En diferentes barrios porteños, hay desde hace tiempo enérgicos grupos de vecinos intentando recuperar antiguos cine-teatros en desuso. Y en cada caso de la larga lista es posible encontrar una y otra vez obstáculos de diversa índole, aunque, en general, la conclusión siempre es la misma: falta de voluntad política. El del Centro Cultural 25 de Mayo es un caso particular, por exitoso: los vecinos de Villa Urquiza lograron salvarlo de convertirse en un bingo, supermercado o discoteca. Fue hace una década. Sin embargo, parte de su anhelo quedó trunco. Según cuestionan, el gobierno porteño nunca cumplió con un acuerdo que les garantizaba la gestión participativa y por esto están pidiendo una reunión con las autoridades del espacio.
En el ahora centro cultural de la avenida Triunvirato 4444 funcionó otrora un cine teatro, que se fundó en mayo de 1929 y que también fue conocido como Petit Colón. En 1933 cantó Carlos Gardel. Permaneció cerrado durante 25 años, hasta el invierno de 1982. A fines de 2003, un grupo de vecinos que se había conocido en la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza logró que la gestión de Aníbal Ibarra –entonces jefe de gobierno porteño– lo comprara. Además, el grupo firmó un acta acuerdo de trabajo en conjunto con la Secretaría de Cultura, a cargo de Gustavo López. Las puertas abrieron en 2007, aunque la inauguración oficial fue en marzo de 2008, ya con Mauricio Macri en el gobierno de la ciudad.
“En marzo de 2004, cuando entramos por primera vez, ya se estaba preparando el boliche bailable. Le habían sacado la pendiente al teatro, estaba vaciado, se habían llevado las butacas. Se había hecho un desastre, incluso ya habían hecho la barra, donde hoy están los baños y ascensores. Así que lo salvamos justo”, recuerda sin disimular su orgullo Mario Masquef, uno de los miembros de “Vecinos por el 25 de Mayo”, en diálogo con PáginaI12. Fue tan activa su participación en todo el proceso que hasta trabajaron en conjunto con los arquitectos pensando el edificio. Luego, lo que quedó en el camino es el trabajo conjunto con el gobierno porteño, relata el hombre, integrante de la Agrupación Urquiza Coral.
Hubo, tiempo atrás, momentos muy duros: cierre durante todo el verano, vaciamiento, eventos muy aislados, el temor de que fuera privatizado. En los últimos años, los vecinos consiguieron que tanto el coro como el grupo de teatro comunitario Los Villurqueros ensayaran en el centro cultural y desarrollaran actividades de importancia. También hay milonga, cada domingo. Pero no es suficiente. Y están pidiendo una mayor inclusión, más acorde a la historia de esta lucha, que es referente para todas las otras que hay activas. En concreto, quieren que funcione un cine –en su momento pidieron la realización de ciclos nacionales e internacionales–, talleres de formación a precios más accesibles o gratuitos –los actuales cuestan 500 pesos mensuales– y lugar para producciones propias. Que la institución responda a las necesidades del barrio. “Nuestro objetivo es consensuar el rumbo cultural. Presentamos, inclusive, un proyecto de ley para una gestión consensuada entre el gobierno y los vecinos. No queremos tocar dinero ni ser funcionarios, sino discutir el diseño cultural”, resume Masquef.
El proyecto de ley, que nunca fue tratado, buscaba asegurar la participación de los vecinos más allá del signo político gobernante. Reconocía su importancia en la recuperación y establecía que su protagonismo no debía agotarse en esa instancia, sino que debía también volcarse en la gestión, el diseño y la evaluación de políticas culturales. Para todo esto, proponía la constitución de una mesa de gestión consensuada, integrada por referentes de Vecinos por el 25 de Mayo, la entonces Secretaría de Cultura porteña, el director y el administrador del centro cultural y un representante de los trabajadores.
“El actual no es el proyecto de los vecinos. Este espacio se recuperó para el desarrollo de un proyecto participativo, integral, pensado, planificado, programado. No es un centro cultural más”, protestó Mónica Dittmar, otra de las vecinas. También, indicó que el espacio debería pertenecer a la comuna 12 y no al Centro Cultural Recoleta como actualmente, para que se vea favorecida su “autonomía” y para la inclusión de la comunidad en las decisiones. “No se trata de que nos den migajas, sino de que se desarrolle un proyecto orientado más a la inclusión social que a negocios y eventos.”
En diálogo con este diario, la directora de la institución desde abril de 2016, Monina Bonelli –también actriz y directora teatral–, se comprometió a “amplificar” este año el vínculo con la comunidad. “El trabajo con el 25 trata no de inventar, sino de escuchar, entender lo que pasa y hacer foco en determinadas cuestiones. La identidad del centro cultural tiene que ver con su historia, que no solamente se remonta a la reapertura, sino que en sus orígenes fue construido por voluntad de los vecinos”, definió. “Estamos en relación con ellos. A veces, las gestiones son más cortas de lo que demandan las construcciones. Este año, para el cumpleaños del centro cultural, nos interesa intensificar el vínculo.”
La directora aseguró que trabajará en tres aspectos centrales del reclamo de los vecinos: la vuelta del cine –no lo hay por carencia de equipamiento, explicó–, y talleres y clases magistrales gratuitos o a bajo costo, con la idea de posteriores montajes. Sobre otro ítem cuestionado, el alquiler de la sala a escuelas privadas y empresas, Bonelli apuntó: “Los espacios de la Ciudad son factibles de ser alquilados. Y esos ingresos se suman al presupuesto de la institución. Nosotros trabajamos muy poco con alquileres. Este año trabajamos muchísimo con instituciones del barrio, educativas, cediendo el espacio. Alquilamos el lugar si tenemos la capacidad y no afecta a nuestras actividades y misión”. De momento, los vecinos reclaman una reunión con las autoridades para “cruzar ideas”, que no estaría lejos de concretarse, según Bonelli.