András Schiff interpreta las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach en un disco que seguramente quedará entre los buenos que dejó el año que pasó. De un concierto realizado en Basilea en 2001, el sello alemán ECM editó en 2003 la segunda versión del pianista húngaro de esta sobresaliente obra de Bach. El sello Universal lo reedita ahora en la Argentina, con la gráfica y los comentarios –del mismo Schiff– que aparecen en la edición original.
Schiff grabó por primera vez las Variaciones Goldberg en 1982, casi medio siglo después de la primera versión registrada por la clavecinista Wanda Landowska, en 1933. Un año antes, Glenn Gould, en su madurez artística, la grababa por segunda vez. Por esa época también se midieron con esta obra Gustav Leonhardt y Trevor Pinnock, en clave, como indica el original. También lo hicieron numerosos pianistas, como el austero ruso Grigory Sokolov, la escrupulosa napolitana María Tipo, el espléndido búlgaro Alexis Weissenberg, intérpretes de distintas marcas y temperamentos, que entre muchos otros dejaron la propia impronta para referencia de una obra inagotable. Con aquella primera grabación, Schiff consolidó un recorrido que lo colocó entre los intérpretes más personales y distinguidos de Bach transcripto al piano –instrumento que el compositor alemán no llegó a conocer– en tiempos en los que, mucho más que hoy, el canon interpretativo de la música antigua estaba regido por principios historicistas.
En los pliegues de las Variaciones Goldberg –publicadas por primera vez en Nuremberg bajo el austero título de Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados– se custodia un buen ejemplo de “obra”, en el sentido barroco del término. Compendio del saber musical de su tiempo, representa un mecanismo que, por las dimensiones concretas de su envergadura formal y el capital de su contenido, es un monumento capaz de atravesar la historia y sus tramas simbólicas arrastrando el eco tardío de una antigua idea de música como ciencia, para perdurar en su Eros pedagógico y consagrarse en la fruición moderna de la música como arte.
En esta segunda lectura de las Variaciones Goldberg, Schiff muestra los rasgos del intérprete maduro, acreditado conocedor del universo bachiano. Más allá de la técnica impecable, el pianista cuenta con el favor de un perspicaz sentido de la geometría y del tiempo, elementos que usa con altanería y precisión y que casi siempre logra controlar para no sonar pedante. El uso del legado y las dinámicas en Schiff son proverbiales de la gramática del piano romántico, pero el rigor en los ordenamientos motívicos y sus derivaciones, además del uso mesurado del pedal, dan cuenta de un pianista que sabe enunciar con claridad el carácter y los matices de cada una de las treinta variaciones. Desde ese horizonte puede ser exacto y virtuoso, como en las variaciones nº14 y nº29; o más flexible y hasta holgado, como en la nº6 y la nº15.
En todo caso, la actitud de Schiff es siempre cantábile y resplandeciente. Irradia colores y no deja posibilidad para emociones ambiguas, incluso en la variación nº 25, meollo dramático de la obra, la que Landowska supo destacar como “la perla negra”. Las Variaciones Goldberg es un monumento y los monumentos están hechos también de cronología. En este sentido fatalmente la obra es también es lo que retumba de sus innumerables interpretaciones. Entonces resulta difícil escuchar una variación Nº 25 en la que no suene el espectro de la que logró Gould en la grabación de 1981, formidablemente llevada al borde del abismo, expuesta como una pregunta irremediable. La de Schiff está en la tierra. Levemente más agitada, conserva el espíritu cantábile del resto y, aunque suena algo manierista, resulta un óptimo preludio contrastante a la variación nº26, que inaugura el agitado tramo final de la serie, antes de la repetición del aria original que la termina.
La articulación del sonido de Schiff es formidable, aunque cierto gusto, en particular en los movimientos lentos, de apoyar un milisegundo antes la mano izquierda con el bajo, que la derecha con el resto del acorde, le da por momentos una modorra romántica y cierto plasticismo de expresividad algo adocenada, que poco suma. Apenas un detalle, en un arco bello y sensible de 72 minutos de gran música, interpretada de manera personal y nítida. Un Bach equilibrado desde la tradición pianística a la que Schiff pertenece, que sin despojos excesivos ni recargas inservibles logra ser luminoso e interesante.