Se ha dicho varias veces que la ceremonia de entrega de los Globos de Oro es bien diferente a la del Oscar. Menos oropeles, menos números musicales, más palo y a la bolsa con los anuncios de nominados (simplemente se enfoca a cada personaje, sin clips de la película o serie). Aun así, y teniendo en cuenta la cantidad de rubros, la ceremonia suele clavar sus buenas tres horitas, producto de consumo para especialistas, analistas del medio o público en general que gusta de seguir ese Prode con perfume hollywoodense. Pero ya varias semanas antes estaba claro que esta edición iba a ser especial, y no solo por clavar un número significativo como el 75. El castillo de poder que empezó a derrumbarse con las primeras revelaciones sobre Harvey Weinstein, la potencia del movimiento #MeToo y la asociación Time’s Up fueron dándole forma a un clima que marca un profundo cambio de época para la industria del cine y la televisión.
No es una mirada que peque de optimismo ciego: lo que está sucediendo hoy en la “fábrica de los sueños” dista mucho de ser una de esas oleadas que con el tiempo se aquietan y desvanecen. Difícilmente la Academia pueda darse el lujo de no recoger el guante y vaciar de sentido su propia ceremonia, de alcance aún más global y con el también llamativo número 90. Lo que aquí es desdeñado por oscuros personajes como el simple cotorreo de unas feminazis alcanzó en la noche del domingo el carácter de lo irrefrenable, de un movimiento que se origina en un nuevo empoderamiento de las mujeres pero cuenta con la compañía de muchos hombres que también quieren cambiar las cosas en la industria, y están igualmente dispuestos a señalar que el asunto no se limita al campo audiovisual. Que a las mujeres las acosan, las abusan, las ningunean y las discriminan económicamente en demasiados campos como para que todo siga como si nada.
Si algo dejaron en claro los y las oradoras de los premios de la prensa extranjera es que ya no hay más margen para el silencio. Actrices como Nicole Kidman, Reese Witherspoon o Laura Dern celebraron específicamente la valentía de las mujeres que al fin pudieron romper el cerco y hablar, y con ello buscaron dar coraje a todas. Varias demostraron que no alcanzará solo con gestos esperanzadores, que hay mucho por hacer: Barbra Streisand se tomó de la misma presentación en off para remarcar que sí, era la única directora mujer ganadora de un Globo, y que desde eso habían transcurrido más de treinta años. Natalie Portman, sin perder la sonrisa, levantó el balde de agua fría y lo lanzó sin dudar anunciando el rubro de mejor dirección como “all male”, solo hombres. Hubo más de una alusión a Donald Trump, una real referencia de cuánto trabajo hay por delante en un país presidido por un hombre que encarna en buena medida el pensamiento retrógrado que oprime a las mujeres y a las minorías. Oprah Winfrey, una institución de mármol para la industria del entretenimiento, aprovechó su premio Cecil B. de Mille para pronunciar un discurso para la historia, que encendió los ánimos, que levantó a todo el auditorio para una ovación de pie y que provocó que unos cuantos lanzaran la frase “Oprah for President”. Y no era un chiste de ocasión.
Quedó claro desde la primera frase de Seth Meyers: difícilmente en otros tiempos de Hollywood el presentador podría haber arrancado la transmisión celebrando que “la marihuana al fin está permitida, y el acoso sexual al fin no está permitido”. Todo ello, hasta el acto simbólico de las mujeres vestidas de negro y los hombres con pins de Time´s Up, conforma un panorama inédito para una industria que ha hecho culto de la simulación, que –hay incluso varias películas que lo han convertido en tema central– se esforzó duramente en toda su historia por barrer la mugre bajo la alfombra.
La mugre está a la luz. Los tiempos están cambiando. Aunque por aquí abajo en los días previos se hayan comprobado otra vez frases patriarcales y fascistas relacionadas con los abusos, el aborto legal y las formas de activismo. Aunque, al mismísimo día siguiente de un gesto histórico de defensa de los derechos de la mujer, un cantante argentino vuelva a decir en televisión barbaridades como “si la violación es inevitable, relájate y goza”. Aquí también hay mucho por hacer.