Puede ser una válvula de escape, una invitación a reírse de la realidad cuando apremia. También, una vía por donde canalizar la crítica social. De esencia contestataria, el humor político muchas veces tuvo que vérselas con la censura. Y otras, resultó funcional al poder de turno. Caras y Caretas dedica su próximo número, que estará mañana en los kioscos opcional con PáginaI12, al humor político en tiempos de democracia. 

“A cada período de la historia de un país, que es al mismo tiempo una determinada prevalencia de sus marcas culturales, le corresponde un estilo de humor político. Son como las protuberancias exacerbadas y también certeras de la crítica social. Así ocurrió a lo largo de la historia nacional”, señala María Seoane en su editorial. Felipe Pigna presenta un completo racconto de las experiencias que nutren esta tradición de más de dos siglos, e Isidoro Gilbert las pone en el contexto de los más de treinta años que cuenta la democracia argentina después de la última dictadura cívico-militar.

En la nota de tapa, Diego Igal caracteriza las distintas etapas del humor en democracia, desde la euforia de 1983 por haber dejado atrás los años de dictadura, pasando por los 90: “La llegada de Menem y los años 90 cambió la forma de hacer política, y el humor lo reflejó, acompañó y padeció. Un presidente que jugaba al fútbol o al básquet con equipos profesionales, que un día aparecía con la cara hinchada por una aplicación de colágeno, manejaba una Ferrari hacia Pinamar o echaba a la esposa de la quinta presidencial de Olivos y que poseía un estilo desfachatado implicó un giro radical para los humoristas”. Hasta el presente, kirchnerismo y recuperación de la política mediante. Y Alejandro Dolina sostiene que “el humor político es más interesante por político que por humor”. En su nota sobre Humor Registrado, en tanto, Igal plantea una aparente paradoja: “Cómo la revista sobrevivió a cinco años de la dictadura más feroz para desinflarse lentamente y sin retorno en la democracia”. 

“A Tato le gustaba titularse ‘Tato Bores, actor cómico de la Nación’”, cuenta Santiago Varela, que fue su guionista. “Sin embargo, a un simple actor cómico no se le solía poner una bomba en el palier de su casa, ni se acostumbraba a censurarlo o a prohibirle actuar con la excusa de ser un año electoral”. Es que “Tato no hacía humor ingenuo, él hablaba de política, y por más que hiciera chistes, después de que se apagaban las risas quedaba un sedimento de observación y crítica de la realidad. Eso es el humor político”.

Fernando Sánchez observa respecto de la revista Barcelona: “¿Barcelona debe ser considerada una usina de fake news? Sólo si el diario Clarín también lo es. Desde su primera edición, en abril de 2003, Barcelona advierte en sus páginas que ‘no toda la información publicada ha sido debidamente chequeada’. Barcelona no miente; hace ficción periodística. Tanto es así que desde su diseño se pretende un diario y es apenas una revista. Pero si Perfil se vende como diario y sólo sale los fines de semana, ¿por qué Barcelona no podría creérselo también?”.

Sobre el combo Cha cha cha - Todo por 2 pesos - Peter Capusotto y sus videos, Juan Pablo Cinelli señala, citando a Emanuel Respighi, que “el gran aporte político de los tres programas es haber puesto en la televisión abierta la visión política del pibe del conurbano que se junta con los amigos a charlar en la esquina del barrio”. 

Max Delupi, por su parte, escribe sobre el humor político en radio. Y destaca el fenómeno de los imitadores que se registró en los años del kirchnerismo: “Varios Moyano, Tevez y Néstor, como varias Cristinas y Lilitas, se hicieron inconfundibles para el oyente”. 

La grieta en el humor es otro de los textos que integran este número. Pablo Galand apunta: “El humor político argentino atraviesa una situación curiosa: su principal temática son los supuestos hechos de corrupción de un gobierno que hace dos años dejó el poder. A contrapelo de esta tendencia dominante, surgió en los últimos años una serie de humoristas que no sólo ponen la lupa en la actualidad sino que lo hacen desde una visión corrosiva y cuestionadora”.

Fernando Amato escribe sobre el humor político en redes, y desentraña el fenómeno por el cual “humoristas se convirtieron en militantes y los militantes en humoristas”. El número se completa con entrevistas con Enrique Pinti y con Rudy y Daniel Paz, autores del “chiste de tapa” que desde los comienzos de PáginaI12 marcó un diferencial. Y con una desopilante historia contada por Ricardo Ragendorfer, protagonizada involuntariamente por el imitador de un político en los años 70. Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.