La ficción permite enfrentar los agujeros negros del silencio que imponen experiencias extremas. “Nuestra memoria es escurridiza y selectiva, conserva lo que tiene a bien conservar”, afirma Aharon Appelfeld en la introducción de Historia de una vida. El escritor israelí, sobreviviente del campo de exterminio de Transnistria, adonde fue deportado junto a su padre luego del asesinato de su madre –del que fue testigo–, murió ayer a los 85 años. “Yo estuve en lugares horribles donde asesinaron a personas por el único motivo de que fluía sangre judía en sus venas. Cuando lo vi tenía ocho años y medio. Después de la guerra me pregunté ¿qué ha pasado? ¿Cómo un pueblo culto, como el alemán, asesinó a niños, mujeres, hombres y ancianos solo porque eran judíos? Quise comprender ese absurdo. El horror es imposible de asimilar. Lo único que uno puede hacer es rechazarlo”, planteaba el novelista israelí, amigo de Philip Roth, quien lo incluyó como personaje en una de sus novelas, Operación Shylock, publicada en 1993.
Appelfeld nació el 16 de febrero de 1932 en un pueblo cercano a Czernowitz, una ciudad rumana que hoy está en Ucrania, en el seno de una familia judía. En una entrevista con The Paris Review relató un episodio que le quedó tatuado en el cuerpo, quizá el principal órgano de eso que llamamos memoria. “Estábamos con mi abuela en la granja. Los rumanos y los alemanes vinieron y mataron a mi madre y mi abuela. Era el verano de 1941. Yo tenía 9 años y medio. Ella tenía 31. (...) Estaba enfermo de paperas, y de pronto escuché unos disparos. Mi madre estaba en el patio. Cuando oí los disparos, salté por la ventana. Había un campo de trigo, y salté sobre él (...) Entonces encontré a mi padre. Y los dos fuimos andando hasta Chernovitz. Nos quedamos en el gueto. Luego nos llevaron al campo, y nos separaron. Estaba solo con mujeres y niños. Cada día alguno moría. Escapé del campo. Era en el 41, antes de las vallas electrificadas”. Al niño lo adoptó una banda de criminales ucranianos sin saber que era judío. Vivió en los bosques de Ucrania con ladrones y prostitutas, hasta que en 1944, cuando tenía doce años, los rusos liberaron el área donde vivía y se integró al ejército ruso como ayudante de cocina.
Llegó a Israel en 1946 y no podía hablar. El alemán era la lengua de los asesinos de su madre, y de los otros idiomas que había aprendido en su infancia, rumano y ruso, apenas si recordaba un puñado de palabras. Tuvo que tomar clases de hebreo, un idioma que entonces le parecía seco pero que se convirtió en su instrumento artístico. “El hebreo es una lengua muy concisa, que ahorra mucho y que se refiere a los hechos concretos. La formación del hebreo está en la Biblia. En su prosa no hay ninguna descripción de más. Lo que determina la prosa de la Biblia son los hechos. No hay explicaciones. No hay moralización. Es el lector quien analiza y juzga”, explicaba el autor de Flores de sombra, Todos los que he amado y Badenheim 1939, entre otros títulos, que ha sido traducido a 35 idiomas. “¿No es fascinante ver lo fácil que fue engañar a los judíos?”, se preguntaba Appelfeld en una entrevista con Philip Roth. “Con los trucos más simples, casi de manera infantil, los reunieron en guetos, los mataron de hambre durante meses, les dieron falsas esperanzas, y finalmente fueron enviados a la muerte en tren. Esa ingenuidad la tenía presente cuando escribía Badenheim. En esa ingenuidad encontré un tipo de destilación de humanidad”. La ingenuidad probablemente sea uno de los grandes temas que atraviesa la obra del escritor israelí. A Roth le confesó que le interesaba las posibilidades de la ingenuidad en el arte. “¿Puede haber un arte moderno ingenuo? Me parece que sin la ingenuidad que encontramos todavía en los niños y los ancianos y, hasta cierto punto, en nosotros, el arte es defectuoso. He intentado corregir ese defecto”, reconocía Appelfeld, cuya obra ha sido reconocida con el Premio Israel en 1983 y el Premio Médicis francés en 2004.
El novelista israelí Amos Oz advirtió que Appelfeld evitó las representaciones gráficas del Holocausto y prefirió describir su efecto en las vidas de sus personajes. “Appelfeld nunca escribió sobre cámaras de gas, nunca escribió sobre ejecuciones, sobre fosas comunes, atrocidades y experimentos con seres humanos. Escribió sobre los supervivientes antes y después. Escribió sobre personas que no sabían lo que les iba a suceder”, subrayó Oz sobre uno de los novelistas más respetados de Israel. En Operación Shylock, Roth parece condensar la caracterización más precisa de su amigo: “Lo que Aharon representaba para mí era la capacidad de maduración de alguien que se ha visto convulsionado por los más indecibles sufrimientos y que ha logrado conservar no ya lo normal, sino todo lo extraordinario que en él había, alguien cuya superación de la futilidad y el caos y cuyo renacimiento como ser humano armónico y escritor de primera categoría constituye un logro rayano en lo milagroso, tanto más cuanto que proviene de una fuerza interior que sin duda posee, pero que el ojo no alcanza a percibir”.