Néstor Ortigoza soñó todos los sueños que alguien puede soñar en una pieza oscura, al fondo de un pequeño hogar, justo antes del patio por el que se escapaba a jugar partidos por plata en Merlo, Buenos Aires. Ahí, en el trayecto entre esa cama cucheta que compartía con su hermano y la canchita del barrio, imaginó mil universos, creyó en el milagro de sus piernas, pateó penales a los dioses y pudo, al cabo, ser lo que no iba a ser. Aprendió la picardía mientras tiraba los botines por la medianera del vecino, para que papá Oscar, ese que tiene una cicatriz en todo el tobillo producto de un picante duelo barrial, no lo viera llegar de jugar las finales del potrero. Entendió el esfuerzo en cada viaje hasta Liniers, donde iba a los mayoristas y compraba cuadernos, latitas y hasta morrones para vender en el tren y casa por casa. Y se asumió como adulto el día que pudo cerrar la puerta de su habitación de chico de manera definitiva para comprarle una casa nueva a los viejos.
Para el Ortigoza que habla con Enganche, la palabra Central tiene algo especial, porque es el club por el que acaba de firmar en Rosario, pero porque también es el nombre de su primer equipo, Central del 30, que copiaba los colores del Canalla y le agregaba el número del barrio de González Catán al que pertenecía la formación. En Central del 30, de todos modos, Néstor Ezequiel Ortigoza era Jona, como le dicen en su familia, como Jonathan, el nombre que sus padres querían ponerle, pero que en 1984, con la guerra de Malvinas todavía en carne viva, estaba prohibido en el registro civil. Mate en mano, la conversación, como su historia, va y viene al potrero.
-¿Qué te pasa cuando mirás la historia de aquel pibe que jugaba por plata en los torneos de barrio y lo comparás con el que sos hoy, que jugaste un Mundial?
-No lo creés, esa es la verdad. Yo llegué al fútbol con el sueño de comprarle la casa a mis viejos y me fui encontrando con todo. Con clubes increíbles. Con ser famoso o algo así. Jugué un Mundial con la selección de Paraguay, en el 2010. Fui a San Lorenzo y gané la Copa Libertadores. Llegué a jugar una final del mundo contra Cristiano Ronaldo. Lo único que puedo decirte es que pasó rapidísimo. Hubiera querido que fuese más lento. Hubo momentos de mi vida donde vivía arriba de un avión, a mil para todos lados. Era viajar y viajar y se disfrutaba. Pero a veces una cosa te lleva a la otra y no aprendés a darte cuenta de lo que estás viviendo.
-¿Cómo fue eso de comprarle la casa a tus viejos?
-Ahí me saqué una gran mochila de encima. Fue en el 2008. Junté la plata peso por peso, me costó un montón. Entonces, cuando la tuve, decidí que no quería comprar cualquier casa. Quería que la eligiera mi vieja. Pero ella no me decía nada y no había caso, no quería irse del barrio. Por suerte, un día veníamos en el auto y pasamos por una casa y dice: “En esta casa tendrías que vivir vos, mirá qué linda que es”. Y me lo anoté a fuego en la cabeza. No le dije nada, fui y la compré. Pero la quería modificar para que estuviera impecable para ellos, entonces arranqué la obra, todo sin decirle nada, eh. Otro día pasamos por la puerta en el auto y manda: “Mirá, están arreglando la casa esa, alguien la debe haber comprado”. Y yo por adentro me moría, pero me la aguanté, porque le quería dar la sorpresa cuando estuviera terminada. “Va a quedar re cheta, seguro”, le respondí. Pero nada más. Al final, cuando estuvo perfecta, se la regalé. No lo podía creer. Igual, tuve que hacer una jugada para sacarla del barrio...
-¿No quería irse?
-No. Pasa que tenía todo cerca. Igual, tampoco es que nos íbamos tan lejos, pero era, sobre todo, tener cloacas y gas en red. Quería mejorarles eso. Y ella me decía que no se iba. Entonces... Mirá, esto que voy a contar no lo sabe y me va a matar cuando se entere. Resulta que yo tenía un auto, un Bora, re lindo, re bien parado. Y tenía varios amigos en el barrio con los que me llevaba bien y... Bueno, me hice robar una rueda del auto, me lo dejaron con unos tacos, justo en la puerta de la casa de mi vieja. Ahí fui y le dije: “Mamá, vos te tenés que ir de acá, mirá cómo me robaron la rueda, un día me va a pasar algo”. Y la convencí. Después los pibes me trajeron la rueda de vuelta, ja. Me va a matar. Era mentira.
-¿A cuántos pibes con talento viste quedarse en el camino en los torneos de barrio?
-A muchísimos. Pilas. Y pibes que jugaban bien. Ahora tuve vacaciones y jugué 15 partidos. Jugamos por plata y hay pibes ahí, de mi edad, que la rompen toda. En el baby la dejan chiquita, no se la podés sacar. Y no tuvieron suerte. O se desviaron del camino. Las tentaciones están y por eso la familia tiene que ser fundamental. Yo le debo casi todo a ellos, porque son los que no me dejaban abandonar. Cuando me volvía loco y quería largar, mi viejo me decía: “Hiciste siete, ¿por qué no hacés ocho? Si llegaste hasta acá, no dejes”. Y me convencía. Muchas veces quería dejar y alguien me cuidaba. Encima era una época en la que yo ya había estado en las juveniles con Carlitos Tevez y Javier Mascherano y estaba bien visto como para tener un futuro en esto. Pero te agarra y querés largar.
-¿Era todo ser profesional o era un juego?
