Hay lugares en los que el fútbol y los sentimientos son lo mismo. Son instantes en los que no existe el tiempo, en los que los abrazos son eternos y en los que las alegrías se funden en el bronce imborrable de la vida. Por eso, de repente, Leandro Romagnoli destapa el cofre de los recuerdos y vuelve a ser ese pibe de 17 años que debutó a fines de 1998 en la Primera de San Lorenzo, ante Racing, con un bolso de sueños a cuestas. Por eso, en un abrir y cerrar de ojos, se teletransporta a los segundos finales de la definición de la Copa Libertadores de 2014, los de una consagración histórica que ya quedó grabada en los libros. Y por eso, también, deja la imaginación volar hasta los últimos instantes del que será su último partido como futbolista profesional, algo que aún no sucedió, pero que se acerca. El viaje, intenso, termina con una consecuencia lógica: ahí, en el sillón de un hotel y sobre el final de una charla, el Pipi está llorando.
-Estás en un momento de tu carrera muy especial, llegando al final de la misma. ¿Vivís esta pretemporada con San Lorenzo de una manera distinta?
-La disfruto. Sé que todo esto se está terminando, que estoy en la etapa final de mi carrera, por eso disfruto. Puedo jugar seis meses, un año o un año y medio más. Entonces voy disfrutando todo de manera diferente. También me da un poco de tristeza saber que estoy llegando al final. Llevo 19 años de carrera, debuté en el 98 y parece que fue ayer... Esto es lo que me gusta hacer y vivo para esto. Son cosas que se terminan y también hay que aprender de eso. Mientras tanto sigo esforzándome día a día. Eso es lo que me sigue ayudando a estar vigente.
-Hablás mucho de “disfrutar”. ¿Tomás al fútbol como un trabajo?
-Sí, siempre lo supe y lo tengo claro. Dejé el estudio para jugar al fútbol, algo que ahora no recomiendo, porque creo que se pueden hacer las dos cosas. En ese momento decidí no seguir estudiando porque era chico y no me gustaba. Además me subieron rápido a Primera y a la semana ya debuté. Fue todo muy rápido y me incliné hacia el fútbol.
-¿En el Romagnoli que se viene, el Romagnoli técnico, aparece el plan de recomendar a los más chicos de estudiar?
-Sí. Siempre que me llevan a dar una charla de lo primero que hablo es de la importancia del estudio. No hay que dejarlo. Afortunadamente hoy está un poco más armado el tema de las pensiones, en las que obligan a los chicos a estudiar y a terminar por lo menos el secundario. Después ellos decidirán si estudian una carrera.
-¿Y si hubieras tenido que estudiar algo?
-Abogacía, pero porque cuando mi mamá me preguntaba le respondía: “Abogado”. Creía que el abogado tenía futuro. Después me di cuenta que no era para mí.
-Dejaste de estudiar, llegaste a Primera, tuviste el éxito casi inmediato... ¿Cómo viviste toda esta vorágine que tiene el fútbol?
-Era chico cuando jugué mi primer partido en Primera, tenía 17 años. En ese momento sólo pensaba en jugar a la pelota. De chiquito miraba Fútbol de Primera con mi papá y esperaba a los domingos para ver los goles, porque no te los pasaban antes. A los seis o siete años empecé a jugar en Franja de Oro al baby. Después hice escuelita en San Lorenzo. Ya desde chico soñaba con ser jugador de fútbol. Lo pude hacer con apenas 17 años. Después del debut tuve un bajón futbolístico, más que nada en el 2000. Luego 2001 fue un gran año, porque se ganaron campeonatos en el club y también estuve en el título del Mundial Sub 20. Por suerte pude mantenerme todo este tiempo en el fútbol.
-¿Cómo hacés para que el ídolo no se coma al personaje y te vuelvas negativo puertas adentro?
-Es que mi personalidad es así. Siempre pienso en ir para adelante. Estoy en el club del cual soy hincha y el que me vio nacer. Es mi estilo de ser así. En este último tiempo arranqué jugando con Guede pero los últimos partidos no entraba; después, con Aguirre, no jugué casi nada. Y siempre lo banqué tirando para adelante, entrenando. Sabía que si a mi edad dejaba de entrenarme todo me iba a pesar un poco más. Siempre pensé que en el final de mi carrera no podía irme generando problemas en el club que quiero.
-Y si te hubiera pasado eso de no jugar a los 25, ¿hubiera sido igual?
-No sé... Ahí cuando uno está en un club y no juega piensa en irse y seguir la profesión en otro lado. Hay todo un futuro por delante y no podés quedarte en un lugar porque sos hincha o porque querés mucho al club. Es lo que hablábamos al principio: esto es trabajo. Es corta la carrera y hay que aprovecharla al máximo.
-¿Cómo le hacés entender eso a toda la gente? Mirá lo que pasó con Buffarini...
-No lo van a entender nunca. El hincha es fanático y nunca va a entender que un jugador se ponga otra camiseta. A veces somos esclavos de nuestras palabras. La pasamos bien en un club, y cuando nos vamos decimos algo que después no podemos cumplir. Algo así le pasó a Buffa. A mí me pasó también de decir o hacer cosas y después pensar: “¿Para qué dije o hice esto?”. El hincha es hincha del club y cualquier cosa que haga el jugador le va a molestar. Nosotros tenemos que entender en qué fútbol estamos. Para mí todo esto está mal, eh.
