Es difícil pensar en algún lugar, en algún país, en algún tiempo, en el que se haya concentrado tanto talento creativo como en la Rusia soviética de las tres primeras décadas del siglo XX. Y en este contexto, la cultura del periodo revolucionario, que podríamos situar entre 1917 y 1932, es una cultura radicalmente diferente a la de los años precedentes, nueva tanto en sus ambiciones formales como en la concepción de la propia función del arte y de la creación fuera de un sistema de mercado convencional. Se trata de un tiempo de enorme dinamismo y heterogeneidad que se caracteriza por el desarrollo de especulaciones estéticas de fabulosa trascendencia, en el que los debates sobre teoría y práctica artística y los radicales experimentos que se llevaron a cabo fueron de una riqueza y de una profundidad asombrosa, hasta el punto en que en la actualidad siguen siendo pertinentes y objeto de una continua revisión.
Estos años, que pueden dividirse en tres periodos muy diferentes desde el punto de vista cultural –la Guerra Civil (1918- 1921), la nueva política económica conocida como NEP (1921- 1927) y la revolución quinquenal ligada al Primer Plan Quinquenal (1927- 1932)–dibujan un recorrido que nos llevó de la energía artística de la vanguardia que acompañó los primeros pasos de la Revolución, los tanteos y estrategias de los diferentes grupos para conectarse con la nueva realidad social que se estaba construyendo, hasta la imposición de un modelo único de cultura en 1932 por parte de Iósif Stalin que conduciría a la aniquilación de cualquier talento creativo independiente al final de la década.
Durante este periodo diversos grupos de artistas lucharon entre sí para erigirse en los representantes legítimos de la nueva cultura soviética. No obstante, se mostraron ineficaces a la hora de establecer un modelo para el arte comunista. De algún modo, en ausencia de un espacio para el debate político, los enfrentamientos literarios y artísticos asumieron este papel. Los creadores (muchos de ellos también teóricos): artistas, escritores, músicos, cineastas y dramaturgos desarrollan su trabajo en constante negociación con las estrategias del Estado por imponer su ideología, Algunos participan activamente y con entusiasmo, preservando hasta donde les es posible su autonomía creativa, otros son aislados y reducidos al ostracismo, muchos van progresivamente desilusionándose y desesperando, especialmente tras la muerte de Vladimir Lenin en enero de 1924. La cuestión de cómo debía ser la cultura proletaria se prolongó durante más de una década sin ser resuelta. Hasta que, nada más iniciarse los años treinta, Stalin proclama la doctrina del Realismo Socialista.
Fragmento del artículo “En el frente revolucionario del arte. Creación y experimento en la primera cultura soviética”.