pueden ser un obstáculo). No es fácil caminar en calles adoquinadas con subidas y bajadas mojadas, así que pensar en dos noches no es mala idea. Además, la ciudad invita a bajar un cambio y a caminarla a ritmo más lento. Y en cuestión de clima, la niebla es un fenómeno frecuente en el invierno, cuyo registro quedará en las fotos.
CIUDAD DE LA PAZ Más allá de las emociones propias al recorrer las calles medievales, Asís también es “la ciudad de la paz” desde 1986, cuando Juan Pablo II y otros líderes religiosos se reunieron aquí e iniciaron un movimiento mundial de oración en ese sentido. Luego los siguientes pontífices sostuvieron aquella costumbre.
San Francisco, “el pobrecito de Asís”, sigue siendo el gran motivo porque el que se visita la ciudad, donde muchos lugares conmemoran la vida del santo: la basílica de San Francisco en primer lugar, seguida de la basílica de Santa Clara, la de Santa María de los Ángeles, la catedral de San Rufino y la iglesia de San Damián, que implica una caminata de kilómetro y medio con subidas y bajadas. Este santuario franciscano fue erigido en el lugar donde Francisco escuchó la voz de Cristo y donde pronunció el célebre Cántico de las Criaturas. Y el último, pero no menos bello de los lugares, también con su caminata, es el Eremo delle Carceri (“ermita de las cárceles”): 4,5 kilómetros que transportan a un oasis de paz y silencio en el monte Subasio, el lugar donde Francisco se retiraba a rezar. El eremitorio se encuentra en un bosque de robles rodeado por cavernas y pequeñas capillas donde los peregrinos se retiran aún hoy en contemplación. Muchos son los relatos de milagros ocurrido en ese lugar, según la leyenda franciscana: cerca de su gruta San Francisco habló con los pájaros que, para escucharlo, se posaban sobre el roble. Se dice que allí vive actualmente una colonia de palomas blancas. En el bosque, justo en las afueras del santuario y en los alrededores del sendero que conduce a la caverna del hermano Leone, está la capilla de San Bernabé, normalmente cerrada al público. El interior conserva un altar en forma de Ô y un retablo del siglo XVI representando la Deposición de la Cruz.
BASÍLICA FRANCISCANA La basílica de san Francisco está conformada por dos dos iglesias superpuestas (la inferior y la superior) y una cripta, excavada en 1818 y que consiste en un sarcófago apoyado en la roca, donde se conserva la tumba del santo. Cimabue, Giotto, los Lorenzetti, Simone Martini y los mayores artistas de los siglos XIII y XIV decoraron las paredes y techos de la basílica. La superior es famosa por los frescos de Giotto y su escuela, que en 28 imágenes con un fondo azul intenso pintaron –entre el año 1296 y el 1300– distintos episodios de la vida del santo. La basílica inferior, más austera y oscura, está decorada con obras de los grandes maestros de la escuela florentina y sienesa del siglo XIV: Giotto y artistas de su entorno como Cimabue, Somine Martini y Pietro Lorenzetti. En las iglesias de Asís, las audioguías invitan a la oración y la intimidad; las pinturas cuentan una historia de amor que habla en un lenguaje más actual que el resto de las obras de arte que decoran las iglesias europeas. En ambas basílicas asimismo están las conocidísimas prendas que usaron los santos y que hasta el día de hoy visten los franciscanos en el mundo; los cuerpos de San Francisco y Santa Clara se encuentran además en los templos respectivos.
CON LOS ÁNGELES La basílica de Santa María de los Ángeles también merece una visita para los admiradores de San Francisco. Fue construida en 1569 y coronada por la bella cúpula de Alessi. Encierra en su interior la mística Porziuncola, núcleo del primer convento franciscano y la Capilla del Tránsito, donde el santo murió el 3 de octubre de 1226. Típicamente medieval, su belleza es de cuento y todo es armonioso a la vista. Balcones, ventanas, flores, callecitas que suben y otras que bajan. Para los más creyentes, otra visita obligada es la Catedral de San Rufino, donde se sabe que ambos santos fueron bautizados, y la Iglesia Nueva erigida en 1615 sobre los restos de una casa medieval considerada la casa paterna de San Francisco.
Finalmente, otro atractivo para ir caminando es el castillo Rocca Maggiore, una fortaleza reconstruida en 1367 y todavía abierta. Desde allí hay una hermosa panorámica y, si el cielo invernal milagrosamente está despejado, el paisaje es de cuento. Además de ganas de caminar, se necesita calzado adecuado y agua. Para quienes vayan en verano hay que prepararse para el sol y su correspondiente calor. La hora ideal es el atardecer, el mejor espectáculo diario y gratuito en este lugar situado unos 500 metros sobre el nivel del mar.