En tiempos en que el gobierno argentino recorta los presupuestos del  Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación; cuando Brasil fusiona su propia cartera con la de Comunicaciones; cuando Enrique Peña Nieto señala que México renuncia a su promesa de llevar al 1 por ciento del PBI el presupuesto para la función CyT; cuando la región parece darle la espalda a la ciencia y a la tecnología, Chile se propone crear un ministerio capaz de organizar todo el sistema científico y tecnológico del país. El proyecto de ley, redactado e impulsado por Mario Hamuy, en la actualidad presidente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) y asesor científico de la Presidencia, obtuvo la aprobación (casi unánime) del Senado y durante estas semanas será debatido en Diputados. Aunque Michelle Bachelet hizo hincapié en acelerar su sanción, será Sebastián Piñera, el presidente electo, quien tendrá la responsabilidad de instalarlo si todo sale según lo esperado. 

Mario Hamuy es licenciado y magíster en Física, graduado en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. Obtuvo un Ph.D. en Astronomía en la Universidad de Arizona (Estados Unidos), fue director del prestigioso Instituto Milenio de Astrofísica (MAS) y en 2015 recibió el Premio Nacional de Ciencias Exactas. Aquí, narra el derrotero hacia la creación del ministerio, explica cuáles serán los desafíos de cara al futuro y describe cómo buscará que el sector privado también invierta en investigación y desarrollo: un verdadero laberinto para las naciones latinoamericanas.

–Michelle Bachelet busca aprobar con urgencia el proyecto que crea un ministerio de ciencia y tecnología, ¿por qué en este momento y no en otro? 

–La creación de esta institucionalidad obedece a un proceso que requirió madurez. En 1967 se creó la Conicyt, que fue fundamental para incentivar la política científico-tecnológica en Chile. Ha sido la responsable de generar masa crítica y rumbos de investigación asociativa, así como también de incrementar el presupuesto del sector de manera significativa. En este sentido, si bien creemos que Chile no sería lo mismo sin la Comisión, también nos parece que es clave visibilizar más el área y para eso necesitamos ubicarla en un sitio jerárquico distinto. Un lugar activo en el ámbito de la toma de decisiones políticas. 

–En la actualidad la ciencia se encuentra bajo la órbita del Ministerio de Educación…

–Sí, claro, ese precisamente es uno de los principales obstáculos. Las políticas en el sector se hallan enmarcadas en una cartera que tiene múltiples prioridades vinculadas, por ejemplo, al gran debate que supone la gratuidad de la educación superior. Si queremos que la ciencia y la tecnología funcionen como motor de desarrollo, debemos contar con un espacio que nos permita discutir en otro escalafón. La creación del ministerio es un tema que tratamos desde hace una década; durante el primer gobierno de Piñera (2010-2014) presentamos un proyecto de ley al Congreso y durante el segundo mandato de Bachelet, en 2015, se retomó el tema. Del debate participaron reconocidos académicos, funcionarios y actores del sector productivo.

–Y en 2016 fue designado como encargado de redactar un nuevo proyecto de ley.

–Correcto. A fines de 2017 este proyecto fue aprobado en el Senado con amplio apoyo de los diversos partidos políticos y a principios de este mes ingresará a Diputados. Una iniciativa tan importante requiere madurez, pero finalmente llegó el momento en que nos dimos cuenta de que si no promovemos la ciencia, la tecnología y la innovación en esta sociedad del conocimiento quedamos rezagados respecto al resto de los países. 

–El proyecto es sintético, apenas cuenta con treinta artículos. ¿Cuáles son sus principales lineamientos?

–Es esencialmente un paso hacia la institucionalidad, ya que las políticas de financiamiento, el apalancamiento de recursos y la inserción de capital humano serán posteriores. Se trata de organizar y sistematizar las actividades de las diversas instituciones: recibiremos instrumentos desde el Ministerio de Economía, el Fondecyt (el mayor programa de financiamiento de la ciencia, en la actualidad autónomo) pasará a integrarse a la nueva cartera, así como también nos encargaremos de operar algunas herramientas de la Corfo (agencia de innovación del gobierno). 

