Soledad Villamil maneja de manera particular su carrera. Cuando tenía todo para dedicarse de lleno al cine, tras el Oscar a la mejor película extranjera que el 7 de marzo de 2010 obtuvo El secreto de sus ojos, y después de que la propia actriz argentina conquistara el Goya a la revelación femenina (aunque ya tenía una trayectoria) según la Academia de Cine de España, apostó todo a la música. Tanto es así que, desde que terminó su labor en la película de Juan José Campanella, sólo actuó para el cine en Todos tenemos un plan (2012), la ópera prima de Ana Piterbarg. Al momento del Oscar para El secreto..., la protagonista de ciclos televisivos como Culpables y Vulnerables ya había editado su primer disco. Y ahora va por el cuarto, Ni antes ni después, donde todas las canciones fueron escritas por ella. Y ahora que logró consolidar su carrera en el terreno de la música, Villamil vuelve... al cine: el jueves 18 de enero se estrenará Las grietas de Jara, donde comparte el elenco con Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Laura Novoa y los españoles Santiago Segura y Sara Sálamo.
Basado en la novela homónima de la escritora argentina Claudia Piñeiro –que, a esta altura, parece la novelista preferida de los cineastas–, Las grietas de Jara es el segundo largometraje de Nicolás Gil Lavedra, tras su debut como director con Verdades verdaderas. La vida de Estela (2011). El nuevo film es un policial con todas las letras. Cuando la hermosa Leonor (Sálamo) llega al estudio de arquitectura Borla y Asociados buscando a Nelson Jara (Martínez), tanto Mario Borla (Segura) como su socia Marta Horvath (Villamil) y Pablo Simó (Furriel), el arquitecto más antiguo de la constructora, aseguran desconocer ese nombre por completo. Pero todos mienten. La verdad comienza a desentramarse a través de los recuerdos de Simó. Pablo debería llevar adelante el desagradable trabajo de lidiar con Nelson Jara, un indignado propietario del edificio lindante a una obra del estudio, damnificado por una grieta en la pared de su living provocada por un error en la construcción. Pero el temor y el nerviosismo que provoca en los tres involucrados la llegada de Leonor y su pregunta “¿Qué pasó con Nelson Jara?” evidencian algo mucho más oscuro y sospechoso.
En diálogo con PáginaI12, Villamil da precisiones sobre lo que le interesó de la historia para aceptar el protagónico: “Primero, me gustó que es un policial porque soy adicta a los policiales, antes como lectora y ahora también como espectadora de las series. Y me encanta. El año pasado hice La casa del mar, una serie policial, y el género me encanta. Además del personaje, me gustó el mundo de la película. El universo de los arquitectos y de la construcción me pareció muy original e interesante de retratar. He tenido muchas profesiones como actriz y nunca me había tocado ser arquitecta”, confiesa, entre risas.
–¿Leyó la novela para construir su personaje o hacer eso le resulta tener demasiada información antes de componerlo?
–La leí después de leer el guión, antes de filmar. Me sirvió. Hay cosas que terminé de destilar con la lectura de la novela. Si bien en el guión algunas cosas se alejan o se acercan, muchas me terminaron dando imagen de ese mundo. Por ejemplo, en la novela figuraba: “Se pinta las uñas de rojo”. Y por ahí, en algunas descripciones que hace la novela y que son más literarias, de repente me entraba otra data.
–¿Le pareció que era cinematográfica de por sí?
–Ya había leído el guión, con lo cual estaba condicionada, pero no me resultó especialmente cinematográfica. La novela tiene el tono del mundo interno de Pablo Simó. Eso no te da tanta sensación de cinematográfico porque hay mucha reflexión y monólogo interior. Y eso no está tanto en la película.
–¿Cómo se trabaja el enigma de un personaje?
–El desafío en este trabajo tuvo que ver con cuánto mostraba y cuánto ocultaba. Eso fue plano por plano. Si bien había muchas cosas acordadas antes de filmar, la verdad es que en el set se resolvía mucho. Decíamos: “Avancemos hasta acá, no contemos esto” o “Che, mostremos un poco más acá”.
–Cuando una historia tiene un enigma, como es el caso de Las grietas de Jara, ¿es de preguntarse qué haría usted en esas circunstancias?
–Sí, ya le digo, tengo adicción por los policiales y que el mecanismo de pensar enseguida lo hacemos todos los lectores de ese género. Empezamos a leer y ya queremos estar descubriendo durante la lectura. Es justamente lo que te hace avanzar y te atrapa.
–Es como ganarle al autor, ¿no?
–¡Ganarle al autor! ¡Sí!
–¿El personaje de Oscar Martínez es el típico ventajero?
–Tiene mucho de eso, de chanta y un poco del que está buscando cualquier oportunidad para sacar una ventaja. Pero también dice unas cuantas verdades. Eso lo compensa. No es una rata que está ahí. Tiene una lucidez que es interesante escuchar.
–Comete injusticias en la búsqueda de justicia, ¿no?
–De alguna manera, tiene su justificación interna de cuál es la justicia que él está buscando.
