“La equidad es un bien colectivo”, dice Troy Helguera, un profesor argentino retirado que vive en un pueblo de la Patagonia y se dedica a resolver problemas complejos en todo el mundo, desde París a Odense, pasando por Tongli, una ciudad en la China, hasta Tierra del Fuego. No es fácil enfrentar asuntos como el miedo al otro, la xenofobia, la violencia en el fútbol, el desinterés por la política y la violencia contra las mujeres. Este personaje entrañable –una alquimia entre un Jean Jacques-Rousseau, un Comenio y un Sherlock Holmes– cree en una épica mancomunada. El pedagogo es una saga fenomenal en su utopismo militante; una especie de faro imaginario que ilumina un camino abarrotado de oscuridad y fantasmas. El escritor y educador Diego Manusovich, el autor intelectual y material de esta curiosa epopeya literaria, contagia su entusiasmo al recordar cómo empezó a escribir Nace un héroe político (Más Humanos), la primera novela ilustrada por Marcelo Mosqueira.
Manusovich, director de Foro 21, una productora de contenidos educativos, estaba en la playa el 6 de febrero de 2016. “Me había llevado una novela que me habían recomendado. La terminé de leer y miré que en la contratapa decía que el New York Times escribió que el tipo era una pluma. La miré a mi mujer y le dije: ‘si este tipo escribió una novela, yo me pongo a escribir hoy’. Volví al hotel y me puse a escribir”, cuenta el escritor a PáginaI12. En menos de dos años publicó cuatro novelas de la saga: El caso del fin del mundo –enfrenta problemas de convivencia en una comunidad con muchas diversidades–, El caso de la Venecia de Oriente –el héroe debe ayudar al alcalde de una ciudad china para terminar con el maltrato hacia las mujeres– y El caso del barra brava de Odense, donde combatirá la violencia deportiva y contará con una participación especial de Víctor Hugo Morales en el relato de uno de los partidos. Tiene tres novelas más, inéditas hasta ahora: Los curiosos juegos del Papa Francisco, El asombroso caso de la cofradía de arquitectos y El caso del zoológico perdido. La octava, en la que aparecerá nada menos que Paul McCartney, la está empezando a escribir.
–Si Flaubert dijo “Madame Bovary soy yo”, ¿Troy Helguera es Diego Manusovich?
–Troy es mi alter ego. Los pedagogos somos seres ilusorios, esperanzadores a ultranza que creemos en un mundo mejor. Y el mundo mejor se construye a través de cambios culturales desde el sistema educativo formal y desde lo no formal. Troy Helguera encarna la libertad que da la madurez.
–¿Por qué eligió que el personaje fuera un profesor retirado?
–Yo quería un personaje que pudiera renegar de los ajetreos de la vida activa. En la primera novela tiene 56 años y va avanzando hasta los 75 años en la última. Me gustó que sea un tipo grande, a pesar de que en la última novela su hijo estudia Ciencias de la Educación y se recibe y mientras él resuelve un problema en el zoo porteño su hijo está en Trevelin resolviendo otro problema en simultáneo de convivencia vial.
–¿Cómo explica que sea un personaje que propicia una épica colectiva?
–Los cambios con valores implican una épica. Cuando hablamos de desarrollo, estamos hablando de una mejora desde la equidad para todos, no para algunos. El desarrollo tiene que ver con un mandamiento colectivo. Eso es en lo que cree Troy. Un cambio social tiene que ser un cambio que implique a las mayorías. En la tercera novela atiende una cuestión vinculada a la violencia de género en un pueblito de la China. Troy quiere que todos los varones dejen de pegarle a las mujeres y se mete a estudiar el tema para entender la idiosincrasia local. Troy no es un súper héroe, no tiene ningún don; es más bien un Sherlock Holmes, alguien que tiene ciertas capacidades cognitivas para poder entender los fenómenos. La idea de generar juegos temáticos para que un candidato pueda comunicarse con su pueblo y generar reflexión colectiva es una idea innovadora.
–¿Troy es un personaje rousseauniano que cree en la perfectibilidad del hombre?
–Sí, a ultranza. Los pedagogos somos fanáticos del cambio, con todo lo bello que tiene la palabra “fanático”. Yo escribí para el alma revolucionaria, transformadora y épica que tenemos los adultos, despechados por un sistema que nos tiene contrariados. Se puede pensar que el sueño de un mundo mejor es potestad de la juventud. En cambio la destreza de pensar está en un personaje que tiene recorrido. Troy es un tipo con recorrido, pero con los valores de la épica del cambio. La resolución final de la primera novela es una idea que dentro de veinte o de treinta años va a ser una herramienta para la democracia; la tecnología nos va a permitir compartir vínculos. Las clases políticas van a cambiar en el futuro; me parece que la democracia va a ser más participativa. Troy encuentra una manera de promover convivencia, una manera anti Trump.
–Comenio definió a las escuelas como “opresores de mente” en el siglo XVI. Parece que esa definición no ha cambiado sustancialmente, ¿no?
–La escuela sigue siendo un dispositivo humano que permite disciplinar y crea la ilusión de transmitir legados culturales de una generación a otra y, en el mejor de los casos, la posibilidad de reinventarlos y reescribirlos.
–En un momento enumera expresiones negativas como “miedo a hablar”, “miedo al otro”, “solo consume y calla”... expresiones que reflejan el presente político y social del país.
–Yo necesité armarme un mundo donde estuviera muy claro dónde está el bien y dónde el mal para refugiarme de la desazón y las tristezas de la realidad cotidiana. Escribir las novelas fue como una puesta de autoconservación.