–¿Ha visto? –pregunta Jesús, uno de los mozos del Bar La Estrella, con un diario local en la mano.
Es la hora más caliente del mediodía, justo cuando cierran los bancos, que en Resistencia y por el calor atienden al público de 7 a 11,30. Jesús está en cueros bajo la casaca blanca. Cincuentón, fue combatiente en Malvinas y es un buen hombre: decente, tres hijas en la Universidad y una Zanellita que está pagando con la que llega cada mañana desde no sé qué barrio periférico.
–¿Ha visto?
–¿Qué tenía que ver? –y lo miro fijo.
–Lo que están haciendo. Despidos a rolete, ahora en Azul, en Rosario, en Córdoba. No hay día que no despidan cien, doscientos trabajadores. Y los tarifazos, que no se pueden pagar. Yo no sé usted, pero a mí me van a cortar la luz y el agua. Y los jubilados, cómo los jodieron. Y encima sueltan asesinos, mire el coso ése de Mar del Plata. ¿Adónde vamos a ir a parar, eh?
Guardo silencio, bebo un sorbito de café, miro hacia la calle, el pavimento hierve. Algún genio municipal ha cortado unos lapachos tupidos y plantó dos palmeras ornamentales. Además de estúpido, quién sabe qué cometa recibió.
Jesús está de pie junto a mí. Hay algo de miedo en su actitud, y la ansiedad. Espera, le urge una respuesta. Entonces lo miro fijo a los ojos.
–Respóndalo usted, que los votó. ¿Qué me viene a decir a mí?
–Yo, la verdad, no sé si los voté... –lo dice en voz baja, rapidito.
–Vamos, Jesús, no se haga el gil. Si hasta me sobró, en diciembre del 15.
–Bueno, pero uno puede equivocarse. Y yo digo ahora, es ahora que están haciendo estas barbaridades. Todo para ellos, todo para los ricos. Y encima parece que están vendiendo la Patagonia y van a entregar las Malvinas, nomás.
Miro hacia la calle; el tráfico a esa hora es un infierno. Con cuarentipico de grados a la sombra todos parecen huir de un incendio. Vuelvo a Jesús: tiene los ojos húmedos, se le ve el miedo. Es un buen tipo, sólo que confundido, desolado, desierto. Capaz que en cualquier momento hace un puchero y llora. Siento pena pero voy directo a la mandíbula:
–¿Y entonces por qué mantiene la tele clavada las 24 horas en TN, y en este bar siguen comprando Clarín? ¿Todavía no se da cuenta de que envenenan todo?
–No, pare, que eso es orden del patrón. En todos los bares del país el sindicato lo tiene arreglado con las patronales.
–Entonces jódase, Jesús. Yo me siento de espaldas a esa basura pero a usted lo tengo visto mil veces mirando cómo le mienten y aprobando como los gatos chinos de vidriera.
–Yo los voté porque se robaron todo y quería un cambio. ¿Está mal, eso?
–No, pero primero debió pensar qué le robaron a usted. A usted Jesús, a ver, diga qué le robaron a usted. Que arregló su casa y le puso aire acondicionado, se compró la moto y sus tres pibas se inscribieron en una universidad gratuita. A usted nadie le robó nada, Jesús, pero se tragó el cuento envenenado. Y ojo que no niego que en el gobierno anterior hubo corrupción, y muchos la condenamos siempre, porque es una peste histórica de este país Nada la justifica, nunca. Y también por eso perdieron y allá ellos si no lo reconocen ni se autocritican. Pero a usted, Jesús, a usted qué le robaron, si como trabajador pudo tener un proyecto de vida mejor, de crecimiento, con seguridad social, y a millones como usted les iba fenómeno. ¿O me va a decir que no? Pero se tragaron el sapo y votaron esta mierda con la fantasía de ser clase media.
Me detengo y miro hacia la calle, fastidiado. Pero sé que Jesús me mira, como si con ese nombre estuviera viendo la traición de Judas. Giro y remato:
–Y ahora lo estamos pagando todos, porque estos tipos son peores porque encima son cínicos y desalmados. Ahí tiene al presidente que dice que no va a endeudar a hijos y nietos mientras nos endeuda minuto a minuto. Y deuda que no van a pagar ellos sino usted y yo y nosotros y los que vengan por cien años. Estos tipos son chorros de lo peor, y encima chorean para ricos, extranjeros y multinacionales, y todo gracias a su voto. Al de usted y muchos como usted, que se tragaron el cuento. Así que no me joda y por favor tráigame un vaso de agua helada y le pago y me voy.
Se retira en silencio, entre contrariado, furioso y triste. Vaya mezcla.
–¿Y entonces ahora qué hacemos? -dejando el agua y el ticket sobre la mesa.
–Primero aprender. Y ayudar a aprender que nunca más. Como hace 35 años, Jesús: nunca más. Y cultivar la memoria. Que ahí siempre está la verdad, que es el único camino hacia la justicia.
Más que pensativo, perplejo, mira fugazmente la tele, la calle, y vuelve a mí:
–Mi primo el Toto, que es municipal y peruca, dice que la buena gente muchas veces hace pelotudeces.
Estoy saliendo, tras saludarlo de cabeza y con una sonrisa, cuando escucho que murmura en voz bajita, a lo Mendieta:
–Qué lo parió.