¿Y cómo huele el espíritu adolescente? Ciertamente existen distintas fragancias compactadas en series y películas. La de The End of the F***ing World impregna de angustia generacional y perfectos inadaptados en los roles principales. Nada muy alejado del típico retrato si no fuera porque el aroma, en este caso, incluye notas de humor negro y sincericidio que lo vuelven más intrigante y difícil de catalogar. Original del Channel 4 británico, la ficción está basada en una novela gráfica de Charles Forsman y desde el pasado viernes puede verse de manera íntegra por Netflix. Son ocho capítulos que rozan la media hora de duración con el romance a lo bonzo, la fuga de casa, la inoperancia de los padres, con la enajenación como respuesta a todo a cargo de una dupla singular.
“Soy James. Tengo 17 años y estoy bastante seguro de que soy un psicópata”, se presenta la mitad del dúo. Un chico que a los ocho metió su mano en aceite hirviendo para saber si podía sentir algo. Pasó su vida matando bichos, luego degolló a palomas, conejos, gatos y ahora dice estar a punto de cometer su plan mayor: asesinar a alguien. Elige a una nueva compañera del secundario aunque sería más lícito decir que la chica lo elige a él. Alyssa (Jessica Barden) también proviene de un hogar roto y está empecinada en caerle mal a los demás, la fémina tóxica que ve en James a un parco pollito mojado y desconoce de sus intenciones homicidas. El personaje masculino está compuesto por Alex Lawther, a quien se lo tiene por su papel en uno de los episodios de Black Mirror (“Shut Up and Dance”). Es una interpretación del tipo “dead pan”, un auténtico volcán que no termina de entrar en erupción, al que le sobrevienen ramalazos de violencia en su mente y las comparte con el espectador. Llevar a cabo su deseo no va a ser tan fácil. Porque duda de su identidad criminal y porque empieza a sentir algo por esa chica irascible y frenética que con sus insultos que convierte al Tano Pasman en un embajador nórdico.
El roto y la descosida andan juntos sin saber bien porqué, detestan los celulares (lo cual los vuelve raros entre los suyos) y, particularmente, a sus progenitores. Basta que Alyssa le proponga a James robar un auto para que se embarque en su propia road movie y una retorcida coming of age. En el camino irán conociendo adultos -como sinónimo de sujetos despreciables- que les confirman que lo suyo no es una fase a transitar y que el mundo merece extinguirse, tal como demanda el título. Mientras, él maquina como será asesinarla y Alyssa empieza a sentir que ese posible émulo de Robledo Puch es el amor de su vida. “Quieren escapar de su deprimente existencia. Parece una comedia pero a medida que se desarrolla la historia entre los dos empieza a suceder algo muy genuino y con lo que cualquiera se puede identificar”, dijo la actriz.
Uno de los aspectos más logrados de la propuesta tiene que ver con su narrativa de espejo distorsionado, el relato incluye la óptica de ambos, sumando a sus parlamentos internos las reacciones de sus gestos. La tremenda banda sonora, que media entre el folk crepuscular y un punk latoso, está compuesta por Graham Coxon. Las creaciones del guitarrista de Blur funcionan como coda, acentuando los sentimientos de Alyssa y James.
Es cierto que The End of the F***ing World peca de una estructura repetitiva y su tópico central (la imposibilidad adolescente de encajar y crecer sin hacerse daño) confunde suspicacia con irritabilidad. Sin embargo, es en su tono desprejuiciado que se diferencia de otros productos que caían en fórmulas diseñadas para shockear (13 Reasons Why, Atypical, To the bone). No es un retrato condescendiente sobre esa etapa de la vida, el regodeo con el masoquismo emocional es verosímil y la violencia está tratada sin manierismos. El hecho de que James vacile en eso de ser un sociópata la salva de tomar el tópico de manera superficial. Se trata de una duda que, paradójicamente, se adapta bien al descoloque adolescente.
La puesta en escena se destaca por su entramado colorido y detallista, como si la dirigiera un Wes Anderson resacoso tras haber tomado anfetamina. “Lo que tratamos de hacer es una Fargo a la británica, huyen del suburbio a una versión inglesa del viejo oeste”, explicó su guionista. Charlie Covell dijo que su intención fue la de hacer una adaptación lo más fiel posible al comic que le dio origen. Pero quizás haya visto más de una vez Harold & Maude (1971; Hal Ashby) para dar con tanta rabia juvenil y anticonformismo poético. Claro que allí se trataba del cortejo imposible entre un pibe fascinado con la muerte y una sobreviviente del Holocausto de espíritu libre. Aquí no hay diferencias de edad y se pervierte la inocencia con el juego de gato y ratón. “Si me matan estoy cagada”, dice Alyssa en algún momento y habrá que ver hasta el final para saber si eso acontece.