En la Argentina hay 1.485.362 armas de fuego registradas, según cifras oficiales del ex Registro Nacional de Armas de Argentina (Renar), del 2015 y 945.864 personas autorizadas a tenerlas en su cinturón o mesa de luz. El 97 por ciento de los portadores son varones y solo el tres por ciento (apenas 279) mujeres. “Las mujeres no son las usarías, las propietarias, ni las compradoras de armas de fuego”, delimita el informe “Violencia de género y armas de fuego en Argentina”, realizado por Ileana Arduino, Carolina Concaro, María Sidonie Porterie, Aldana Romano y Julián Alfie, del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (Inecip), en diciembre del 2017. El mercado clandestino sube la apuesta real a tres o cuatro millones la posibilidad de matar o morir.
Las armas se bajaron una cada diez familias (9,8 por ciento) en el 2005 a 7,1 por ciento casi una década desarmada después, en el 2009, por el efecto del Programa Nacional de Entrega Voluntaria de Armas de Fuego. El problema es que, ahora, el desarme está desarmado, silencioso y congelado. Y en el silencio gana el estruendo del cargador. En el cosmos del Far West que titila en la televisión desde los living y los bares la inseguridad es externa y de desconocidos con rostros de villano. La mayor cantidad de gente que tiene un arma dice que es para defenderse de la delincuencia. Pero las mujeres rechazan más llamar al riesgo en nombre de la defensa personal. Las armas son la parte blindada de una coraza fálica que viste a la virilidad de violencia. Los mayores perdedores de ese machismo gatillado son los varones. En Argentina mueren ocho personas por día como consecuencia del bang bang a lo macho. Las víctimas diarias son siete varones y una mujer, cada 24 horas, los 365 días del año.
Entre el 2008 y el 2017 –en nueve años– hubo 641 baleadas, según los datos de La Casa del Encuentro, en donde se ve como las armas son la principal herramienta con la que los violentos ejecutan a sus parejas. Un 22,3 por ciento de los femicidios se comete con armas de fuego, según datos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Las balas son un peligro aunque no se disparen. Tres de cada diez víctimas de violencia de género señalan que el agresor dispone de una pistola o rifle en su casa. La ostentación del gatillo (pasearla, exhibirla, hablar de la posibilidad de vaciar el cargador) son formas de intimidación a las víctimas y de exhibir el poder de quitar la vida a la esposa, novia, amante o ex pareja. Por otra parte, dos de cada diez agresores con prohibición de acercamiento a la mujer denunciante tienen armas. La justicia debería desarmar a los agresores para prevenir riesgos, amenazas y miedo en la víctima. A la vez que la portación de armas de integrantes (o ex) de fuerzas de seguridad con armas brindadas por el Estado también forma parte del problema de la inseguridad íntima. En nueve años 142 mujeres perdieron la vida a causa de balas provistas por el propio Estado.
“Si queremos salvar las vidas de las mujeres tenemos que controlar las armas”, advierte Rebecca Peters, ex Directora de International Action Network on Small Arms (Red Internacional de la Sociedad Civil para el Control de las Armas), en una entrevista con Las12, durante su visita a Buenos Aires para participar de las Jornadas de Trabajo sobre Armas de Fuego y Violencia de Género, organizado por Inecip, la Fundación Friedrich Ebert Stiftung y con la adhesión de Ni Una Menos, en diciembre del 2017.
Rebbeca es australiana y habla en perfecto y amable castellano como fruto de su infancia en Panamá y Costa Rica. Actualmente vive en Guatemala. Allá trabaja con personas que sufren discapacidad a causa de lesiones de armas de fuego. La paraplejia y las lesiones medulares, en general, se producen por accidentes laborales o deportivos. Pero en Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia y Brasil la primera causa de esas enfermedades son las heridas de bala. Por eso, trabaja con sobrevivientes de violencia armada que se vuelven referentes para la población a favor del desarme. Ella es periodista y abogada y en los noventa lideró una campaña en Australia que cambió las leyes sobre armas, aumentó la prevención y minimizó la vigilancia armada. La consecuencia fue la reducción a la mitad de muertes con armas de fuego. El puente fue un programa de desarme, aplicado desde 1995 a 1996, con entrega voluntaria (a cambio de una suma que excedía en un diez por ciento el valor real de las pistolas o similares) que destruyó 650 mil armas y la prohibición de rifles y escopetas automáticas para civiles. Rebecca cree que el machismo es un problema mayor al terrorismo y está exacerbado en la era Trump de una masculinidad impostada en ver quién tiene el botón o la pistola más grande.
–El conductor del taxi que me trajo a la entrevista acababa de ser robado con una pistola. La idea generalizada es que frente a los robos o amenazas las armas son una buena protección o venganza. ¿Qué les dice a quienes sufrieron violencia con armas?
–Las armas de fuego son un factor de riesgo en la vida de las personas que pesan mucho más que cualquier factor de protección que la gente piense que puedan tener. Es un producto hecho para dañar a las personas. No es lógico que no sea controlado muy estrictamente. Las sociedades lo tratan como un artículo común y no lo es. Por supuesto que influye la imaginación mediática de las películas en donde los buenos se defienden contra los malos y colorín colorado. Sin embargo, las investigaciones demuestran que tener un arma de fuego duplica el riesgo que una muerte violenta ocurra en esa casa. Es un tema de prevención de lesiones y de muerte.
–¿Qué pasa con el riesgo de las mujeres?
