El atentado de las Torres Gemelas supuso un antes y un después para el mundo y en el análisis del fenómeno terrorista. En ese contexto, escribí un breve texto en el que se perfilaba “La guerra que está viniendo”, donde planteaba algunas cuestiones sobre las que merece la pena volver a debatir:
En primer lugar, se planteaba en 2001 que el Capital y la Técnica y sus operaciones globalizadoras e ilimitadas son capaces de conectar incluso las acciones más extremas y heterogéneas como el acto de Terror. En segundo lugar, ni la llamada “lucha de clases”, ni la “lucha anticolonial” ni el retorno a un fanatismo premoderno y bárbaro permiten dar cuenta del fenómeno terrorista en su nueva expresión como interpretación asesina del Islam.
Asimismo, la globalización de los mercados ha destruido la categoría moderna de “universalidad” y, en su lugar, ha generado un mundo acéfalo de operaciones financieras que se expanden a gran velocidad por el mundo virtual. Esto, paradójicamente, supone un obstáculo para la izquierda y su clásica posición internacionalista. Por su parte, cada Cultura llora a sus muertos y no hay lugar ni para el dolor ni para el duelo de carácter universal. De hecho, el surgimiento del terrorismo actual es un índice claro del impase en que se encuentra un proyecto de emancipación popular a escala internacional protagonizado por los distintos fragmentos sin articular (excluidos, desempleados, trabajadores precarios, refugiados, “sin papeles”, etc.). Ahora mismo, dichos sectores no dan forma a una nueva lucha de clases, al menos de modo espontáneo, puesto que esto exigiría articular lo que se denomina una lógica hegemónica.
Heiddegger analizaba la Técnica como aquello que nos emplaza a todos a habitar el mundo conminados a transformar únicamente nuestro habitar en la existencia, sin realizar una verdadera experiencia existencial de la verdad y la relación de la misma con el “olvido del ser”. Por su parte, Lacan describe el “Discurso Capitalista” como el discurso que borra de la faz del orden simbólico que nos constituye la metáfora que permitía insertar nuestro cuerpo vivo en el aparato de la lengua. Ambas tesis señalan las razones por las que no disponemos de una brújula para poder significar nuestra vida, nuestros vínculos con los otros, nuestra relación con los legados simbólicos y la interpretación de las herencias simbólicas. En definitiva, el Capitalismo y la Técnica nos han llevado a los códigos de evaluación, de diagnósticos funcionales del vivir, de espectacularización de las vidas o de las prácticas de “goce” estandarizadas que se agrupan en grupos de WhatsApp. Incluso el aprendizaje de las cosas de la vida, que antes se transmitía a través de la experiencia común de lo simbólico, en la actualidad precisa de un libro de autoayuda o de un “experto” para cada cosa.
En este contexto, la guerra del terror se extiende sin centro, sin necesidad de un marco mínimo regulatorio, a diferencia de lo que ocurría durante el siglo XX, en el que podíamos encontrar presente el marco regulatorio, aún de un modo frágil, en las guerras, incluso las civiles, insurreccionales o guerrilleras. La metáfora que enmarcaba y proponía sus convenciones, siempre a punto de ser transgredidas, pero que mantenían el desarrollo de la guerra dentro de unos límites, y la concepción de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” ha terminado junto a los valores de la Modernidad.
La guerra actual no se declara formalmente por medio de instituciones, no tiene centro preciso de localización, ni comienzo, duración o final posible. La misma se enmarca en la circularidad del tecnocapital que construye el mundo y las subjetividades que los soportan. El mejor ejemplo de esta circularidad ilimitada del mundo actual, es la posibilidad de observar como los mismos países que le declaran la guerra al Terror, son aquellos que son cómplices económicamente de aquello que abastece al Terror (armas, petróleo, recursos naturales, paraísos fiscales, etc.).
En su excelente ensayo filosófico Terrorismo. Una guerra civil global, Donatella Di Cesare, entre sus muchas observaciones sobre este fenómeno contemporáneo, señala la reiterada presencia de los “hermanos de sangre” en las distintas células (que se extienden como franquicias). Sobre esta notable observación de la autora, me gustaría detenerme. Mientras en Freud, los hermanos mataban a un Padre mítico que gozaba sin límites de todo y acaparaba sin medida el goce de las mujeres, una ensoñación espectral muy eficaz según Freud,confirmaba que el Malestar de la Cultura está atravesado por un fantasma de apropiación indebida que se desplaza según los puntos cruciales de cada coyuntura. Siempre hay alguien que roba todo, aquél al que se lo financia innecesariamente en su goce, que se queda con el esfuerzo de los otros, que es subvencionado en su pereza ancestral. Todos argumentos de los actuales mecanismos de segregación contemporáneos.
Sin embargo, la orden “superyoica” del capitalismo no es: “prohibido gozar”, sino más bien “goza y goza cada día más y mejor”. Esto, tal como lo explicaba Freud en su tesis sobre Totem y Tabú, conlleva un gran incremento de la culpabilidad. Nadie da la talla con respecto al goce, siempre la experiencia es fallida y la experiencia del consumidor-consumido propuesta por el Capital está nimbada por la Culpa y la Deuda que los diversos coachs y sus dispositivos intentan atemperar con sus distintos relatos de realización personal.
Podemos extraer del libro de Di Cesare la idea de que el terrorista del ISIS, se autoriza a sí mismo como una mónada que no tiene que dar cuentas a nada ni a nadie. No siente Culpa, su trabajo es con la Expiación. A diferencia del mito de Freud, donde la culpa se repartía entre los hermanos, son los propios padres los supuestos culpables que han desertado de la guerra total del “califato global”. En su guerra cualquiera que pertenezca a la multitud desarticulada que circula en el mundo, es susceptible de ser matado porque se trata de generar un comienzo absoluto a partir de un acontecimiento imprevisible de “dar la muerte matándose”. Este dar la muerte matándose es un equivalente absoluto del trayecto de la “pulsión de muerte”.
Mientras en el habitante convencional del Capital, la pulsión de muerte trabaja alrededor de objetos que se ofrecen a un goce siempre insatisfecho por definición y que, por tanto, debe continuar su búsqueda indefinida, el terrorista dando muerte y matándose la realiza en su ofrenda a un Dios oscuro de un modo absolutamente puro. En la Expiación, el final del trayecto de la pulsión de muerte, no dispone de ningún recurso de sublimación simbólica más que su propia ofrenda mortal. Y este es el arma que lo sitúa como el Amo de la situación. El acto nunca es fallido porque está dispuesto a morir. No se trata de fanatismo premoderno ni de atraso bárbaro, es un modo totalmente contemporáneo de encarnar de un modo singular la dimensión más pura de la pulsión de muerte. De hecho, esta lógica esta presente en el movimiento ilimitado del Capital donde también se da la muerte matándose, pero esto se hace de un modo acéfalo, sin singularidades nombrables y en la esfera de las operaciones que capturan mundo, vida, medio ambiente, subjetividades, biopolítica de los cuerpos, etc.
El terrorista también formado en la “Playstation criminal” singulariza su acto dándose un nombre y una identidad que rompe con su linaje anterior. Su acto testimonia que la internacionalidad de la Emancipación no tiene aún lugar y que, de tenerlo, es bastante problemático su desarrollo y la construcción del sujeto que lo sostenga. Por supuesto, de lo que se trata aquí, como lo recordaba Derrida, es de comprender algo y no justificar nada.