El plástico es una adicción jodida. Hay tipos que se gastan aguinaldos que no tienen y pibes que hacen lo imposible para que sus padres compren un paquete más. Lo saben los coleccionistas y los fabricantes de juguetes. Porque si el plástico tiene forma de muñecos y es un ícono de la cultura pop del siglo XXI, además sale caro. Y para los fanáticos no alcanza con tener uno en la repisa. No. La repisa se instala para sostener y exhibir la colección. O en una vitrina para que junte menos polvo. Sobre ese vicio versa la serie documental The toys that made us (“Los juguetes que nos formaron”), disponible en Netflix. Y es una de las series documentales mejor escritas y producidas de los últimos años. Capítulos encantadores sobre personajes y su merchandising icónicos para la cultura transnacional.

Hasta ahora se pueden ver cuatro capítulos y hay otros en camino. Los primeros se dedican a Star Wars, a Barbie, He-Man y G.I. Joe. El próximo tratará sobre Transformers, una de las franquicias que resucitó hace poco. Lo interesante de la serie es que trasciende la anécdota de su creación. Sí, el gancho gancho superficial pueden ser las disputas por la propiedad intelectual o la autoría de los personajes, o los contratos leoninos que se firmaban cuando nadie confiaba en el producto. Pero lo mejor de The toys... es su reflejo del recorrido histórico, económico y social del país que los engendró (EE.UU.), tanto como una expresión de las posibilidades (y limitaciones) ideológicas de su pueblo.

Por la pantalla desfilan los protagonistas originales: los empresarios, empleados creativos, gerentes de ventas y todos los vinculados a la producción de esos juguetes, mechados con publicidades de época, comentarios de coleccionistas y una voz en off que propone un tono narrativo a la vez irónico y amoroso sobre ese plástico objeto de deseo infantil (y no tanto).

Así aparecen los orígenes de la muñeca Barbie, inspirada en el merchandising de una historieta erótica suiza, pero se termina trasluciendo en su evolución los cambios del rol de la mujer y su imagen en la sociedad estadounidense: en sus orígenes era un juguete de empoderamiento para las niñas, ya que era el primero en mostrarles la posibilidad de ser otra cosa además de ama de casa (era 1959 y en cierto modo era la continuación simbólica del propagandístico “Yes, we can” de la Segunda Guerra), pero deviene luego cliché de la moda y lo superficial cuando su producción queda en manos de varones. No es menor que la creación (oficialmente de Ruth Handler) prendiera entre las empleadas de Mattel y encontrara resistencia en sus pares masculinos. Y cuando estos tomaron el producto, años después, salió al mercado con frases preprogramadas donde sólo se preocupa por noviazgos y lo difícil que es rendir Matemáticas.

Otro caso emblemático es G.I. Joe, cuyas ventas subieron y bajaron según peripecias bélicas de EE.UU. y se consolidó cuando, para gambetear esas resistencias simbólicas, pusieron bien alta la vara de la fantasía. Cuando apareció G.I. Joe eran soldados sin rival. Sus creadores imaginaban a los pibes haciéndolos “pelear” contra el resto de sus juguetes. Fue un guionista de historietas de Marvel el que inventó al mítico Cobra como archienemigo.

Los dos casos más interesantes de seguir, por cómo afectaron la industria, son los de Star Wars y He-Man. Los primeros demostraron que una película sí podía hacer dinero con merchandising a largo plazo. No sólo eso, la fábrica de juguetes, apremiada por el tiempo de entrega y la inminente Navidad lanzó... ¡una preventa! Si no es magia vender a los padres un cartón que prometía entregar a sus hijos, recién en febrero o marzo, pedazos de plástico que nadie había visto, al menos es un acierto comparable al de embocar dos torpedos en el tubo de ventilación de la Estrella de la Muerte.

¿Y qué decir de He-Man? Fruto de la necesidad de cubrir un nicho de mercado, la fantasía adolescente de un creador, la pasión por Frazzetta de un ilustrador y un gerente dispuesto a prometer lo que fuera a las jugueterías para vender una caja más. Y claro, prometió comics y una serie de TV que no existía para esquivar restricciones a la publicidad para niños, que no permitían más de unos segundos de animación en TV. Resultó un éxito de ventas y audiencia, también se convirtió en uno de los programas y juguetes más populares en el mundo. Incluyendo a la Argentina. Porque los treinteañeros recordarán las similitudes entre los muñecos del forzudo de Eternia y los de Titanes en el ring. En el país estos clásicos siguen teniendo su público. Prueba de ello es el catálogo –próximo a salir– Juguetes vintage de Argentina, que se enfoca en sus émulos producidos en los ‘80. Hoy la adicción al plástico modificó un poco su fisonomía y eso también es reflejo de los cambios sociales y económicos. El muñeco oficial ya no es el del país de origen, sino el que lleve ese sello en su cartón. Y no importa si dice “Made in China”.