“Cuando tres años atrás me propuse encontrar a Jesús, comencé a abrirme camino entre medios de comunicación locales de distintos continentes, ignorando la entumecedora cacofonía  de miles de profetas, sacerdotes y gurús. Solo buscaba una cosa: experimentar la presencia del Ungido, del mismísimo Mesías. Después de todo, ¿quién, si tuviera la oportunidad, se negaría a tocar la divinidad, al mismísimo hijo de Dios?” Con tales palabras, explica el fotógrafo noruego Jonas Bendiksen su más reciente serie –devenida libro–: The Last Testament, donde este autodefinido agnóstico, “esclavo de la ciencia y la racionalidad”, se lanza a la aventura de conocer y retratar a siete hombres de diversos puntos del globo, segurísimos todos de ser Jesucristo y encarnar la segunda venida, tan temida y anhelada por igual. “Mi misión fue decir: ‘Ok, si uno acepta la famosa profecía del inminente regreso de Cristo, ¿por qué no podría ser uno de estos tipos?’”, cuenta Bendiksen, que intentó sacudirse cualquier forma de tirria o prejuicio antes de capturar a los místicos modelos. A quienes seleccionó, vale mencionar, siguiendo un mínimo criterio: “Debían haber tenido revelaciones consistentes, años de registros escriturales y discípulos que los siguiesen”. Así, en su serie, está David Shayler, otrora espía de los servicios de inteligencia británicos, que tuvo su revelación una década atrás, y desde entonces da sermones sobre amor incondicional vía Twitter o en pequeñas reuniones, en ocasiones travestido como Dolores, su alter-ego femenino. Está Vissarion, ruso nacido Sergei Torop, que vive en una aldea ecológica de Siberia, rodeado por sus 5 mil admiradores. Está Jesús de Kitwe, en Zambia, que pasa sus días manejando un taxi y preparando al mundo –en verdad, a quien lo escuche– para el día final. Está Jesús Matayoshi en Japón, quien regularmente se postula a elecciones parlamentarias y hace proselitismo desde el techo de su minivan Toyota... En fin, apenas algunos posibles pimpollos de Dios, vueltos a la Tierra para pasar la palabra sacra, eternizados si no por las sagradas escrituras, por el muchacho Bendiksen.