Fue un año raro para el cine nacional, con grandes películas hechas sin recursos y con ideas. Pero nuevamente hubo que ponerse el traje de militante en detrimento del de cineasta o incluso el de cinéfilo.
Los compañeros de las nueve asociaciones de cine me honraron con la designación como miembro del Consejo Asesor del Incaa que según la ley de cine es el órgano de cogobierno del Instituto. Para que se entienda, una especie de “poder legislativo” que garantiza la presencia democrática de los distintos estamentos que hacen el cine nacional en el control de los actos de gobierno del ejecutivo.
Hubo que estar atentos y movilizados para garantizar la continuidad de este “ecosistema” virtuoso que viene siendo nuestro cine desde hace más de una década. Los permanentes vaivenes, el “golpe” institucional a Alejandro Cacetta, supuestamente por hechos de corrupción que desaparecieron de la agenda mediática una vez entronizada la nueva gestión que se llevó puesta de paso a la excelente gestión de Pablo Rovito al frente de la Enerc en abril.
Toda la gestión del Incaa parece orientada a destruir lo bueno con modos autoritarios y reemplazarlo por una visión mercantil del fenómeno cinematográfico, imponiendo arbitrariamente resoluciones a las que si se les encuentra un sentido, el mismo siempre va hacia el mismo lado: la concentración de los recursos en manos de empresas altamente concentradas.
Ante esto, primero los documentalistas y luego todos los directores, acompañados por el aire fresco de cientos de estudiantes de cine estuvieron a la altura, con históricas movilizaciones de abril y de setiembre y octubre. También en las provincias, a la luz de las asociaciones surgidas en la última década, se replicó este estado de movilización que llegó hasta el acompañamiento al Consejo Asesor del 15 de diciembre.
Es difícil encontrar otra industria argentina que comparativamente sea más exitosa que la cinematográfica. Combina productos “comerciales” de grandes multimedios, generalmente asociados a los grandes jugadores mundiales concentrados, con una anchísima “clase media” de realizadores independientes que con ideas, experimentación y mucha pasión ponen a nuestra cinematografía en lo más alto de casi todos los festivales importantes en el mundo. El cine documental, que es casi la mitad de nuestra cinematografía actual y se hace con menos de un 5% del fondo de fomento, es casi un milagro de diversidad de miradas y propuestas que van desde lo clásico hasta lo experimental extremo.
Si bien es una industria que atrae inversiones (coproductores extranjeros), que tributa millones de pesos al fisco y genera miles de puestos de trabajo, nunca la vara económica puede ser la medida para pensar un fenómeno que debe medirse desde parámetros culturales. No parece ser la idea del Ejecutivo y ese parece ser el “errorismo” al que estamos sometidos en la actualidad los hacedores de nuestro cine.
Pero los cineastas estamos atentos alertas, organizados y movilizados y confiando en que lograremos el acompañamiento de aquéllos a los que dedicamos todos nuestros desvelos: el respetable público, nuestro pueblo, para defender esta industria que ya tiene 110 años de presencia en nuestro país.
* Documentalista. Este año estrenó El futuro llegó. Es miembro del Consejo Asesor del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales.