El 3 de junio de 2015, el movimiento de mujeres de la Argentina abrió un nuevo camino en la lucha contra la violencia de género. El femicidio de Chiara Páez, de 14 años, asesinada por su novio, motivó el estallido que se gestó en las redes sociales bajo la consigna “Ni una menos” y culminó en las calles con una movilización multitudinaria. Protagonista y a la vez testigo de esa jornada, Luciana Peker comprendió que ese hecho político no era un proceso azaroso, sino más bien una batalla nueva librada en el marco de una larga tradición de reivindicaciones y conquistas de derechos para las mujeres. Integrante del colectivo Ni Una Menos y periodista con una extensa trayectoria de veinte años en temas de género, Peker decidió dar cuenta de las múltiples luchas que hicieron posible el estado de conciencia actual frente a la violencia machista.
Su último libro, La revolución de las mujeres. No era sólo una píldora (Eduvim), es el producto de ese trabajo de investigación en el que rescata la figura de Julieta Lanteri, médica y militante feminista, quien luchó por el derecho al voto, al mismo tiempo que repasa los avances legislativos que empoderaron a las mujeres, y advierte sobre las fallas y las deudas pendientes de un sistema que aún no termina de garantizar igualdad plena.
“Lo que parecía una ley o una marcha aislada es una revolución”, sostiene la periodista, que actualmente escribe en LasI12, el suplemento de género de PáginaI12, y es columnista en Radio Nacional. “Cuando las mujeres somos conscientes de nuestra revolución, tenemos que estar orgullosas y defenderla, pero también tenemos que tener conciencia de que existe una revancha contra esa revolución, porque quienes eran privilegiados frente a situaciones de desigualdad y de violencia no se rinden ni ceden sus lugares, sino que se ponen más violentos y crueles. La revolución de las mujeres es muy vertiginosa y muy decidida, y hoy hay una revancha frente a la libertad de las mujeres que se rebelan frente a la violencia sexual, a la violencia en sus casas y a la falta de autonomía. No obstante, no es una posibilidad retroceder ni agachar la cabeza, porque el peor de los caminos es la mitad del camino, y si los cambios no van a toda máquina, las mujeres corremos peligro”.
–¿Qué condiciones habilitaron el surgimiento del Ni Una Menos?
–La historia del Ni Una Menos está muy enlazada con los Encuentros de Mujeres en la Argentina, que tienen 32 años, y son el germen de un movimiento feminista popular, federal y muy autónomo. Obviamente, también ese 3 de junio de 2015 confluyeron un montón de factores, desde la existencia de algunos casos con un impacto mediático, hasta figuras de renombre que aparecieron en las redes sociales, específicamente en Twitter, junto con mujeres decididas a decir basta. Además, hubo un movimiento de mujeres muy amplio y muy especialmente una enorme fuerza de las más jóvenes que colmaron esa convocatoria. Hay una sensación de decir basta y un arduo trabajo del movimiento de mujeres, y eso se observa en el ámbito de la política, en el Congreso de la Nación, en el trabajo que se realiza en los Encuentros de Mujeres y en el periodismo, con periodistas capacitadas, con escucha y decididas. En este contexto, las redes sociales jugaron un rol importante porque, a pesar de sus limitaciones, rompieron un poco la censura encubierta que tienen los medios de comunicación masivos con la defensa de los derechos de las mujeres.
–En el libro realiza un recorrido minucioso por los cambios normativos que han significado un avance para los derechos de las mujeres, a los que se ha sumado una mayor conciencia social. Aun así, las estadísticas de violencia de género siguen siendo alarmantes. ¿Por qué advierte que ocurre esto?
