¿Es o se hace? ¿Luli Salazar se nace? “Cuando Martín habla de economía yo le miro el pelo”, decía sobre su ex novio, el ex presidente del Banco Central, quien el último mes estuvo de nuevo en el centro de “la polémica” por la decisión de la rubia de ser madre por medio de la subrogación. Las lenguas de los programas de la tarde decían que Redrado había sido el donante para el embarazo que se gestó en el útero de una mujer de la Florida, platinada como Luli. La misma Salazar sugirió algo sobre el aporte de Redrado. Seguramente sin acordarse de que pocos días antes había salido en pose de cintura quebrada en la tapa de Gente diciendo que el donante era un jugador de fútbol americano que había sido elegido por catálogo y con estrictos criterios raciales.
Más tropezones: “La mujer que le alquila el vientre a Salazar se enojó con ella. Entérate por qué”, invitaban a averiguar los portales de chimentos. Resulta que, a pesar del contrato de confidencialidad con la gestante que se suele firmar en estos casos, una Luli obnubilada por la emoción subió a Instagram una ecografía donde figuraban nombre, apellido y fecha de nacimiento de la mujer que llevaba el embrión en su útero.
“Nunca en mi vida pensé que iba a tener que dejar de usar perfumes, pero tengo que ser buena madre”, le responde Luli al pediatra que le da consejos para la llegada de la beba en el reality de un solo episodio de Canal 13. El programa sobre esta dulce espera a distancia se llama Luciana mamá. En esta valija –el nombre alude al clásico juguete– hay un par de ideas de cajón sobre lo que en madre te convierte y lo que ser madre te hace hacer, muy en la línea de la escuelita de Facundo Arana.
No falta la cuota de tiliguería (“Decidí tener a Matilda por vientre subrogado, una técnica muy aceptada en el primer mundo”). Ni le falta lucha en el barro (se recuerda como traumático y con un insert de Intrusos el día en el que Amalia Granata la bloqueó). Y también hay más de la división de larga data entre los estereotipos que separan las aguas entre las madres y las putas (“La nueva Luli mamá va a dejar un poquito de lado lo sexy”).
Pero sobre todo lo que Luciana mamá deja en claro es que para la vedette prepararse para la maternidad es fundamentalmente el paseo de compras “más importante de tu vida”. Durante una hora la cámara sigue a Luli con un cochecito de diseño, asesorándose con una decoradora top para preparar la habitación de Matilda, preparando un baby shower que parece un cumpleaños de quince en el Hilton. Un cóctel de ostentación donde se habla de billetes a los cuatro vientos: cuánto sale el empapelado rosa pastel, cuánto cuesta la colección de zapatitos de charol y, la cifra clave, cuánto pagó por alquilar el vientre (70 mil dólares). “¿Un defecto?”, le preguntan. La vedette medita y asegura: “La autoexigencia”. ¿Quién dijo que es tan sencillo llegar en fecha con todo listo para tomar el vuelo a Miami –dónde más si no– a ver a Matilda? “¡Qué estrés!”.
“Mi beba tiene diez días de vida nomás y ya la dejé tres veces para salir en yate. Y ustedes, madres luchonas, no pueden dejar al niño ni para ir al baño tranquilas”. No, esta última frase no está sacada del reality sino de una parodia cordobesa que circula por ahí. Sin embargo, parece calcada de otros aforismos que salen de la boca de Luli sin rozar la barrera de la represión. Lo de irse a pasear en yate, en rigor, pasó de verdad pero ella lo hizo “con muchísima culpa”. Luli es sin duda graciosa pero no llega a ser lo suficientemente autoparódica (como Moria) o boluda espontánea (como Susana). Actúa mal hasta de sí misma y corona cada patinada con un chirrido (“Uh, uh, uh”).
Es irritante y a la vez genera una ternura difícil de confesar. Dan un poco de ganas de abrazar a la ex conductora de Luli in love (Playboy TV) ahora raquítica, desbalanceada y siempre un poco doblada hacia adelante con los pechos llenos de algo más caro que la leche. Corre todo el tiempo detrás de una nueva zanahoria que solo cobra valor cuando la puede zarandear delante de la cara de un movilero o inmortalizar con su Iphone en una “story” sobre la nada misma: el anillo de infinitos quilates que le regaló “Redri” para una Navidad, la última parte de su cuerpo que logró modificar con láser, la beba que se espera que vomite con olor a rosas igual que Luli mamá.
El reality fue debut y despedida. Un primer y único capítulo de lo que iba a ser una serie pero terminó en un especial. Los programas de chimentos la acusaron de lucrar con su maternidad y de haber recurrido a la subrogación (o maternidad solidaria, o alquiler de vientre, según se entienda esta práctica que en Argentina no está ni prohibida ni regulada y que cuando se hace pública es en general cosa de ricos y famosos) para no perder la figura. Dan ganas de darle una palmada de aliento después de que tantos salieran a hacer leña de la vedette caída en el pozo del rating.
¿Por qué no funcionó? Tal vez sea cuestión de tiempos. Sesenta minutos de Luli debatiendo con el coro de obsecuentes que la asiste si comprar la mecedora de ratán o el babero de Yves Saint Laurent es demasiado incluso para la audiencia que goza del camp. Para el que lo quiera leer hay en Luciana mamá una Salazar en lucha contra el sopor y la tristeza de las celebridades de segunda línea, que apuestan al marketing de la sobrevida. En parte por eso es un poco conmovedor que al programa le haya ido tan mal –8 puntos en horario central– y que no haya movido las pestañas del público, ni siquiera las de aquel que disfruta del consumo irónico y de la banalidad del glam.