Cuando era chica las Barbies eran incluso más caras que ahora pero me las arreglé para comprarme dos: una rubia y bailarina, con tutú de tul rosado y brillitos, la otra hawaiana, de piel bronceada y larguísimo pelo que le llegaba a las rodillas. Yo las adoraba, literalmente. Las miraba fijo y en éxtasis. Después inventaba historias que muchas veces terminaban de la misma manera: las Barbies se calentaban entre ellas, se besaban en la boca y yo, con mis nociones de sexo todavía rudimentarias, las hacía acostar una encima de la otra. Eso es lo que una muñeca con tetas les permite imaginar a las niñas, por más que esas tetas fueran lisas como dos rodillas y hubieran perdido definitivamente los pezones. Aunque no lo crean, allá en el trasfondo de la historia hubo un prototipo de Barbie con pezones, que rápidamente fueron descartados. Ya era bastante malo que una muñeca se pareciera -aunque fuera remotamente- a una mujer adulta en lugar de a un bebé. Este es en parte el proceso que reconstruye el capítulo dedicado a Barbie en The toys that made us, una serie de Netflix estrenada en diciembre de 2017 que recorre, en cuatro capítulos, la historia de algunos de los juguetes más famosos y vendidos a partir de testimonios de sus creadores.
Al lado de la multiplicidad de muñecos y robots que acompañaron el lanzamiento de Star Wars, del universo forzudo y queer de He-Man y Los amas del universo y del repertorio bélico de G.I. Joe a los que se dedica el resto de la serie estaba ella, que era simplemente Barbie y no tenía más aventuras que ser ella misma. Pero Barbie estuvo primero: Mattel lanzó la marca en 1959, en la recta final del sueño dorado de mujeres que no tenían mejor cosa en la vida que arreglarse y estar lindas para sus maridos. Fue una mujer, Ruth Handler -madre de dos niñxs llamadxs Barbara y Ken-, la que durante un viaje por Europa vio una muñeca que enseguida le prendió la lamparita, una rubia alemana y coqueta llamada Bild Lilli con figura de pin-up. Lo raro es que la inspiración para crear el prototipo de Barbie, según repone el documental, no era en realidad un juguete para niñas sino la protagonista de una tira que se acostaba con tipos a cambio de plata. A Ruth Handler no le tembló la mano y entendió el atractivo de semejante muñeca para las niñas, que hasta ahora no tenían mucha más opción que jugar a vestir bebotes y sentirse madres.
Así nació Barbie, como un ícono de la moda que las nenas podían vestir y desvestir infinidad de veces y que con los años fue ensayando distintas profesiones, desde médica hasta astronauta. El atractivo de la muñeca apuntaba y apunta hasta el día de hoy a esa pequeña franja de libertad que se concede a las chicas antes del matrimonio: con el tiempo Barbie tuvo novio –uno tan andrógino como Ken–, pero era importante que no hubiera una Barbie esposa porque el secreto impronunciable es que la diversión que ella representa, los vestidos glamorosos y el descapotable, el baile y las tardes junto a la pileta, los deportes y el guardarropas como un tesoro, se termina justo ahí. Impregnado por los múltiples cuestionamientos que recibió la muñeca de cintura imposible a lo largo de las décadas, aunque nunca se refiera a ellos abiertamente, el episodio Barbie de The toys that made us es un discurso orquestado a través de muchas voces que intentan apuntalar la misma idea: que Barbie representó, a pesar de imponer un cierto tipo de belleza blanca y delgadez extrema como modelo a las niñas de todo el mundo, un medio de empoderamiento fuerte para las nenas que de pronto pudieron imaginarse un repertorio interminable de actividades y profesiones a desplegar. Detrás de esa idea oportunamente feminista y simplificadora, lo que hay es un conjunto de CEO y diseñadores de juguetes -mujeres en su mayoría- explicando cómo el producto Barbie sobrevivió adaptándose a los cambios de época, pero es cierto que el documental también ilumina aunque sea un poco este otro aspecto creativo que tuvo Barbie como muñeca sexuada en manos de sus dueñas.