Represión del deseo, inhibición de las pulsiones, malos entendidos. Miedos, fobias, ataques de pánico, depresión. Males vulgarizados como “trastornos afectivos”. Mayormente, llegan al consultorio del psicólogo con un autodiagnóstico equivocado. La mitad, o más, se automedican. La publicidad de los laboratorios los llevan a demandar etiquetas que le den un lugar en el imaginario social, creyendo que con eso podrían resolver deseos irrealizados. Se suele utilizar analista, un significante plurisémico que trae resonancias y prestigios de psicoanalista, para adosárselo a profesiones radicalmente distintas a nuestro oficio. Lo que no quiere decir que a veces no podamos confluir con algunas de ellas, en productivas investigaciones y prácticas transdisciplinarias.
De lo que se sufre es de precipitaciones diversas del malestar en la cultura, producidas por la confluencia del efecto conflictivo de las singularidades de los deseos inconscientes y los goces en acto de cada uno de nosotros, y las insuficiencias del lenguaje, que intenta tramitarlos. Las formas en que se expresan dichos deseos resultan segundas a las causas que las originan y las razones que las ordenan. Lo que se manifiesta habitualmente, sostenido en estructuras básicas, imposibles de no ser paradojales. Constitucionalmente, el hablante no puede pensar al otro, si no lo hace a partir de la experiencia de sí mismo. De donde resulta el narcisismo y la modalidad de entender al semejante. El narcisismo funciona, en el mejor de los casos, por retrosignificación como consecuencias de los actos y sus resultados. Lo que puede llevar a las personas a que, creyendo estar buscando su bien, desemboquen en su mal. O a que, creyendo ir hacia el mal propio, desemboquen en algún bien para sí. En consecuencia, las dificultades no son afectivas sino de elección inconsciente de discurso y de lugar en el mismo. Las consecuencias provienen de eso. A partir de esto, podremos entender razones de éxitos parciales de algunas terapias conductistas y de autoayuda que no tratan a fondo los sufrimientos.
El exceso fue el indicio del pasaje de la animalidad a la hominización. Disponer del lenguaje significante y su capacidad creativa, no de meras señales y códigos cerrados, y de la capacidad de la mano humana de oponer el pulgar a los otros dedos, fueron las condiciones de posibilidad para la invención y multiplicación de herramientas y técnicas de uso. El homínido logró defenderse así de la insuficiencia neuronal de nacimiento y su resultado de atraso y modalidad particular de instalación del registro imaginario.
El exceso de posesiones y el exceso de escasez de posesiones pusieron en tensión desde los inicios conflictos inevitables. Resolubles en el mejor de los casos, por vía de las negociaciones. Que se procesan, básicamente, según las correlaciones de fuerza entre los conflictuados y las habilidades de los negociadores. Lo que torna imposible calcular el valor de la fuerza de trabajo empleado por cada participante.
Lo nuevo en relación al exceso en la cultura actual. Es efecto del hiperdesarrollo tecnológico que genera condiciones para, según la ley clave de los amos de obtener la mejor relación costo/beneficio, o sea la mayor ganancia, que se ha intensificado la explotación interhumana. Al decir interhumana, o sea entre los homínidos, digo todos explotan a todos –por supuesto luego entran en juego proporciones y perjuicios–. El residuo de ese efecto aparece en nuestros consultorios. Dicho tanto por los trabajadores como por los patrones. En sus quejas sobre cansancio, contracturas, dolores varios. O más grave, psicosomáticas, infartos y otras. El vulgarizado estrés y las llamadas patologías (yo diría etiquetas) de fin del siglo XX y de comienzo del actual. Adicciones, bulimias, anorexias, ataques de pánico, etc.
Dos consecuencias claves de dicho desarrollo tecnológico, manipulado desde la lógica narcisista de los seres parlantes. 1) Concentración de la productividad, vía comunicaciones e informática. 2) Desempleo estructural. En el discurso de los capitalistas, el plus producto no es sólo de mercancías, también de seres parlantes desechados. Los ocupados colaboran (a veces consciente, otras inconscientemente) con los patrones en la producción de esos desechos.
Cuello de botella conflictivo de esta civilización, ya que la eliminación de mano y seso de obra elimina clientes. Se va a una crisis de sobreproducción por producto producido, y no consumido. ¿El futuro? Difícil de prever. Hay grandes capitalistas que ya se están planteando el problema: George Soros, Bill Gates, etc...
* Psicoanalista.