Dos adolescentes, ella y él, compañeros de colegio, deciden abandonar sus casas y huyen juntos en un auto robado. The End of the F***ing World empieza rápido y vive intensamente. Esta miniserie británica de curioso formato (ocho episodios de entre 15 y 20 minutos), recién estrenada en Netflix, le pone lo que le tiene que poner a la fuga para que se convierta en una road-movie (o road-serie) iniciática: es veloz, angustiante, sangrienta y divertida. Y si Stranger Things reavivó el atractivo de las aventuras de pandillas adolescentes, The End of the F***ing World les devolvió a los protagónicos teen la adrenalina del punk.
Ella es Alyssa (Jessica Barden, la vimos en Penny Dreadful), una chica solitaria, inspirada, ciclotímica, que se pelea con todo el que le dirige la palabra y que bromea, casi a cámara, sobre la violencia en la que zigzaguea su aventura: “Si esto fuera una película, deberíamos ser norteamericanos”. Y él es James (Alex Lawther, lo vimos en Black Mirror), un pibe que parece tildado, como si al Sheldon Cooper de The Big Bang Theory le implantaran el cerebro de Liam Gallagher; es especialista en matar animalitos, fantasea todo el tiempo con cometer su primer homicidio y el 75 por ciento de sus líneas son responderles “Ok” a los demás.
Basada en una novela gráfica de Charles Forsman, gran parte del encanto de The End of the F***ing World reside en Alyssa y James, una dupla que recuerda a la (trag)icónica pareja punk Sid & Nancy o a las parejitas descontroladas, intratables de las películas de Quentin Tarantino. La travesía de Alyssa y James es una sucesión de tropiezos con el sexo, la frustración, la violencia, la autoridad y algunos extraños momentos de casi irresponsable armonía.
El magnetismo y los dramas internos de Alyssa y James (a quienes oímos en off, por lo que no dudamos ni por un momento de lo que sienten o piensan) conducen The End of the F***ing World por un itinerario con aire brit-pop-rocker, con roles secundarios bien colocados (como Gemma Whelan, la vimos en Game of Thrones), con ricos momentos visuales y con un humor inglés más agri-agrio que agridulce. Pero lo mejor de The End of the F***ing World es que te vuelve parte de la correría. Y como en toda fuga rápida, la meta aparece muy de golpe y en tu cara.