–Un estudio del 2015, de la Universidad de San Francisco, determinó que el riesgo para las mujeres, si hay un arma en casa, se triplica. Es verdad que la gente puede morir por otras causas, pero las chances de sobrevivir si te atacan con cualquier otra cosa es mucho mayor. Es porque las armas de fuego están hechas para destruir tejido y la bala entra. Si vas con un cuchillo se daña el primer tejido que tiene contacto con el metal, pero la bala penetra con tanta fuerza que daña el tejido que no está en contacto con la propia bala: a los huesos, a los músculos, rebota adentro y se va como una ola. La bala hace mucho más daño comparado con un cuchillo. También con un arma de fuego el agresor puede matar a la mujer aunque esté a muchos metros huyendo. En cambio, con un arma blanca hay que estar cerca para producir daño. Con un arma de fuego se reduce la posibilidad de huir del agresor. Un disparo hace mucho más probable que la persona muera y menos probable que la persona sobreviva al ataque. Además, el arma de fuego sirve para ejercer control y dominación. En las casas donde hay violencia el esposo saca el arma de fuego y mata al perro o secuencias similares y eso es una amenaza muy grave. O saca el arma para limpiarla y, aunque no la saque, la presencia del arma de fuego es una manera de intimidar.
–¿Por qué es tan estratégico el desarme para reducir la violencia machista?
–Las armas son la manera más eficaz y disponible de asesinar. Es un poder destructivo fuera de proporción comparado con el esfuerzo que hay que hacer: con el movimiento del músculo de un dedo se termina la vida de otra persona. Es una inversión demasiada pequeña por el daño que puedas hacer. En un ataque con arma blanca muere el cuatro por ciento de las víctimas. Con una bomba haces más daño pero es más difícil organizar. Si queremos salvar las vidas de mujeres y niños tenemos que controlar las armas.
–¿Cómo influye el imaginario fálico sobre las pistolas en la violencia machista?
–El género y la masculinidad hacen que los varones se sienten poderosos con un impacto tan grande como es el de apagar la vida de la persona que piensan que es la causa de sus problemas o que no está dispuesta a ser controlada. Es una tecnología que no debería estar en manos de civiles y, por eso, la usan los ejércitos. Si las armas blancas fueran iguales de eficaces los ejércitos andarían con espadas.
–En la Argentina se cometieron 641 femicidios en nueve años con armas de fuego. También hay suicidios de adolescentes con pistolas del padre o una chica que asesinó a su novio, en Gualeguaychú, con el arma reglamentaria del progenitor que es policía. ¿Qué pasa con este peligro interior?
–Hay una falta de sensibilidad de los padres que tienen armas en casa y que piensan que no hay problema con los hijos, pero subestiman el poder de las armas y la atracción.
–¿Qué pasa con las masacres con armas de fuego que suceden en Estados Unidos?
– Lo que está saliendo en evidencia sobre la violencia en lugares públicos es que esa violencia está precedida por violencia doméstica. En las masacres de Texas y Orlando se demostró que hay una representación de la masculinidad frustrada. Los asesinos dicen: “Yo les voy a enseñar una lección, estoy ofendido, no me pueden tratar así”. Es el mismo impulso que dice “Yo le voy a enseñar una lección a mi esposa, yo le voy a enseñar una lección a la sociedad: nadie me puede tratar así”.
–¿Es el neo machismo consagrado en la era Trump de ver quien tiene el botón nuclear o el arma más grande?
–La violencia armada entre hombres tiene que ver con la masculinidad que quiere comprobar que soy mejor que tú. Cuando pensamos en violencia de género pensamos en la violencia contra la mujer, pero la violencia entre dos egos masculinos es violencia de género porque surge por la insistencia en ganar, en dominar, en ser el macho más grande y eso está en la base tanto en peleas en bares como en la violencia doméstica.
–¿Qué pasa con la exacerbación del ideal de macho violento en la cultura narco en Centroamérica?
–La iniciación a la pandilla se da cuando el nuevo integrante tiene que matar a un número de personas. Los narcos tienen armas doradas o exageradamente lujosas como para decir “yo tengo más dinero y más poder”. Son todas manifestaciones del ego masculino.
–En Argentina los femicidios por parte de fuerzas de seguridad son un problema de doble responsabilidad porque el Estado da el arma con la que se asesina a las mujeres. ¿Qué se debe hacer?
–Las fuerzas de seguridad son una forma asalariada de masculinidad extrema. En todos los países los policías y las fuerzas armadas tienen índices muy altos de violencia doméstica. Incluso, el suicidio en los hombres tiene que ver con no cumplir con sus expectativas de masculinidad. A veces es un suicidio extendido. La mayoría no son violentos y no abusan de sus parejas pero se ven tasas altas de femicidios y una cultura de no pedir ayuda, de no reconocer las emociones o suprimirlas y se pone un gran valor en no arrepentirse y eso es imposible. Somos todos seres humanos. Las expectativas de esas profesiones con el acceso fácil y obligatorio de armas de fuego tiene consecuencias peligrosas.
–El 20 por ciento de los femicidios termina en suicidios. La posibilidad de quitarse la vida con tal de matar a una mujer solo se ve en casos de terrorismo. ¿Cómo se equiparan violencia machista y terrorismo?
–Hay una obsesión con el terrorismo musulmán en Estados Unidos y el número de personas lesionadas por hombres enojados y celosos es mucho mayor que el de las víctimas de terrorismo. Las sociedades o los gobiernos tienen miedo de enfrentar el problema de la violencia masculina y, por eso, ponen más atención en la violencia que viene de afuera. Y eso se ve en todos los países.
–¿Qué soluciones pueden surgir?
–En Naciones Unidas hay un proceso de control de armas y en los últimos dos años se ha hecho un compromiso muy sólido en aumentar la participación de mujeres en el control de armas y desarmes. Los grupos que tienen como prioridad la seguridad y la vida de las mujeres tienen que participar plenamente.