Ay de aquellos días en los que los Globos de Oro eran considerados como “la antesala de los Oscar” relegando a la hermana menor televisiva a un estricto segundo plano. Es más, en lo relativo a las ficciones seriadas, la versión 2018 de la entrega podría volverse “la confirmación de los premios Emmy” que hace pocos meses coronaron a dos entregas como The Handmaid’s Tale (foto) y Big Little Lies. Tanto la ficción de la plataforma Hulu como la de HBO son las dos grandes favoritas de la ceremonia de hoy. Pero no es solo eso. En su lectura de época y reivindicación femenina, le dan nuevos motivos al irrefrenable ascenso de la pantalla chica frente al cine expresado en la última década. El resto de los motivos son sabidos y abrumadores: el incremento de la calidad en guiones, mayor apuesta narrativa, diversidad genérica, nuevas formas de distribución, cambios de consumo y el traspaso de figuras de un medio a otro, por mencionar algunos. Lo cierto es que los galardones para la ficción seriada dejaron de ser el bandejeo con el que nadie se quiere llenar a convertirse en un segundo plato fuerte de la velada.
La categoría de mejor drama cuenta con sendos pesos pesados en pugna pero se da por descontado que la estatuilla irá a manos de los productores de la ficción distópica basada en la novela de Margaret Atwood. The Handmaid’s Tale es un relato duro y visualmente atrapante en el que las mujeres son objeto de un gobierno totalitario. A su vez, se trata de un caramelo político con un golpe por elevación a Donald Trump y un llamado de atención contra el cercenamiento de las libertades individuales. A menos, claro, que los electores de estos premios se reserven algún batacazo (lo cual también es su costumbre) y opten por Stranger Things, This is us, Game of Thrones o el inesperado ganador de 2017, The Crown. La serie de Netflix sobre la vida de la reina Isabel podría consagrarse por segundo año consecutivo en su categoría y, dado el amor que denota Hollywood por la monarquía británica, todo es posible. He ahí otro dato clave para entender la reconfiguración de los premios: solo uno de los programas pertenece a la TV abierta, otro al cable y tres a servicios de video on demand. Las actrices Elisabeth Moss (The Handmaid’s Tale) y Claire Foy (The Crown) son las preferidas en su terna aunque la siempre rendidora Maggie Gyllenhaal, por su prostituta en The Deuce, merece ser tenida en cuenta.
Big Little Lies, por su parte, lleva las de ganar en la terna de miniserie o película con su historia de mujeres en trances emocionales. Lo mismo corre para Nicole Kidman y Reese Whitherspoon. Con este producto de HBO –entre los más tenidos en cuenta con sus seis nominaciones– ocurre una situación idéntica a la de The Handmaid’s Tale: el aval generalizado de la crítica cuaja con el contexto de “Rosie, la remachadora” y, ejem, como mea culpa de Hollywood sobre el machismo. A menos, claro, que Fargo pueda de una festejar arriba del escenario por segunda vez en sus tres temporadas. Si no lo hiciera, le queda el tiro de Ewan McGregor que interpretó dos personajes en la siempre notable antología basada en el universo de los hermanos Coen.
La comedia siempre ha sido un terreno fértil para exponer paradojas sociales, y en los últimos tiempos esto se había acentuado con los faroles apuntando a ficciones de risas afónicas como Transparent. En esta ocasión, Will & Grace, Mrs. Maisel y Black-ish, se sienten más a tono en su regodeo con el entretenimiento. Aunque en ellas igualmente puedan aparecer observaciones sobre la sexualidad, las minorías étnicas y las complejidades para las nuevas generaciones. Sería una pena no ver en el podio a Aziz Ansari, orfebre absoluto de Master of None. En su segunda temporada, el comediante desplegó cartas de humor sensible, inteligente, sin ser ombliguista retrató a su generación y tuvo sentido premonitorio sobre el acoso a las mujeres en el medio audiovisual.
En cuanto al run run por los escándalos sexuales y el eco que tendrán en la velada las denuncias por acoso, basta un dato crudo e inexorable. Dos recientes y respetados ganadores como Jeffrey Tambor (Transparent) Kevin Spacey (House of Cards), habituales figurines de la ceremonia, y sujetos altamente poncheables por las cámaras, brillaron por su ausencia entre los nominados. Aunque la estela de sus actos en backstage se sentirá en las esperadas alusiones y los discursos de esta noche.
Y un llamado a la solidaridad. A esta altura deberían crear otro premio para que Liev Schrider pueda festejar por su papel en Ray Donovan. Ya lo han nominado aquí cinco veces (junto a tres de los Emmy) y nunca ha podido congraciarse. Este año el premio a mejor actor dramático lleva impreso el nombre Sterling K. Brown por su papel en la lacrimógena y (políticamente) correcta This is us. O, en última instancia, será para otro hombre de la casa como Jason Bateman que dejo su faceta cómica en el ropero para emprender un antihéroe en la sombría Ozark. Una pena, Liev.