-Vos tuviste suerte de poder escaparte de aquel precontrato con el Bahía (había firmado para irse luego de ganar la Copa Libertadores). ¿Te imaginás cómo te hubieran tratado si finalmente no podías romperlo?
-Hoy las redes sociales están en todos lados. Yo miro y algunos me siguen recordando esa situación. Lo tomo como de quien viene. En el momento que decidí firmar ese precontrato pensé que era lo mejor para mí y para el club. Veníamos de salvarnos del descenso, de romperme la rodilla que tenía sana y salir campeones del torneo local. Pensé que con 33 años ese era mi último tiro para terminar mi carrera. Pero llegó ese semestre soñado de 2014. Y ahí me volví a sentir vigente, cuando quizás antes pensaba que eran mis últimos cartuchos. Me di cuenta que no me quería ir. Hay gente que lo entiende y otros que no.
-Le pasó a Buffarini, te pasó a vos, y a otros tantos jugadores. ¿No hay demasiada locura en la reacción de la gente en el fútbol argentino?
-El fútbol acá se vive así. Por eso no tenemos visitantes, por eso cada partido es un problema. Es un tema de la sociedad también. Nos acostumbramos a que si un futbolista juega en un club no puede hacerlo en otro. Como futbolista te acostumbrás a medirte y no hablar tanto, o lo necesario y justo; sino después decís una cosa y al día siguiente otra y automáticamente te sacan otra nota para escracharte.
-Están a la defensiva todo el tiempo...
-Sí. Pero te tenés que acostumbrar. En otros países no pasa. Por eso cuando un jugador de acá está en un gran nivel y tiene la posibilidad de irse, no lo piensa dos veces y se va. Es otra comodidad. Si perdés un partido afuera no es tan dramático como acá. Obviamente cuando se pasa un tiempo allá se extraña lo de acá.
-Está instalado que el hincha al pagar la entrada puede insultar...
-Si vamos a la lógica quizás tiene derecho, pero si vos le contestás... En la cancha de Quilmes me pasó que un señor me estaba volviendo loco. Justo era suplente y no paraba de insultarme. Hacen el último cambio y no entro, entonces me voy caminando al banco de suplentes, y él me seguía insultando. Cuando le dije algo, se sacó más. Entonces, vos me podés insultar, pero yo no te puedo decir nada porque ahí genero violencia. ¿Él no? Está todo distorsionado. Parece que la gente se va a descargar a una cancha de fútbol. Viví situaciones en las que putean a compañeros cuando recién están entrando en calor. ¡Pará que ni siquiera empezó el partido! Vienen para descargar todo lo que acumulan en la semana, en el trabajo o la familia, y saben que en la cancha tienen vía libre para insultar. Me pasó algo llamativo en la cancha de Temperley hace poco. Al lado del banco de suplentes había una señora insultándonos a todos con la hija al lado, entonces le dijimos: “Señora, está su hija al lado”. “¡Qué me importa!”, respondió. Son situaciones que uno no entiende.
-¿Ves que eso pueda cambiar?
-Es muy difícil, al menos al corto plazo. Se dice que los jugadores no debemos responder para no incitar a la violencia. Pero tampoco somos los culpables. No veo que podamos hacer mucho.
-Con todo esto que decís queda claro que el jugador está en un lugar central en el fútbol. ¿Pero no creés que a veces se le pide mucho? A veces un chico de 20 o 21 años se equivoca pero lo hace por la edad lógica que tiene.
-Pasa que el fútbol es pasión en Argentina. El jugador de fútbol es un ejemplo, también para los más chicos. Por eso hay que tener cuidado con todo lo que decís o lo que hacés. El jugador, a esa edad, si es bueno, empieza a ganar un buen dinero, tiene un buen auto, trabaja poco porque los entrenamientos son cortos y a la mañana... Como que se lo mira de reojo desde afuera, pero uno no tiene la culpa. Entonces, cualquier cosa que el jugador haga se ve mal. Hoy hay muchos programas y muchas cámaras. No te podés equivocar en ningún gesto porque se ve en todo lados.
-No sólo adentro de la cancha. Afuera también, pareciera.
-Si perdés un partido, no podés salir. Si saliste y estás tomando algo, tampoco lo podés hacer. Creo que si salís con medida, o si salís cuando tenés libre, está bien. Creo también que si perdiste no tenés que salir, porque uno también tiene que tener amor propio. Los jugadores también tenemos eso de no saber entender la situación y a veces nos mandamos una cagada. No es que todos los demás tienen la culpa y los jugadores somos los buenos, eh.
-¿Te imaginaste al Pipi de los 18 en esta era?
-No sé cómo sería... Los tiempos cambiaron en muchas cosas. Cuando yo debuté eran todos grandes y pocos chicos. Hoy en el plantel son más chicos que grandes. Uno se tiene que adaptar a cómo son ellos.
