Prendo la tele cuando una productora de Doman me llama para que hable de Cacho Castaglia, quien a los 135 años se entera de que las mujeres no disfrutan de ser violadas. Me gustaría opinar en todos los medios, pero no me genera placer atacar a la gente tan mayor y me niego, es muy fácil pegarle a este tipo, pienso. Unas horas más tarde me arrepiento, después de mi piadosa decisión por un viejo que nos ha castigado toda la vida con su corte de pelo y los tangos más ordinarios que ha dado esta nación, una mujer cuenta que Cacho se masturbó frente a ella cuando solo tenía 16 años. La mala gente no se vuelve buena cuando envejece y nunca es tarde para que se haga justicia. Hay que dejar de ponerle a la vejez atributos de bondad. Castaglia cometió un abuso, con una menor y es posible que haya hecho como éste tantos abusos más, porque vamos, no existen abusadores de un solo abuso. Y diré Castaglia toda la nota, porque ayer lo nombré un par de veces al mufa ese y esta mañana choque por primera vez en quince años.
Aun así, con todas las pruebas, los freaks de la televisión no están listos para aceptar la verdad más innegable: hay desigualdad en el mundo. Cuestión que prendo la tele y me encuentro con Sandra Borghi esgrimiendo el más burdo argumento de la historia: “Yo no quiero ni feminismo, ni machismo, quiero que el hombre sea hombre y la mujer sea mujer, cada uno en su rol”. Heme aquí, una vez más escribiendo esto: el feminismo no es la contracara del machismo, dado que el machismo es discriminación y el feminismo es inclusión, sin embargo, tiene algo de razón, Sandra, en temer por los cimientos de su preciada estructura patriarcal. Es verdad que las feministas creemos que lo que se entiende por “hombre” y “mujer” son construcciones culturales, para nada infoensivas, ya que son un conjunto de características asignadas a los sexos con el objetivo de beneficiar a un sector de la humanidad. Pero en esta deconstrucción de los roles, lo que el feminismo siempre busca es la libertad individual de las personas, que cada persona pueda asumir el rol que quiera en la vida, más allá de su sexo. Las feministas no buscamos, por lo tanto, darle el poder a las mujeres, sino cambiar la noción misma de “poder”. Entonces, Sandra, las feministas no van a obligarte a que seas un hombre, o a que asumas un rol que no quieras. Por eso siempre considero una afrenta gravísima aquella frase que esbozan los expertos en salir airosos de cualquier debate: “hay que respetar la opinión de todos”. No. Cuando la opinión del otro supone una supresión de mis derechos, cuando la opinión del otro coarta mi libertad, cuando la opinión del otro tiene forma de opinión, pero es en realidad una orden sobre mi cuerpo y mi vida entonces no, no respeto la opinión del otro.
El feminismo no le pide a los hombres que sean fuertes, ni a las mujeres que sean delicadas, ni viceversa, ni te pide a vos Sandra cambies tu imagen de mujer ideal, solo te pide que dejes en paz a quienes no comparten esa imagen. Suponete, Sandra, que tenés un sueño, trabajar en los medios, ser periodista, dar tu punto de vista sobre las cosas. Conducir un programa, cubrir noticias importantes. Ser un referente, una comunicadora. Imaginate ahora que no tenés derecho a votar, por lo tanto tampoco importa demasiado tu opinión sobre política, ni sobre ninguna problemática del país, mucho menos podés escribir una nota, porque a las mujeres no se les permite publicar. Imaginate que tampoco podés estudiar, porque está prohibido para las mujeres. Imaginate un mundo en el que rol de la mujer y su lugar es solamente la casa y de ninguna manera la universidad. Hace no tanto tiempo, el rol que le correspondía a una mujer distaba mucho de la mujer que sos hoy Sandra. Hace no tanto tiempo, no podrías estar haciendo nada de lo que estás haciendo, y por más que te duela horrores, lo que tenés fue gracias a las feministas, que salieron a la calle a hacer quilombo ¿O te pensás que hoy las mujeres podemos estudiar porque un día los tipos se coparon y nos dejaron anotarnos y sentarnos junto a ellos? Todo lo que hacés hoy es gracias a las feministas que lucharon por modificar los roles, para darte el derecho a vos de poder hoy cumplir tu sueño. Fueron las feministas, Sandra, las que te dieron el derecho a pararte frente a una cámara a decir que las feministas se están pasando.