Los “lagartos terribles” incluyen cerca de 500 géneros que dominaron la Tierra, aproximadamente, durante 180 millones de años de evolución continua. Y la Argentina es un lugar especial para hallar sus fósiles. Fernando Novas describe aquí los ribetes del quehacer paleontológico, narra sus experiencias de éxito y fracaso durante las campañas, y explica por qué el país es un lugar espléndido para hacer paleontología. Es doctor en Ciencias Naturales (UNLP) e investigador principal del Conicet en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”.
–Su interés por los dinosaurios comenzó cuando era un niño.
–Sí, en 1971. Ya desde muy pequeño pude leer libros maravillosos –de los muy pocos que había en aquel entonces sobre prehistoria y fósiles– y visité el Museo Argentino de Ciencias Naturales, en el que ahora trabajo. Recuerdo que recorría las salas y tomaba nota de los cartelitos, cualquier cosa era motivo suficiente para despertar mi curiosidad. Como no tenía mucho dinero, vendía discos para pagar las fotocopias del material. No entendía absolutamente nada porque eran trabajos técnicos que describían rasgos anatómicos, grupos taxonómicos y tantas otras características inaccesibles para mi edad. Sin embargo, conforme transcurría el tiempo, me familiarizaba con los términos en castellano y, con la ayuda de un diccionario, traducía las palabras en inglés.
–Cuando usted empezó, los dinosaurios no estaban en agenda. No existía Jurassic Park.
–Hoy los dinosaurios están hasta en el yogurt, a los nenes les encantan. Recuerdo que vi unas películas de la Universidad Nacional de Tucumán sobre trabajos paleontológicos en Argentina. No lo podía creer, sentía que estaba soñando. Luego, a los 14 años leí El libro de los dinosaurios de Edwin Colbert, que señalaba los descubrimientos de tiranosaurios de otras latitudes, aunque incluía referencias de Argentina. Aquellos agregados eran ni más ni menos que de Osvaldo Reig, el gran paleontólogo argentino.
–Con tanta pasión en su niñez y adolescencia, estudiar Paleontología no habrá significado una decisión muy difícil. ¿Cómo fue cursar en el Museo de La Plata?
–A diferencia de otros edificios universitarios que no tienen personalidad, tomar clases en el Museo fue algo único. Era entrar todos los días en el templo de la ciencia, sentir satisfacción continua por estar en el lugar apropiado de manera constante. Fueron años muy hermosos, todos aprendíamos en cada momento sin la necesidad de entrar al aula. Las paredes, las vitrinas, las escaleras, todo enseñaba y nosotros disfrutábamos.
–Para los paleontólogos salir de campaña es un ritual, ¿cómo fue la primera vez? ¿Qué recuerda de ese bautismo?
–Había comenzado a mandarme cartas con los paleontólogos de la época, con José Bonaparte que estaba en Tucumán y con Rodolfo Casamiquela que se encontraba en Viedma. Con una generosidad destacable, no solo me respondían sino que me enviaban sobres con sus trabajos. Así fue como en una ocasión Bonaparte visitó Buenos Aires y me invitó a una expedición que realizaría al año siguiente en Paso de Indios (Chubut). No lo pensé y a principios de 1978 viajé hasta Santa Rosa, me sumé al grupo. Participé como picapedrero de un yacimiento del período jurásico con dinosaurios de 160 millones de años; ese fue mi primer contacto con un fémur de 1 metro y medio.
–Desde un comienzo decidió estudiar los dinosaurios argentinos. ¿Qué tienen de especial?
–En Argentina, afortunadamente, contamos con fósiles de los tres períodos de dominancia (el Triásico, el Jurásico y el Cretácico) de la era Mesozoica. Sin embargo, allá por la década de 1940, se conocía muy poco acerca de los dinosaurios en nuestra región; tanto que la única referencia para comprender era el reflejo de aquello que sabíamos de Estados Unidos y Asia. Con las intervenciones de Reig y Bonaparte logramos advertir que nuestra propia historia no era la de los tiranosaurios, los triceratops ni de los estegosaurios que conocíamos del hemisferio norte. En el sur (en las latitudes que integraban el supercontinente de Gondwana: Sudamérica, África, Antártida, Australia, India) se habían desarrollado contextos e individuos muy distintos.
–Y eso tiene sus efectos en la actualidad porque cuando hallan fósiles en la India son muy parecidos a los de Río Negro.
