Escribí Acá había un río, libro al que pertenece el cuento “Viernes en casi todo el mundo”, en una libreta Brugge color roja, tamaño chico. Faltaba poco para que me convirtiera en padre, y me había propuesto cerrar algunas ideas para cuentos antes de que naciera mi hija. Un fragmento por noche, en la cama, antes de dormir: ese era el método. De ahí el estilo sintético, telegráfico de los cuentos: al fin y al cabo, yo tenía unos pocos meses para hacer entrar el libro en aquella libretita. Poco tiempo y poco espacio. Después del nacimiento, transcribí el libro a la computadora con mi hija en el otro brazo: Acá había un río es un libro escrito íntegro con una sola mano.
“Viernes en casi todo el mundo” viene de la necesidad de darle un marco al siguiente problema: “un hombre vuelve a su pueblo de origen después de años. En plena agonía de su padre, se reencuentra con su primer amor”. Me sirvieron de apoyo los pueblos del interior de Santa Fe, a los que a menudo viajamos con mi mujer por motivos de trabajo. Y, sobre todo, la profesión del personaje: sonidista. En los sonidos de un pueblo se juega buena parte del clima del cuento. Descubrí, o al menos el sonidista lo hizo, que los sonidos que llegan a nuestros oídos durante una buena época no son los mismos que escuchamos en una época no tan buena. En la primera hay tomas mentales del murmullo de patios escolares, de biplanos surcando cielos luminosos de domingo. En la otra, meniscos secos, cascados por los años, y cierres relámpago de bolsos preparados con urgencia en plena madrugada.