La música está hecha de tensiones que descansan en equilibrios que nuevamente se vuelven tensos y que vuelven a relajarse: es lo que la hace entretenida, lo que genera que se le preste más o menos atención, lo que sacude y vuelve a poner en su lugar. En sus más de veinte años de vida como banda, Garbage recorrió esos momentos opuestos tanto desde el punto de vista musical como el de la popularidad. Sus dos primeros discos marcaron una forma de sonar en la segunda mitad de los 90. Esa música difícil de etiquetar (o, quizás, demasiado etiquetable) que se construyó sobre las guitarras heredadas del grunge y los sonidos electrónicos de samplers y sintetizadores fue uno de los mascarones de proa del rock alternativo noventoso. Sus dos primeros discos los pusieron en la cima, discos que más tarde representaron una parte del sonido de una década. Los siguientes dos álbumes, de principio de los 2000, no tuvieron esa repercusión ni esa raigambre en su época: un cambio de rumbo, un volantazo pop no del todo afortunado, una búsqueda por nuevos viejos lugares, llevó a la banda a un lugar desconocido, descolorido, desdibujado. Pasaron siete años entre la edición de Bleed Like Me (2005) y Not Your Kind Of People (2012), siete años en los que Garbage, lejos de apelmazarse, parecería haber tomado un envión que finalmente los llevó a lanzar, en junio de este año, Strange Little Birds, su sexto disco de estudio, una especie de síntesis del espíritu de los 90 con la madurez y opacidad de la segunda década del 2000. Un álbum oscuro, profundo, en el que se apoyaron especialmente en la pata rockera de la banda, sin dejar de lado el costado electrónico. Y es con Strange Little Birds bajo el brazo que desembarcaron por segunda vez en la Argentina.
En el show que dieron el martes en el Luna Park prevaleció la decisión estética de borrar matices a partir de un sonido atronador en el que la efervescencia pop quedó sepultada, la mayor parte del tiempo, por la distorsión de las guitarras, por una energía y un volumen estrepitosos, casi aplastantes. A pesar de haber brindado un set que recorrió toda su discografía, el sonido de este recital de poco menos de dos horas fue extraído de un ahora que no atrasa veinte años. Garbage supo traer su pasado al presente sin nostalgia, aunque en ese camino quedaran afuera climas, gradaciones, texturas.
La banda subió al escenario puntualmente a las nueve. Shirley Manson, enfundada en un breve vestido de flecos amarillo (de amarillo en un escenario un martes 13: esta chica evidentemente no cree en supersticiones), fue secundada por los guitarristas Duke Erikson y Steve Marker, el baterista Eric Garner –en reemplazo de Butch Vig, ausente por motivos médicos– y el bajista Eric Avery, todos de riguroso negro. El arranque fue un prolegómeno en clave populista de lo que vendría más tarde: “Supervixen”, “I Think I’m Paranoid” y “Stupid Girl” pusieron a la audiencia a saltar al ritmo de esos hits de los noventa, a fuerza de una pared de sonido erigida principalmente sobre las dos guitarras, y del despliegue de una frontwoman que en su sola presencia justificó la ausencia total de parafernalia extramusical en el escenario. Porque lo de Manson es notable: en ella, en su expresión, en su voz y en su cuerpo, se condensan todos esos matices y contradicciones que parecen atomizados en la puesta musical. Niña prodigio y asesina serial, adolescente acomplejada y mujer empoderada, estrella pop y performer punk, tierna y furiosa. Todas las Manson, la Manson.
Pasaron “Automatic Systematic Habit” y “Blood for Poppies” y entonces la cantante se tomó unos minutos para agradecer a los Utopians por abrir el show, al público por estar ahí –“Sabemos que los tickets no son baratos y que es un momento duro en el país”–, hizo mención de las manifestaciones de mujeres representadas por el colectivo Ni Una Menos y un llamado a los varones a acompañar esa lucha –“Los necesitamos de nuestro lado, no podemos sin ustedes”–, y finalmente, dedicó “The Trick is To Keep Breathing” a la familia de Lucía Pérez, la adolescente violada y asesinada en Mar del Plata, en octubre de este año.
Entonces llegó el turno de presentar los primeros temas de Strange…: “Blackout” constituyó un momento reflexivo y sombrío, con un escenario casi a oscuras y Manson acompañada en un principio sólo por el bajo y la batería. La siguió la versión de “Magnetized”, con un sonido electrónico más cercano al de Massive Attack. “#1 Crush” (de la banda de sonido de la película Romeo + Juliet, de Baz Luhrmann) y “Even Though Our Love is Doomed” mantuvieron esa atmósfera de introspección, sostenida en una fuerza y una tensión al mismo tiempo rotas y magnificadas por la irrupción de las guitarras.
El repaso por la discografía continuó hasta llegar al punto donde empezaron: con las versiones rabiosas de “Vow”, “Only Happy When it Rains” y “Push It”, la banda dejó bien claro que veinte años no es nada y que la música no envejece si no se la deja. Con “Empty”, ya en los bises, Garbage demostró que una cosa es vejez y otra madurez, y que el rock no es cosa sólo de chicos malos. Con “Cherry Lips (Go Baby Go!)”, el cuarteto finalmente recordó que no todo es rock en esta vida, y que siempre viene bien un poco de pop para divertirse.