La más reciente ocasión en que escuché “Raros peinados nuevos” fue la semana pasada, en un bar que tenía el televisor puesto en Crónica TV. Crónica destina como veinte minutos en distintos momentos del día a mostrar carteles con los resultados de la lotería y de la quiniela, y como telón musical, rock nacional, una canción tras otra. Rock nacional y lotería nacional comparten en su nombre la referencia a lo argentino, pero por lo demás uno pensaría que el público de los carteles de la lotería no es el del rock. Es evidente que existe un ser allí oculto en los estudios de Crónica, tal vez un técnico o una técnica que, mientras los demás descansan o están distraídos, aprovecha y pasa la música que le gusta. El volumen del televisor estaba bajo, y en situaciones así uno no escucha en realidad, sólo reconoce frases, como “de chiquito fui aviador, pero ahora soy un enfermero”, la frase central de “Raros...” 

Digo que no escucho la letra sino que sólo la reconozco, y en realidad sería lo mismo si el volumen estuviera alto, uno no escucha realmente la música que tiene tan incorporada, siempre apenas reconoce, como sucede con cualquier elemento de la lengua común. O como pasa con el lenguaje que se usa dentro de cualquier grupo: desde hace tiempo me interesa el uso en literatura del “léxico familiar”, palabras y frases de distinto tipo y función que se crean dentro de una familia y que perduran en el tiempo, que suenan tan naturales que realmente no se “escuchan” sino que apenas se reconocen, y que son factores involuntarios de cohesión. Y pienso ahora que el rock nacional también me dio un léxico, una fraseología generacional, o de grupo, o de lo que sea, un léxico, a pesar de ser “nacional”, liberado de la nación: la frase misma “rock nacional” no me despierta el agobio de muchas referencias a la nación, el rock era argentino y era también un espacio abierto, una combinación que extrañamente parecía posible. Un lenguaje que podía ser muy local (“dame un poco de tu amor/ no quiero un toco”) y global (extranjerías varias en pronunciaciones o léxico, no tan evidentes en “Raros...”). Hubo, en fin, la creación de una lengua, una lengua cambiante, móvil, no cerrada de una vez y para siempre como la del tango o la del folklore, que en algún momento parecieron esposar las muñecas de la música nacional.

Y estaba también la cuestión de la voz. La voz de Charly y la de tantos otros rockeros (Spinetta, Calamaro, Porchetto, Fito, Dargelos, etc) son un poco ásperas, como de cuerdas vocales siempre un poco maltrechas.  Como de gente que empezó a hablar tarde y nunca hubiera aprendido del todo, o como si empezara a estropearse antes de terminar de formarse. Y está la cuestión del cuerpo. Uno ve a Charly moverse en el video de “Raros...”, y uno piensa no sólo en alguien que empezó a hablar tarde,  sino que también que empezó a moverse tarde; los rockeros nunca haberse recuperado del todo de algún tipo de parálisis, o de una educación que no incluyó ninguna destreza en el manejo corporal.

Y está el género. En los movimientos de Charly siempre hubo algo de payaso, de performer un poco desquiciado que preanuncia los movimientos físicos del under de los noventa, hay algo, como se diría después, un poco queer, unos amaneramientos lúdicos que no encasillaban o “citaban” lo gay sino que eran simplemente parte del lenguaje corporal. Lo mismo pasa con su voz, también como la mayoría de las voces del rock nacional (un extremo sería Porchetto, de quien mi padre dijo, más perplejo que crítico, cuando puse un disco en mi casa, “por favor, qué mal canta esa mujer”)

La canción se llama “Raros peinados nuevos”, aunque “la” frase que para mí siempre fue la central fue “sólo quiero ser un en-fer-mero”. Lo de los “raros peinados nuevos” me sonaba ajeno. Hice la escuela secundaria en una escuela en que el pelo corto era importantísimo. Mi secundario (1978-83) entró perfecto en el tiempo de la dictadura, como en un ataúd hecho a medida. Al cuerpo exhumado en 1983 le costó recuperar la movilidad, hizo lo que pudo con la voz, con el cuerpo, con el género; todo salió, como mínimo, “raro”. En lo que respecta puntualmente al pelo, siguió corto hasta hoy, no tuve ni un solo raro peinado nuevo, y tampoco un raro peinado viejo: las imágenes del 73 de Charly y Nito en Sui Generis con el pelo suelto y sonrientes eran la cosa más lejana del universo, como de otra era geológica, de algo no recordado sino que aparece en una excavación. Es imposible, en Argentina, que tarde o temprano no aparezca la metáfora de la exhumación cuando uno habla de hacer memoria.

Digo que lo central de “Raros...” es lo de “sólo quiero ser un enfermero”, y el video va también por ese lado. No hay ningún peinado raro, pero hay un hombre que, uno podría pensar, es un enfermero. Un enfermero alarmante, saca un arma, juega a que se mata, rompe el arma (es de plástico), saca ketchup, se enchastra. Es enfermero, pero tiene también algo de paciente psiquiátrico, médico, carnicero. No parece un enfermero confiable, sin embargo, confío en que pueda hacer lo que hace un enfermero, hay una sensación de que juega al desquiciado, pero todo está muy bajo control. 

Pensé y dije muchas veces que yo hubiera querido ser un enfermero. No sé si me interesaba ser enfermero antes de la canción de Charly. Al final no fui enfermero, como no fui tantas otras cosas que imaginé que podía ser, pero creo que tengo algo de enfermero en mi modo de trabajo,  el acercamiento al otro, la observación, la corrección de lo que parece estar mal, el dejarme llevar por lapsos breves por el lenguaje mismo con los ojos cerrados, la decisión de atender a lo local y un cierto escepticismo por lo global, las torpezas por las que uno busca no sentir demasiada culpa, la opción por lo paliativo, por la “reducción de daños”, como se dice de ciertos tratamientos que se resignan a no esperar las grandes curas o soluciones o respuestas pero que igual hacen, como Charly, que la vida sea más disfrutable.


Eduardo Muslip nació en Buenos Aires en 1965. Es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y docente universitario. Ha publicado Hojas de la noche (Premio de Novela Juvenil Colihue, 1996), Fondo negro: Los Lugones (1997). Examen de residencia (2000) Plaza Irlanda (2004) y Phoenix (2009), Avión (2015) y Florentina (2017)