Tengo 56 años y empecé a manejar ciclomotores a los 17. Son muchos años en la calle. En ese momento me pude comprar una Zanella 78 con tres cambios en la mano que ni siquiera pude poner a mi nombre porque era menor. Mi abuela tenía costumbre regalar relojes de oro, y a mi no me interesaba pero la moto sí, entonces vendí la malla y mas lo que yo juntaba trabajando me pude comprar esa. A los 15 conocí a Cristina Benedetti, que hoy es mi amiga y tiene 67 años, y ella andaba (y sigue andando) en moto: a mí me fascinaba verla y esa sensación de libertad que yo quería sentir la viví siendo copilota de ella. No puedo decir a nombre de quien puse aquella primera moto porque hasta el día de hoy mi mamá no sabe lo que hice. Mi otra abuela dejó de hablarme cuando me vio llegar en el ciclomotor. Después se le pasó, hicimos un tablón para subir mis motos y me aceptaron. Cristina era socia de un señor y pusieron una agencia que se llamaba Moto Encargo, una de las pioneras en esa época. Había mucho laburo y bien pago así que empecé a trabajar ahí de motoquera. Hasta La Plata se bancaba el ciclomotor, y yo no lo podía creer porque era lo que me gustaba hacer y ganaba guita. Llevaba mezcla de aceite y nafta y un bidón preparado por las dudas. Después me pasé a una Honda con caja de quinta, estaba re feliz, cuando entregué la Zanella ya no daba más, tuve que darle un golpe al carburador con un martillo unas cuadras antes de entregarla, pobrecita. Respiré profundo y me fui con la otra. Hasta que llegué a la Honda MB100 cero kilómetro, un fierrito, ya distinto para trabajar, más cómoda y más rápida.
Siempre trabajé en agencias, según donde iba viviendo y siempre me trataron como uno más, tampoco tuve problemas por ser lesbiana. En la calle sí, hubo peleas, bajarme de la moto porque el cabrón de turno te tira el auto. Tengo varias de esas anécdotas. Incluso una vez la policía pasó en rojo y los vi de refilón sino me agarraban al medio. Me bajé muy nerviosa y les pateé el patrullero: ninguno bajó. Enseguida se le cruzaron muchas motos y se quedaron piolas sin moverse. Antes había más solidaridad entre motoqueres que hoy en día. Todes nos saludábamos con la cabeza. Hoy en día sigue la solidaridad pero también tenés el temor de que si parás para ayudar te puede pasar algo.
A todas mis motos les puse nombre, la que tengo desde 2010 se llama Nikita. Trabajo de manera autogestiva. Para cobrar la última vez tuve que patear la moto y con un encendedor en la mano exigir el pago para todos los que estaban trabajando conmigo. Así que ahora hago todo por mi cuenta.
Es un trabajo duro, por el clima, aunque yo prefiero el frío. Lo que más jode es la lluvia. Mucha gente maneja como si el piso estuviera seco. Siempre miro más lo que hacen los demás y eso me ha salvado mil veces. Por lo menos a morigerar el impacto. Es un trabajo que a las chicas normalmente no las ubican, aunque ahora es más común verlas. Yo me sigo sintiendo muy bien haciéndolo. En un momento paré de trabajar con la moto pero seguí usándola para trasladarme. Además soy fumigadora, así que hago trabajos atípicos para mujeres. En un momento me decían que soy una Filcar porque sé todas las maneras de entrar a todos lados, en provincia y en Capital. He tenido navaja en bolsillo para defenderme: una vez un muchacho me puso una 22 en el costado y yo empecé a gritar no tenés códigos, estoy trabajando, saqué la navaja y le dije si disparás te corto el cuello. Era un chico de unos 16, no se esperó mi reacción, había un mayor más lejos y salió corriendo. Y el que me apuntaba también. No la pensé, pero sí pensaba “la moto no te la llevás”. Yo mantengo dos personas con discapacidad mental, son adultes pero como niñes y dependen de mí, así que cuido mi herramienta de trabajo.
Otras veces me ha pasado de doblar mal y entrar a un asentamiento, y entrar con una moto cuando no sos conocida del lugar no es lo mejor. Puede ser jodido. Una señora se dio cuenta, la saludé y le dije ¡paso después! y me dijo ¡claro, claro, vení mas tarde!