“En medio de la sordera, el aislamiento y la intensa ansiedad al final de su vida, Francisco Goya cubrió las paredes de su casa con angustiosas imágenes de muerte, perros y devastación. Antes de suicidarse, Mark Rothko abandonó colores brillantes por negros, borgoña, verde oscuro y otros tonos melancólicos. Y en 1888, el año en que Vincent van Gogh se cortó la oreja, produjo docenas de extraordinarias pinturas, incluida su famosa obra de Arles. A veces, al parecer, la desesperación alimenta el arte. Pero un nuevo estudio publicado esta semana en la revista Management Science considera lo contrario”, introduce el sitio Atlas Obscura en referencia a la flamante investigación de dos economistas, Kathryn Graddy y Carl Lieberman, que busca derribar la idea de que el arte excepcional es propio del artista torturado. Lo hace en forma –por lo menos– debatible: comparando los precios en los que se han tasado cantidad de pinturas creadas en lo que ellos definen “un período de duelo”, arribando a la conclusión de que las piezas de tal período son hasta un 35 por ciento menos valiosas que otras desarrolladas en tiempos más felices. “Nuestro análisis refleja que en el año posterior a la muerte de un amigo o pariente, los artistas son en promedio menos creativos que en otros momentos de sus vidas”, afirma la convencida dupla a partir de observar más de 10 mil obras de impresionistas franceses, y más de 2 mil de artistas estadounidenses (entre ellos, Pablo Picasso, Claude Monet, Roger Bissière, Jackson Pollock, Paul Cézanne...). Ergo, según el dúo dinámico, los “artistas torturados” no se benefician de su miseria. Al menos, según las leyes del mercado. Que un matiz de angustia no haga a su obra más valiosa, sin embargo, no necesariamente implica que no la vuelva más interesante...
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