–¿Cree que, a grandes rasgos, la película habla de la hipocresía en la vida social?
–Sí, nuestros personajes –sobre todo los de Joaquín Furriel, Santiago Segura y el mío– son grandes hipócritas. La situación del mundo de las constructoras la describe Simó: “Hacemos estas torres de cartón”... y a los dos meses te está filtrando agua. Es la apariencia del lujo. Estos personajes lo tienen en sí mismos: son como ganadores, gente a la que le va muy bien y es exitosa, y atrás tienen una oscuridad tremenda.
–¿Cree que en la historia se hacen presentes las consecuencias que genera el capitalismo en los negocios? ¿O lo ve como parte de un imaginario social y una cultura que no dependen exclusivamente del sistema?
–Para mí es intrínseco del sistema, porque justamente la posibilidad de vender algo que no está bueno, pero que en la apariencia convence al hipotético comprador de que está bueno, es un poder fabuloso que tiene el capitalismo. Escuché una frase de Noam Chomsky que dice que el capitalismo tiene la posibilidad de hacer que sientas necesario algo que no es necesario para vos. Y estos tipos están en esa batalla.
–¿Siempre hay una cuota de ambigüedad en los personajes?
–En los personajes interesantes, sí.
–Sabato decía que la diferencia entre el artista y el loco es que el artista puede transitar por los caminos de la locura pero puede volver. ¿Tiene algo de locura la actuación o no es algo tan intenso vivir muchas vidas en una sola?
–Sí, tiene algo de locura, y es intenso. Es raro, porque si al principio de trabajar como actriz me hacían esa pregunta, yo hubiera dicho: “No, para nada, actuás, te vas y ya pasó”. Y con el paso del tiempo, el proceso en mí fue distinto: tener distancia cada vez me cuesta más. Cada vez me involucro más, y me doy cuenta de todo el movimiento anímico que implica dar vida a un personaje o hacer una escena. No es que me pesa, pero digo: “¡Ah, guau!”.
–¿Es una manera de exigirse más?
–No, en mi caso la experiencia me dio un poco más de conciencia. Como si antes fuera un poco más a ciegas a la experiencia, y así creía que entraba y salía. Ahora me doy cuenta de que no. Si en la escena el personaje se desespera o tiene una situación de estar muy alterado anímicamente, te vas de ese lugar porque no estás loco, como decía Sabato. Pero no es que no tenga ningún tipo de consecuencia en uno mismo. Antes yo pensaba que no tenía ninguna consecuencia.
–No tiene un trabajo constante en cine. ¿Eso se debe a la música o es muy selectiva a la hora de trabajar en una película?
–Puede ser un poco por las dos cosas. La música ocupa un lugar cada vez más importante y ha pasado alguna vez que, por cuestiones de fechas y giras, no haya podido participar. Después, me pasa que, en general, quiero hacer cosas que, por lo menos a priori, sienta que me involucran y que no voy a poner el piloto automático, sino que voy a tener un espacio para jugar y que ese juego me atraiga.
–¿Necesita que la conmueva la historia para aceptar un protagónico?
–Sí, lo necesito. Y también pensar o suponer que a mí como espectadora me gustaría ver también.
–¿Cambió su profesión artística después de El secreto de sus ojos?
–Sí y no. Por un lado, no, porque siguió todo bastante parecido. Se agregó el caudal musical, pero no vino estrictamente por ese lado. Por otro, sí: algunas experiencias de trabajo tuvieron que ver con El secreto de sus ojos por una cuestión de que mi nombre y mi trabajo trascendieron más. Pero no hubo grandes diferencias.
–¿Es la película que la marcó o elegiría otras?
–Obviamente fue una película importantísima en mi vida profesional por muchos motivos. Pero El mismo amor, la misma lluvia, la anterior que hice con Campanella, me marcó muchísimo por el tipo de cine, por cómo filmaba, el personaje, la posibilidad de hacer un poco más de comedia, el vínculo con Ricardo Darín. Eso estuvo en El secreto... también, pero la primera vez que apareció todo lo que menciono lo recuerdo de la otra película.
–¿Por qué le escribió una canción a su personaje de El secreto de sus ojos, “Tema para Irene”?
–Fue de esas cosas que uno propone y Dios dispone. En realidad, yo había escrito una música y la tenía dando vueltas; no le encontraba letra, algo que me pasa bastante. Y en un momento apareció en las letras que iba ensayando una estación de tren: el andén, el tren que se va. De repente, dije: “¡Ah!, pero esto me hace acordar a algo” (risas). Y ahí pensé: “Estoy hablando de estos dos (los personajes de El secreto...)”: de ella, de su destino y de cómo le produjo ese cambio, como que las cosas parecía que iban para un lugar y de repente no, y cómo todo tuvo que ser ocultado y soslayado en su vida. Ahí fue saliendo con mayor fluidez la letra.
–¿Tanto el cine como la música son trabajos colectivos o a la música la ve como un trabajo más individual?