-De entrada, yo lo veía como un juego. Y mi papá me mandaba y me mandaba. No me dejaba nunca. Años después, me di cuenta que en realidad me hacía jugar a la pelota para que no estuviera en la calle, para que no me perdiera. Cuando sos padre empezás a ver esas cosas. Y mi mamá quería que fuera al colegio, claro. Primero estaba eso, siempre. Y mirá que yo era medio Malena (malo) en el colegio.
-¿Es de adolescente cuando las tentaciones te pueden hacer largar?
-Y sí. Había tentaciones. Vos pensá que cuando crecí yo andaba por todos lados. Vendía en los trenes y conocía a todo el mundo. Si mi viejo no me hubiera estado encima, seguro que me perdía. Por ejemplo, si jugábamos contra Newell’s de visitante, él te laburaba toda la noche del viernes, a la mañana del sábado me llevaba al club a que me tome el micro y de ahí se iba a la terminal a tomarse un micro atrás del mío para verme jugar. No faltaba un partido en la tribuna. Después, de profesional, me siguió por todos lados. Por las Copas Américas, por el interior, por todos lados. Salvo el Mundial, que no quiso venir porque decía que me iba a salir mucha plata. Y no lo pude convencer. Todavía se lo recrimino.
-¿Podés terminar mal si no llegás a profesional y no sabés qué hacer con tu vida sin la pelota?
-En Argentinos había pibes que la rompían, eh, que jugaban mejor que muchos que me crucé en Primera, y, por una cosa o por otra, dejaron. Y no tenían nada más. Ahí es cuando no saben qué hacer y puede pasar cualquier cosa con un chico. Te preparás tanto tiempo para ser jugador, que nunca te preparás por si no lo sos. Es jodido.
-¿Qué le dirías al Néstor Ortigoza de los 13 o 14 años que vendía en el tren?
-Que estudie. Esa es mi gran cuenta pendiente. Yo estaba desesperado por comprarme los botines, porque mi viejo no me podía bancar y, aunque siempre tuve la ropa y todo en orden, no llegaba a comprarme la mejor marca. Y vos sos pendejo y querés los Adidas o los Nike. Tendría que haber estudiado, para tener una herramienta importante para ser mejor. Hoy se lo digo a cualquier pibe, no importa lo que cueste, pero estudiá. Yo me crié en la escuela de la calle. Salí bien, pero hoy me quedó una deuda ahí.
-¿Y al fútbol quién te enseñó a jugar?
-Lo más importante lo aprendí en el barrio, porque jugaba contra gente más grande, entonces me las tenía que ingeniar. En las canchas en las que jugábamos era difícil pararla y hacer muchos controles, entonces, tenía que ser preciso. Si no jugaba a uno o dos toques, me partían al medio. Eso lo aprendés cuando las patadas te duelen. El barrio es la gran escuela del fútbol, por eso juego así. Y porque tuve grandes entrenadores que me enseñaron. El Bichi Borghi, por ejemplo, me agarró ni bien me vio y me dijo: “Vos corrés mucho. Jugá más fácil”. Y en Argentinos me hacían practicar 40 minutos a un toque y 40 minutos a dos toques. Era aburridísimo. Terrible. Pero era un entrenamiento especial que me hacían para mejorarme. Yo no me daba cuenta, pero estaba creciendo muchísimo, porque cuando me acostumbré definitivamente a jugar así, hice una carrera en el fútbol. Si ves mi trayectoria, yo no juego más de uno, dos y hasta tres toques. La largo rápido, por eso no me llegan a marcar.
-¿Los penales vienen del barrio también?
-Sí, porque jugaba campeonatos por plata de noche, cuando la gente salía de trabajar. Pateaba y atajaba, porque podías llevar arquero, pero te tenías que dividir el premio y yo necesitaba la guita. Entonces, hacía las dos cosas. Y de ahí viene mi manera de pegarle, que es de frente a la pelota, para que el arquero no te adivine y después con un golpe seco al final, moviendo el tobillo para elegir. Yo nunca le pegué fuerte. Pero casi no me atajaron penales. Y hasta definí una Libertadores con un penal. Eso lo aprendí allá, no tengas dudas.
-¿Y qué cambió de aquellos torneos en Merlo a ser profesional?
-En mí no cambió nada. Yo juego igual. Lo que cambió es que ahora hay todo un mundo del fútbol que habla de cada cosa que hacés. En Argentinos era más familiar, pero cuando pasás a un grande, las cosas se ponen difíciles. Hay periodistas que cuando no jugás, te pinchan a ver si te tirás en contra del técnico o de algún compañero. O te sacás una foto y se arma un lío. Pero el fútbol, adentro de la cancha, siempre es el mismo.
-¿Y afuera? ¿Cambiaste?
-Te voy a contar una cosa en la que cambié. Yo siempre fui muy competitivo y lo sigo siendo. Si juego a algo, juego por plata, me gusta ganar y me gusta esforzarme para ganar. Entonces, cuando jugaba en Primera y perdía un partido, me volvía loco. Era la muerte. Llegaba enojado, no quería hablar con nadie y por ahí me encerraba. Y todo eso se dio vuelta cuando fui padre. Ahí me cambió la vida. Mirar al nene y saber que no tiene la culpa. Que la vida es más que el fútbol, aunque el fútbol es hermoso. Ahora tengo el sueño de ganar la Copa Sudamericana y, si todo va bien, en el futuro intentaré ser técnico. Pero este deporte me dio todo y no puedo pedirle más. Desde la casa de mis viejos hasta jugar un Mundial, a mí el fútbol me hizo la vida.