-¿Qué es lo que más te cuesta?
-No me cuesta. Ellos juegan mucho a la Play. Por ahí están boludeando con eso todo el día. Yo estoy por cumplir 37 en marzo y estoy con el Pichi (Mercier), que también es un poquito grande, y a veces los escuchamos gritar mientras juegan a las doce de la noche. Ahí decimos: “Muchachos, vamos a dormir”. Pero cuando uno era chico lo hacía.
-¿Cómo es el Pipi fuera de la cancha?
-Hace cuatro o cinco años me gustaba la Play, pero de un día para el otro la dejé y no jugué más. Soy familiero. Cuando tengo libre un fin de semana me voy a la quinta de mis viejos, me junto con amigos a comer en casa... Nada del otro mundo. Después, en las concentraciones miramos tele con el Pichi, pero no series ni películas. Quizás bajamos a tomar un café... Ahora no se concentra mucho igual. Si jugás un domingo concentrás un sábado a las nueve de la noche. Entonces cenás, dormís y ya al otro día jugás. Antes concentrabas casi dos días y te volvías loco. Todo esto cambió para mejor. Lo mismo con las pretemporadas. Antes con Ruggeri estuvimos una pretemporada de un mes. Y si hoy me preguntan cómo la soporte digo que no sé, porque estoy dos días encerrado y ya me quiero ir a mi casa.
-En esos comienzos tuviste una particularidad: fuiste uno de los primeros que empezaron con los tatuajes.
-Había un jugador antes que se llamaba Flores Coronel, que jugaba en Talleres de Córdoba, al que vi que tenía tatuajes. Me gustaron y empecé. Y viste cómo es esto: empezás y no parás. Hoy tengo más de treinta. El primero que me hice fue un Mickey. Fue a los trece años, en el hombro. Estaba de moda Mickey, la remerita, la gorrita... Así iba a bailar. Pero cuando tenía 15 ó 16 no lo podía aguantar más al Mickey (risas). Así que lo cambié y lo adapté. Me hice mi signo, piscis, y lo tapé. Mickey quedó sepultado. Ahora hace poco me hice uno en la espalda. Tengo grandes y chicos. Algunos significan algo en mi vida, como a integrantes de mi familia, otros son dibujos que me gustaron. Tengo el de la Libertadores, que me lo tuve que retocar por la fecha. Sólo tengo ese relacionado a torneos que gané. Me tendría que hacer al menos las fechas de los otros.
-¿Cómo reaccionás cuando un hincha te muestra que te tiene tatuado?
-Lo primero que le digo es que es una locura. Un hincha se tatuó en toda la espalda el número 10 y abajo “Romagnoli”. Vino, me lo mostró y le dije: “Vos estás loco. Esto no te lo sacás más”.
-¿Tomás dimensión de eso que generás?
-A veces me choca. Pienso: “¡Qué locura!”. Es un orgullo en realidad. Que alguien se tatué una imagen mía me genera emoción.
-¿Qué sueños te quedan?
-Siempre tengo. En el fútbol siempre es salir campeón. Eso es lo mejor que te puede pasar. Jugamos para eso, para ser el mejor. Después obviamente hay un montón de equipos que también pelean por lo mismo. Salir campeón de cualquier cosa es lo mejor que te puede pasar.
-Para el que no es jugador de fútbol, ¿con qué otra sensación se lo puede comparar?
-No sé... Pasa algo adentro del cuerpo, una alegría, una emoción. Querés abrazarte con tus compañeros, que esté tu familia, es todo el esfuerzo que hiciste, quedás marcado en la historia del club. Todas estás cosas quizás se valoran más el día de mañana. Por ejemplo, cuando pasen más años de la Libertadores de 2014 estoy seguro que va a tomar más valor.
-¿Te acordás cómo fueron los treinta segundos finales de aquella final contra Nacional en 2014?
-Había salido reemplazado. Estaba en el banco creo que con Tito Villalba llorando y pidiendo que el árbitro lo terminara. La pelota iba y venía. Kalinski se la llevó a un córner. Yo miraba a la platea y a las populares, todas llenas, todos filmando con sus celulares. Cuando pita el árbitro salgo corriendo para festejar con mis compañeros. Ahí no caíamos en la situación. Toda la gente de San Lorenzo estaba paralizada, como que tampoco entendían. Recién cuando pasaron los minutos y empezamos a dar la vuelta olímpica creo que caímos todos.
-¿Y cómo te imaginás el último minuto adentro de una cancha, antes del retiro?
-(Empieza a tener los ojos vidriosos) En la cancha de San Lorenzo, ganando, si puedo hacer un gol, mejor. Levantando los brazos y despidiéndome.
-¿Lo pensás mucho?
-(Le cuesta arrancar la respuesta) No. Trato de tener calma y de disfrutar este momento. Pienso que se termina, pero no me pongo loco. Yo quiero terminar en San Lorenzo. Por las vueltas de la vida y del fútbol uno nunca sabe.
-¿Te emocionás todavía?
-(Casi entre lágrimas) Sí, ahora hablo de esto y estoy emocionado. Es mucho tiempo en el fútbol. Y se va terminando...