–La creación del ministerio permitiría la integración de todo el sistema de ciencia, tecnología e innovación en el país. 

–Exacto, un sistema preparado para la reflexión estratégica a largo plazo y para coordinar sus políticas con los ministerios de Educación y Economía. Bajo esta premisa se prevé la creación de un comité interministerial y de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, como sucesora de la Conicyt y ejecutora de las políticas ministeriales. En esta primera etapa existe un gran valor en ordenar porque eso nos permitirá hacer política. 

–¿De qué manera cree que convivirán el gobierno neoliberal de Piñera con el impulso de la soberanía a través de la promoción del sistema científico?

–Hasta ahora, por lo que he visto en el Senado, la creación del ministerio ha recibido un apoyo casi unánime, tanto de los legisladores de la derecha como los de la centro-izquierda. Hoy en día Piñera insiste en la política de los acuerdos con los distintos espacios políticos, ya que durante su gobierno no tendrá el respaldo de la mayoría en el Congreso. Probablemente tenga el privilegio de instalar este ministerio durante 2018, aunque mi compromiso es que crear el espacio antes de que culmine el mandato de Bachelet, el próximo 11 de marzo. Más tarde vendrá la política: ya discutiremos, nos pelearemos e intentaremos ponernos de acuerdo.

–Y con la política comenzarán las soluciones pero también los problemas. Hoy el país invierte 0.38 por ciento de su PBI en Investigación y Desarrollo. ¿Cuáles son los objetivos hacia el futuro?

–Los números debemos colocarlos en perspectiva. Hace una década estábamos en el 0.23 por ciento. Si bien estamos lejos de los números de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), es importante destacar que nos ubicamos en una pendiente positiva. Hoy contamos con 10 mil investigadores activos cuando hace una década teníamos la mitad; hace diecisiete años no teníamos centros de investigación y en la actualidad hay cincuenta. Sin embargo, a pesar del crecimiento, todavía estamos lejos de lo que quisiéramos. 

–En la región, los aportes del sector privado son muy escasos en función de lo suministrado por el ámbito público. Las empresas no confían en la contribución de la ciencia en el engranaje productivo. ¿Qué ocurre en Chile?

–De ese 0.38 por ciento del PBI, dos tercios provienen del sector público y el restante del privado. En las naciones de la OCDE las cifras se invierten. El principal problema es que la industria chilena es poco innovadora, lo que representa un tema cultural muy importante que debemos resolver. La academia está muy focalizada en los papers y en las publicaciones en revistas internacionales, mientras la industria privilegia la rentabilidad a partir de la explotación de los recursos naturales. Allí precisamente estriba una brecha clave que el ministerio de ciencia y tecnología deberá saldar. 

–Si volviéramos a conversar en una década, ¿qué le gustaría contarme?

–Me gustaría decir que tenemos un ministerio instalado, con políticas avanzadas de inserción de capital humano (ya que hoy existen muchos investigadores calificados sin empleo); que contamos con unos 20 mil investigadores activos (2 cada mil personas asalariadas); y que apuntamos a crear una nación capaz de apostar a la innovación con anclaje en las redes de investigación y universidades. Me gustaría tener centros Max Planck en el país, donde sea el propio Estado el que encargue a los científicos el desarrollo de los conocimientos orientados a satisfacer las necesidades del pueblo. 

–¿Cree que a los chilenos les interesaría contar con un ministerio de CyT?

–Hace un tiempo realizamos una encuesta de percepción pública de la ciencia. Hemos visto que aunque a los chilenos les interesa mucho la ciencia, cuando consultamos hacia dónde focalizarían la inversión pública, el sector queda bien rezagado. Existe, por tanto, una desconexión entre el interés que demuestran y cuán dispuestos están a dejarse meter la mano en el bolsillo. Hay que trabajar bastante en comunicar que la ciencia, la tecnología y la innovación tienen un impacto en la cotidianidad de las personas. Nuestros programas de popularización son cada vez más fuertes y van en esa dirección.

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