Desde la publicación en 1965 de su novela Las cosas, Georges Perec, en apenas poco más de los cuarenta y cinco años que vivió (1936-1982), compuso relatos de diverso género, obras de teatro, poemas, artículos de revistas, reseñas, guiones, libros ilustrados además de incursionar por el cine e interesarse por la plástica y la música. Fue uno de los integrantes del grupo Oulipo («Ouvroir de littérature potentielle», «Taller de literatura potencial») fundado en 1960 por Raymond Queneau, al que se incorporó siete años más tarde. Ese movimiento pudo parecer un revival del surrealismo, pero se distinguía notoriamente de aquella vanguardia liderada por André Breton. Menos que propiciar asociaciones insólitas, abocarse al azar o encontrar maravillas, estos escritores se proponían vincular a la literatura con otros saberes y métodos tomados de la matemática o la lógica. Su artesanía de la palabra tenía que ver con utilizar reglas, “constricciones”, a las que atenerse para escribir, fueran procedimientos que se vincularan con el modo de tratar un tema, de seguir algún tipo de pauta respecto del vocabulario, la organización del texto, etc. Bien lejos entonces de una escritura automática –por otra parte muy discutida por los mismos surrealistas– la razón intervenía no como limitación sino en favor de las posibilidades imaginativas.
George Perec –cuyo apellido era en realidad Peretz, cambiado por los sobrevivientes de su familia judía, algunos de ellos, como su madre, asesinados en Auschwitz–, encontró en Oulipo la oportunidad de experimentar juegos con las palabras y realizar originales composiciones. Fue construyendo su estilo y universo literario a partir de peculiares modos de representar y construir un mundo no ilusorio, sino una realidad enriquecida adentrándose en detalles o rincones aparentemente no significativos. De su amplia producción novelística, La vida instrucciones de uso, de 1978, le valió el premio Médicis y con ello la posibilidad de dedicarse enteramente a la creación. El material de sus relatos tuvo que ver con sus experiencias personales, su interés por lo cotidiano expurgado de la rutinaria visión, por lugares y objetos de las ciudades. La variedad de su obra cuaja con una escritura que se despliega fluida y con un cuidado efecto de espontaneidad, que habilita comentarios, movimientos en el tiempo, ritmos más lentos o rápidos, algún matiz de humor y siempre una sostenida reflexión en torno de lo que le despertara interés.
Así, por ejemplo, en la novela El Condotiero, la imagen prevalente es una pintura atribuida al artista italiano Antonello de Messina, del siglo XV, a partir de la cual aparece la historia de un falsificador y un asesinato. Rechazada por dos editoriales, esa historia recién se publicó en 2012. También póstuma fue la edición de El atentado de Sarajevo de 2016.
Esta última, desde su título, evoca el episodio histórico que tuvo lugar el 28 de junio de 1914 en la capital de la provincia de Bosnia y Herzegovina, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, cuando un joven independientista, Gavrilo Princip hirió de muerte al heredero al trono, Francisco Fernando de Austria. Sin embargo, aun cuando encontremos en la novela toda una parte donde se trata este tema, los motivos de la conspiración, hipótesis sobre el hecho, etc, en realidad el “atentado” de Sarajevo de la novela poco o nada tiene que ver –salvo el recuerdo del hecho, el valor simbólico de la ciudad yugoeslava– con aquellos hechos. Por una parte, está ambientado en la década del cincuenta y sus protagonistas son muy disímiles que los del suceso imperial.
Con todo, la novela empieza con una especie de declaración por parte de ese yo que puebla todo el relato, cuando anuncia que va a oponerse a interpretaciones “abusivas y erróneas” de aquel acontecimiento al que se lo ha presentado tradicionalmente como el detonante de la Primera Guerra Mundial. Pero lo que comienza a contarse -vinculado con la vida de Perec cuando viajó a Yugoeslavia fruto de su amistad con un grupo de artistas de ese país mientras estaban en París- es una historia de conquista amorosa, de rivalidad entre hombres que miden sus méritos y defectos, de vagabundeos por Belgrado (la ciudad que ocupa quizá un lugar más importante que Sarajevo), de conjeturas sobre el desenlace de una relación de pareja y del de un matrimonio, hasta una promesa de tragedia y crimen. El narrador, un francés que permanece una corta temporada entre gente que habla serbio, del cual apenas sabe e incorpora algunas palabras, no deja de indagar sobre las relaciones humanas y la psicología de los involucrados, incluidos sus propios impulsos y sentimientos, poco claros muchas veces para él mismo. Sarajevo no será aquí el principio de una contienda, sino más bien el final de una conjetura, de una suerte de plan y de una experiencia fallidos que de golpe, queda atrás porque el narrador vira del relato intimista al del suceso político y público del atentado, sin privarse aquí también, de incluir interpretaciones, hipótesis sobre los participantes, los instigadores, la trama de relaciones internacionales, los propósitos de los países de un modo u otro implicados.
Extraña novela, tanto por su estructura y modalidad expresiva, como podía serlo por las características propias de un autor tan versátil y prolífico, quien luego del rechazo editorial, la abandonó al punto de que fue rescatada mucho después de que una enfermedad fulminante cortara sus tentativas y proyectos literarios. Esta edición está precedida de un extenso e interesante prólogo de Claude Burgelin, que aporta mucho acerca de quien es reconocido como figura central de las letras francesas de la segunda mitad del siglo XX. Se esté o no familiarizado con la obra de Perec, con sus orígenes, su infancia y su trayectoria, quizá lo mejor sea entregarse primero a esta novela, seguir los itinerarios de ese yo, que mucho tiene de autobiográfico, preguntarse el sentido de sus actos y los de los demás personajes -Branko y Mila- principalmente, y luego ir en el prefacio a “las múltiples ramas del árbol Perec”.