El 8 de enero de 1978, a Miguel Sánchez lo desapareció una de las patotas criminales de la última dictadura militar, cívica y argentina. A Miguel, que era atleta, y era laburante, y era militante, y era poeta, y era tucumano, y era bancario, y era habitante de Villa España, en el partido bonaerense de Berazategui, donde quedaba la casita de la que se lo llevaron. Todos los días Miguel corría contra el viento y contra la injusticia y se levantaba y se acostaba soñando con ganarles a esos dos rivales difíciles.
El 8 de enero de muchos eneros después, hay un chico que se apura sobre las arenas del Atlántico Sur: las olas y las nubes ven que luce, en el pecho, en el corazón, una remera con la cara de Miguel. Y en una plaza porteña, acelerando a pesar de humedades que no se fugan, una dama apoya los pies sobre el césped y anuncia que este año, como año a año, andará con esos pies sobre los centímetros de alguna de las carreras que se llaman La Carrera de Miguel. Y en Roma, lejos y cerca, un muchacho desafía a los límites del invierno y suda vestido, como tantas veces, con una camiseta de “La Corsa de Miguel” porque hace rato que en Roma existe “La Corsa de Miguel”. Y en las latitudes que todos enfocan o en las que nadie mira, en las pistas de los que rompen récords o en los parques que cobijan a los que trotan para ser mejores o, más modestamente, para derrotar a los kilos o al aburrimiento, alguien y otro alguien y otro alguien más mueven las rodillas y enfilan rumbo al horizonte con una señal de Miguel en uno de los huesos, en uno de los pasos, en un comentario, pronunciando “presente”. Y en las veredas de Villa España o en donde sea, Elvira, la hermana invencible del invencible Miguel, una voz entre las voces argentinas que a fuerza de luchar se volvieron universales, enarbolará esa voz para decir Memoria, para decir Verdad, para decir Justicia, para decir son 30.000, para decir Miguel.
El 8 de enero de muchos eneros después sucede otra cosa aún más decisiva: en cualquiera de esos sitios, una persona, aunque sea una, repara en el nombre de Miguel, en el rostro de Miguel, en la foto de Miguel y, para gusto de los que pelean por la memoria porque conocen que sin memoria no es posible nada y para pesar de los que se esmeran en el olvido porque para triunfar necesitan que la sociedad olvide, pregunta quién es -quién es, quién es, quién es: siempre quién es porque Miguel siempre es-, quién es Miguel.
Y, entonces, se entera de que el 8 de enero de 1978 a Miguel Sánchez lo desapareció una de las patotas criminales de la última dictadura militar, cívica y argentina. Y que, aunque en el camino haya transcurrido una colección muy diversa y bastante larga de días que son cualquier fecha y de días que son 8 de enero, todavía es necesario, hasta imprescindible, correr contra el viento y, en especial, contra la injusticia.
Y que cada vez que eso ocurre, Miguel sigue corriendo.