Desde San Ignacio, Misiones

La zona del Teyú Cuaré fue inspiración de Horacio Quiroga, refugio de nazis fugitivos y guarida de dragones que guaraníes de otros siglos aseguraban ver entre los peñones que separan la selva del río. Hoy, ese salvaje enclave misionero parece resignificarse con una actividad que poca relación guarda con sus tradiciones, pero mucho con su geografía: el wakeboard, una de las últimas incorporaciones de la cultura argenta de deportes acuáticos (que este año se alzó, orgullosa, con otra medalla dorada).

Mientras el wake criollo desanda una transición entre la práctica recreativa y la competencia profesional, la playa de San Ignacio se ubica como la meca de este deporte por varios motivos. Uno de ellos tiene que ver con la escuela que fundó el farmacéutico misionero Iván Grenon -pionero del wake en el NEA y estandarte de esta nueva dinámica-, pero sobre todo por las actividades que transcurren en simultáneo. 

Todo el piberío de Posadas está pendiente de esta fecha que abre el calendario de la Federación Argentina de Esquí Náutico y Wakeboard y se lanza a la ruta para recortar los 60 kilómetros entre la capital provincial y el otrora enclave jesuita. Es que, además de la competencia, hay un camping multitudinario, buena oferta artística gestionada por la productora local PPA y atractivos varios alrededor del Club de Río, el lugar sobre el Paraná y de cara al Paraguay que el fin de semana pasado cobijó esta cita por quinto diciembre consecutivo. 

El wakeboard consiste en una serie de maniobras que el rider debe hacer con su tabla sobre la ola que genera la lancha que lo desplaza. Al cabo de dos pasadas, un jurado puntúa en base a determinados criterios y así se determinan los ganadores de las mangas y de la final. La fecha en San Ignacio significó la vuelta de la competencia a lugares abiertos tras una proscripción casi obligatoria, pues la inevitable intromisión de lanchas privadas en ámbitos públicos agitaba las aguas y generaba contracorrientes que “rompían” la pista. 

Pero este fin de semana, los que la rompieron fueron los hermanos Ulf y Kai Distch, amos y señores de la categoría Open. Y, sobre todo, Euge de Armas, una gurisa de 17 años que se alza en cuanta competencia se le cruce con su repertorio de butterslides, tumble turns y spins, y que se perfila como la gran joya criolla de un deporte que, si llega a los Juegos Olímpicos, se asegurará con ella una nueva medalla de oro.