Desde París
El silencio mata dos veces. El calvario de los civiles de la ciudad siria de Alepo fue uno de los crímenes contra la humanidad más difundidos de la historia: televisiones, teléfonos móviles o fotos, las imágenes de la muerte periódica alimentaron los medios y las redes sociales sin alimentar las conciencias de nuestros dirigentes mundiales, ni la de los intelectuales de izquierda y de derecha de nuestra América tan propensos a los moralismos ideológicos, a las sempiternas diatribas contra los populismos de izquierda o el liberalismo. Asfixiados entre los rebeldes, las milicias iraníes, las iraquíes, las afganas, las del Hezbolá libanés, los grupos kurdos radicales, las tropas de Bashar al Assad y, en los últimos meses, la aviación rusa, los civiles de Alepo vieron cómo era posible, aún hoy, morir cada día en directo y en la indiferencia general. La comunidad internacional es un cadáver maloliente que dejó a una de las ciudades más antiguas del mundo en manos de la sorda guerra que protagonizan las potencias. Los intereses geopolíticos de Estados Unidos, Europa, Rusia, Irán, Turquía, Arabia Saudita o Qatar valieron más que toda la humanidad. Las guerras y los genocidios pasados no sirvieron ni de referencia ni de ejemplo. El silencio de unos y otros mató por segunda vez. En Alepo ha muerto la modernidad y todas las esperanzas que nacieron con ella.
“Al-chaab, yourid, izqat al-nizam”(el pueblo quiere la caída del régimen) cantaban, en 2012, los estudiantes de Alepo. Fue al revés. El régimen, sus milicias aliadas, la cobardía Europea, el doble o triple juego de las monarquías del Golfo Pérsico, Rusia, Estados Unidos y su máscara y las espantadizas diplomacias del resto del mundo terminaron aplastando en el horror más absoluto la revolución siria: Guernica, Gaza, Chechenia, Ruanda, Sarajevo, Srebrenica no fueron suficientes espejos del horror como para evitar una barbarie actualizada. El espanto no ocultó su rostro. Quienes veían en el presidente ruso Vladimir Putin un paladín contra Occidente y en Barack Obama la paloma de la paz tendrán que revisar sus ilusiones. Ambos, por diversas razones, fueron actores cómplices de la caída de Alepo y de la matanza de civiles. En el medio, el diletantismo europeo, su absoluta falta de peso y de definición, depositó la última pincelada de muerte y destrucción. Cuando aparecieron las primeras denuncias sobre el empleo de armas químicas por parte del régimen de Assad la izquierda latinoamericana sacó del placard el fantasma del intervencionismo occidental cuando, en realidad, Occidente ya había intervenido hace rato armando, financiando y entrenando a una oposición siria cuya composición era una garantía de fracaso. Luego, cuando apareció la primera prueba independiente de la existencia de esas armas aportada por dos periodistas del vespertino francés Le Monde esa izquierda ignorante y enceguecida se alteró todavía más. No le exigió a sus respectivos Estados que, incluso si no tenían una relación geoestratégica directa con Siria, al menos, en nombre del ser humano y de nuestra sangrienta historia, hiciera oír su grito en Naciones Unidas. Dividió el mundo entre buenos y malos y se cayó la boca. En realidad, el destino final de Alepo se jugó en 2013. En ese momento, Obama decidió no plegarse al proyecto francés de intervención directa y dejar que Rusia, de nuevo su aliado, reparara el desastre que el mismo Occidente configuró: Washington, París o Londres prefirieron al final que un tirano sanguinario arrasara casas, hospitales y escuelas antes que ver al país en manos de una insurrección con fuertes elementos islamistas que esas mismas capitales apoyaron al principio de la revolución.
Al Assad atravesó la “línea roja” que Obama diseñó y de ahí en más nadie lo detuvo. La barbarie se desplazó sin barreras. Alepo cayó. Su martirio es una feroz demostración de la cobardía mundial y, sobre todo, de la poca validez que tienen a menudo las visiones meramente ideológicas. Poco a poco, Alepo se fue convirtiendo en la Vukovar o la Sarajevo de Medio Oriente, en la Guernica del mundo árabe. Hace 80 años, en 1936, en plena Guerra Civil Española, los aviones de la la Legión Cóndor enviados por Hitler para respaldar a Franco entraron en acción. En el 37 bombardearon Guernica. Hubo más de 1.600 muertos civiles. Es menos de los civiles que murieron cada mes en Alepo. Entre una y otra matanza, la globalización sembró su peor grano:la indiferencia.