–Exacto, esto sucede por la cercanía geográfica. A comienzos del Triásico los continentes estaban unidos y formaban Pangea. Recién en el Jurásico comienza a observarse una separación: al norte Laurasia y al sur Gondwana. En el Cretácico se fragmentan los continentes norteños (Norteamérica y Eurasia) y los sureños (Sudamérica y Africa). De modo que los dinosaurios que quedaron en nuestra porción de tierra rumbearon, con el transcurso del tiempo, hacia direcciones bien distintas y adquirieron características particulares respecto a sus parientes del norte.
–Hoy sabemos que el sur argentino es cuna (y cementerio) de gigantes, ya que vivieron los ejemplares más grandes del mundo.
–En este rincón del globo los dinosaurios se adaptaron a un contexto ambiental (condiciones climáticas, por ejemplo) y paleogeográfico específico. Sin embargo, aunque los yacimientos de fósiles de dinosaurios más preminentes se han localizado en la Patagonia también los hay en La Rioja (Parque Talampaya), en San Juan (Valle de la Luna) y en Salta. Argentina es un lugar espléndido para hacer paleontología.
De la campaña al museo
Salir al campo es apasionante, pero también requiere de un nivel de organización y administración muy intensa. El combustible para las camionetas, el riguroso conteo de los alimentos requeridos a futuro, el chequeo del estado de las carpas y los permisos para excavaciones (papeleo-burocracia), protagonizan la lista de tareas que se distribuye el equipo de Fernando Novas, toda vez que se disponen a internarse en un lugar bellísimo de la Argentina y localizar huesos. Una vez instalados, los estudiantes, becarios, colaboradores e investigadores más experimentados comienzan a “patear el terreno” en turnos que se extienden por horas.
En su riquísima trayectoria, Novas cosechó éxitos muy importantes. “Haber encontrado al Unenlagiacomahuensis –el eslabón perdido entre dinosaurios y aves– constituye uno de los hallazgos más queridos, sin embargo, con el Chilesaurus (2010) hemos pateado el tablero evolutivo. Podríamos describirlo como un dinosaurio con cuerpo de puma, cabeza de guanaco y manos atrofiadas como las de un Tyrannosaurusrex”, indica. No obstante, la historia de la ciencia también se construye de fracasos: “Cuando vamos de campaña no siempre nos va bien, también nos frustramos y nos desilusionamos mucho. Por ejemplo, desde hace tiempo me encantaría encontrar los esqueletos completos de un megaraptorpero todavía no lo logro”.
El “Taller de preparación de fósiles” se ubica en uno de los anexos del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, ubicado sobre la avenida Angel Gallardo (Ciudad de Buenos Aires). El espacio depende del Laboratorio de Anatomía Comparada que dirige Novas. A diferencia de cualquier laboratorio convencional, los especialistas (pero también los visitantes) deben gambetear las sierras, plastilinas, moldes, instrumentos de corte, martillos neumáticos y lupas. El polvo completa la escena colmada de cajas y mesadas desbordadas de fósiles reales y artificiales. La ecuación es sencilla: como en el Museo no se pueden exhibir los originales porque algunos ejemplares solo se han localizado en una oportunidad, es necesario fabricar piezas idénticas.
Al taller se trasladan los bloques que contienen los tesoros hallados durante la campaña. Extraer los fósiles de la roca sin dañarlos constituye uno de los máximos desafíos del quehacer paleontológico. En este sentido, resulta fundamental el trabajo de los técnicos que operan con precisión quirúrgica bajo los más altos estándares internacionales. Una vez extraídos, los huesos pueden ser trasladados a diversos institutos. Con el objetivo de profundizar el estudio detallado de su anatomía y su constitución interna, algunos son sometidos a pruebas de tomografía. Recién cuando todo el equipo está de acuerdo con los resultados de la investigación se escribe el paper que será publicado en revistas de impacto nacional e internacional.
“El objetivo es expandir el acervo paleontológico con el material protegido en los museos, publicar trabajos científicos de calidad y, sobre todo, comunicar a la sociedad nuestros descubrimientos”, señala Novas. En las exposiciones, los investigadores, becarios y demás asistentes montan los esqueletos (auténticos) o bien las réplicas de plástico, yeso y poliuretano con el objetivo de recrear una realidad pretérita. “Nuestro propósito es encender nuevas pasiones, buscamos que los niños se sientan atraídos y les pidan a sus padres volver al fin de semana siguiente. Recién en ese instante nuestro trabajo culmina y podemos sentirnos satisfechos”, concluye.