–El gran cambio en la Argentina se dio a través de la revolución normativa que generaron leyes como la de Educación Sexual Integral, la de Salud Sexual y Procreación Responsable, la Ley contra la Trata de Personas, la de Identidad de Género y el Matrimonio Igualitario. Esas leyes tienen el valor de mostrar que fue el cupo femenino del 30% que se logró en 1991 el que generó este cambio normativo en el país, al posibilitar que una cantidad importante de mujeres pusieran en agenda esos temas. Son importantes las leyes, pero la igualdad de género, como la justicia social, no se obtiene por un derrame como sostiene el liberalismo, sino que hay que generarla. Hay leyes que constituyen cambios inmediatos, como la Ley de Matrimonio Igualitario, pero hay otras que necesitan voluntad política y presupuesto para ser aplicadas. La Argentina tiene mejores leyes que realidades y esto es algo que tenemos que asumir. Hay que empujar las normas y, en este momento de retroceso conservador, los logros son importantes porque en muchos casos nos defienden de que no existan mayores retrasos. No es poco lo que conseguimos, pero está pasando algo muy grave que ni siquiera esperábamos, y es el hecho de que no sólo siguen matando mujeres, sino que las estadísticas de violencia y de femicidios se han recrudecido.
–En materia de deudas pendientes, sobresale la legalización del aborto a la cual usted dedica un capítulo de su libro. ¿Están dadas, en el contexto actual, las condiciones para avanzar hacia la aprobación de esta ley?
–Hoy el escenario político y religioso, con un Papa argentino como Francisco, y con un gobierno que tiene una tendencia más conservadora y un presidente que dijo que no aprobaría esta ley, nos pone más lejos de su aprobación. Pero las mujeres nunca bajaron sus banderas y eso es muy destacable, porque el movimiento de mujeres fue autónomo de todos los gobiernos y pidió lo que pidió más allá de lo que pensara el poder político. El proyecto de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito se presentó más de cuatro veces, pero nunca pasó de comisión. De todas formas, hoy en la Argentina el aborto es legal por causales amplias, en caso de violación, cuando el embarazo es inviable o afecta la salud de la mujer, de forma física o emocional, y esto se está cumpliendo. Sólo en la Ciudad de Buenos Aires se oficializaron los números del último año, y hay más de mil abortos legales registrados en el sistema público. Hay que ir más lejos y conseguir la ley, pero toda mujer tiene que saber que tiene derecho al acceso al aborto legal, porque si no la crítica nos impide comunicar los derechos y hoy corren peligro no sólo las más pobres, sino también las más desinformadas.
–Usted misma define que el movimiento de mujeres no es homogéneo y eso se advierte en algunos de los debates recientes, donde se exponen diversas miradas en torno a temáticas como la prostitución o la subrogación de vientre. ¿Qué evaluación hace del movimiento de mujeres a la luz de estos debates?
–Para mí es el movimiento político y social más interesante de la Argentina, que además tiene un rol de pionero en América latina y en el mundo. La tapa de la revista Times, con las mujeres que denuncian el abuso en Hollywood, es un fenómeno norteamericano pero que tiene como epicentro de ese tsunami mundial a la Argentina. Eso nos da mucho orgullo, y ese peso hace que los debates sean muy candentes y aparezcan posiciones enfrentadas sobre las libertades sexuales, la prostitución, la trata, la pornografía o los vientres subrogados. En algunos casos tengo mis propias posiciones, y en otros creo que es rescatable el pluralismo y poder debatir, porque no me gusta cuando se agrede, se descalifica o se va para atrás. A veces, hay un feminismo más carnívoro, que es un poco descarnado, y yo intento ser parte de un feminismo del debate y de la disidencia, pero amable.
–¿En qué aspectos deberían trabajar los y las periodistas para abordar la violencia machista desde una perspectiva de género?
–No creo que tenga que existir un manual ni tampoco que el periodismo de género tenga que ser frío, sin sentimientos, narración, estilos ni subjetividades. Pero cuando cubrimos femicidios, hay que pararse para narrar que estos no tendrían que haber existido, que son prevenibles, que el Estado es responsable y la sociedad es cómplice. Además, hay que señalar que las chicas no son culpables, y que no sólo tiene que haber justicia y memoria para esas mujeres asesinadas, sino que además esos casos no pueden usarse para disciplinar al resto de las mujeres. No necesitamos idealizar a las víctimas para que sean mártires o impolutas. Necesitamos que tengan derecho a vivir, a disfrutar y –si quieren, incluso– a equivocarse. Necesitamos que no nos maten.