–La música es más individual, aunque después para tomar forma es colectivo, ya que yo no me subo sola al escenario: hay músicos, técnicos y un montón de cosas que se suman. Pero el impulso inicial, en mi último disco, donde escribí las canciones, es muy singular, solitario y subjetivo.
–¿Por qué su cuarto disco se llama Ni antes ni después?
–También tiene una pequeña historia. No tenía título para el disco y ya lo habíamos grabado. Llegó un momento en que el diseñador gráfico me dijo: “¿Cómo se llama? Tengo que hacer la tapa”. La agente de prensa me decía: “¿Cómo se llama? Tenemos que hacer la gacetilla”. Y yo pensé: ¿Cómo se llama? En un momento, dije: “Ya va a venir. El título va a venir cuando tenga que venir, ni antes ni después”. Y dije: “¡Ah!, ni antes ni después, qué buena frase” (risas). Y después me di cuenta de que tenía un montón de significados y de cosas. Y todos los días digo: “¡Acá también se aplica la idea!”.
–¿Cómo vivió estos últimos diez años? Porque en 2017 se cumplió una década de su primer disco, Soledad Villamil canta...
–Sí, la verdad es que me impresiona, primero porque pasaron rápido. Cuando uno se pone más grande dice “¡Qué rápido que pasaron diez años!”. Realmente, cuando hice el primer disco tenía la necesidad de darle un espacio a algo que latía en mí, una pulsión muy fuerte que necesitaba tomar cuerpo, pero que no pensé con una proyección. Fue decir: “Hago esto porque tengo que hacerlo”. Pero observo que ese primer puntapié fue algo que le abrió camino a un montón de cosas que, hoy por ejemplo, permiten que haga un disco de canciones propias. Veo que es un camino muy intenso al que le puse y le sigo poniendo mucha energía. Me cambió mucho la relación con mi trabajo, porque pasé de ser alguien que espera que la llamen para trabajar a ser quien genera los proyectos.
–¿La música le permitió expresar algo que no le permitía la actuación?
–No sé si la actuación no me lo permitía. Además, la actuación es algo muy cambiante y dinámico. No es “la actuación”: son los proyectos, el personaje que te tocó... Lo que sí me permitió fue darle lugar a un mundo más propio.
–¿Ser cantante implica tener un grado mayor de libertad que como actriz?
–En el momento de hacer la escena siento libertad, pero la música me dio mayor libertad en el sentido de quien imagina en el punto cero la cosa.
–¿Sus canciones tienen algo de cinematográfico?
–Puede ser. Por un lado, porque muchas de ellas cuentan historias. Hay una canción que se llama “Temporadas”, que hace un juego entre una relación amorosa y una serie: “Me gusta pensar lo nuestro como una serie en temporadas. La primera fue brillante, la segunda no pasaba nada” (risas). Y así va haciendo una especie de juego de comparación. Puede ser que tengan algo de cinematográfico.
–No muchos se acuerdan que comenzó como actriz de televisión en Zona de riesgo. ¿Cómo ve la televisión actual en relación a la de sus comienzos?
–Muchas cosas mejoraron y otras empeoraron. Lo que empeoró fue la cantidad, claramente. Cuando hacíamos Zona de riesgo había un unitario todas las noches, después de una novela. Todos los días a las 19 había una novela juvenil y una novela romántica a las 15. Si piensa el caudal de ficción que se hacía en ese momento y el que se hace ahora, se tira al piso a llorar. En la calidad o en lo interesante de lo que se genera actualmente con los contenidos, sobre todo con las series, ahora es mucho mejor.
–¿Recuerda cómo nació su conexión con el arte?
–Conmigo, en el mismo instante de mi nacimiento. Siempre tuve ese punto de vista. Siempre. Y por suerte fue muy bien recibido en la familia donde elegí nacer.
–Si bien tiene una pareja desde hace veinte años que es del medio artístico, Federico Olivera, es de cultivar el bajo perfil. ¿Cómo hace una actriz en esas circunstancias para no ser devorada por la exposición mediática?
–Lo que me pasa a mí y también a Fede es que ese espacio es tan valioso como el espacio profesional. No es que es más importante el trabajo que nuestra relación como pareja y con nuestras hijas. Lo vivimos como algo sustancial en nuestra vida, divertido y como nos gusta, porque es un espacio que lo disfrutamos mucho. En ese sentido, con un instinto de preservación lo diferenciamos mucho del trabajo.
–¿Qué sueños le quedan por cumplir?
–Ser millonaria, tener un BMW cero kilómetro (risas). Aprendo un montón de mi trabajo y en la vida también. Me gustaría que siga así. Mi sueño es que se sigan abriendo situaciones de aprendizaje, juegos, nuevos compañeros de juego, nuevas canciones, nuevas películas, nuevos cuentos para contar, pero no tengo el sueño de hacer Chicago en Broadway. Además, con el paso del tiempo me di cuenta de que uno cree que sabe qué es lo mejor para uno, piensa que lo sabe, y no necesariamente lo que uno piensa es lo mejor para uno.